sábado, 22 de noviembre de 2014
Frío en julio
Enmarcas tu vida, y ya piensas que todo está en su sitio, tienes tu familia, tu esposa y tu hijo, y tu trabajo estable, tu negocio de enmarcador. Sientes que la pintura de tu vida está bien definida y que nada vulnerará su interior. Hasta que unas salpicaduras de sangre evidenciarán que tu vida ha estado, está y estará siempre expuesta a lo imprevisible e incierto. Que lo improbable o inconcebible puede ocurrir cuando menos lo esperes. Sí puede haber un día frío en julio, o las ranas críar pelo o los cerdos volar. El primer plano de 'Frío en julio' (Cold in july, 2014), de Jim Mickle es el del cuadro que corona el salón del hogar de Robert (Michael C Hall) y Ann (Vinessa Shaw). En esa secuencia inicial un ladrón irrumpe, en la noche . Un ladrón al que Robert, asustado por el súbito ruido de un reloj dando las horas, disparará involuntariamente. Su sangre, y trozos de su cerebro, se desparramarán sobre el cuadro. Robert intentará realizar un borrado de lo que ya se ha incrustado en sus entrañas como un temblor. Ese sórdido aire frío que queda impregnado en tu interior tras haber segado una vida. Se desprenderá de los objetos manchados de sangre, de lo que no desea recordar, que ha matado a un hombre. Intentará crear una ilusión de seguridad y protección, y añadirá una capa protectora de barras de hierro en las ventanas de su hogar, como si eso pudiera asustar al lobo. Y este aparece, y encuentra brechas fácilmente por las que irrumpir en su hogar, como una amenaza que pretende devolver la herida, o atemorizar con esa posibilidad. Ben (Sam Shepard), el padre del muerto, aparece, cual presencia fantástica, en el fondo del encuadre, tras él, en el cementerio. Parece ubicuo, parece que nada pueda detenerle, y desangrar toda ilusión de seguridad en la vida de Robert. Es una mancha de sangre que se incrusta en la pintura de su vida con la pretensión de corroerla.
El protagonista de 'El amigo americano' (1977), de Win Wenders, era enmarcador. Aquella excelente obra se tramaba alrededor de las falsificación y la autenticidad. La realidad del protagonista se desmoronaba por una mentira que le hacía creer que tenía sus días contados. La realidad se convertía en una sucesión de falsos movimientos por cuanto la inmovilidad se revelaba ubicua, como un tumor, en cualquier de los tiempos, pasado, presente o futuro, empezando por el mismo miedo al miedo, que convierte a la vida en un amago permanente que se escora en la impostura por no arriesgarse a vivir, por no saber vivir. En 'Frío en julio', las certezas se van desmoronando. Se suele decir que algo ocurrirá el día que haya un día frío en julio. Puede ocurrir, incluso en la árida Texas. No se puede dar nada por sentado, por seguro, por cierto. El trayecto narrativo comienza con la intrusión de otro en el hogar de Robert, boquete que se irá ampliando como una intemperie irreparable, y culmina con su intrusión de Robert en otro espacio, que tiene poco de hogar, sino más bien su reverso siniestro, su raíz podrida. La narración tiene dos giros que trastoca la dirección del relato y transfigura la percepción de la realidad. Las apariencias son inciertas, y es el mismo orden, o las instituciones que representan ese orden, el que protege al caos, el que, incluso, lo genera. Quien parecía tu principal amenaza, el figurativo lobo, se convierte en tu cómplice. Quién parecía la víctima no es sino las fauces de la bestia protegida, oculta, que el orden instituido permite para su conveniencia, aunque sus actos superen lo abyecto y lo aberrante. Las apariencias son movedizas. Las identidades no son lo que parecen. Hay que reenfocar varias veces la realidad, hay que reajustarse, realizar nuevos enmarcados, o asumir que la mirada flexible, no puede enmarcar de modo definitivo porque siempre se vulnerará el encuadre de vida que habíamos establecido.
Mickle, de nuevo con Nick Damici (que interpreta al jefe de policía) como colaborador en el guión (tras 'Mulberry st', 2006, y las notables Stake land', 2010 y 'We are what we are', 2013), plantea una mirada reflexiva sobre las convenciones del género, sostenido sobre un sentido de la duración de los planos y secuencias, de impecable modulación, que remiten a los setenta (parte de los ochenta), inspirado en el cine de John Carpenter, y ejercita la demolición de las certezas. No hay orden que pueda restituirse. La catarsis implica una radical transformación de perspectiva, de forma de habitar la realidad. El desequilibrio es parte consustancial, no hay simetría que poder mantener, como bien refleja la construcción del plano final, pese a la respiración liberada de la tarea realizada, la purga de una infección. La armonía se alcanza, siempre provisional, en el precario funambulismo sobre el desequilibrio La secuencia previa, la extraordinaria secuencia climax, en la que Robert, Ben y Luke (Don Johnson), gran personaje, detective y criador de cerdos, irrumpen en la casa de los que representan el caos, las fauces de la bestia, para realizar la purga correspondiente, extirpar la semilla de la violencia que se genera, matar al propio hijo, recupera el aliento de las catárticas conclusiones, no exentas de turbia ambigüedad (de enajenación y dolor y desesperación y nausea), de las creaciones de Paul Schrader (con raíz en el cine de Sam Peckinpah), desde sus guiones para 'Yakuza' (1974), de Sidney Pollack 'Taxi driver' (1976), de Martin Scorsese y 'El expreso de Corea' (1977), de John Flynn, hasta alguna de sus propias obras, como la excelsa 'Posibilidad de escape' (1992).
En el trayecto narrativo, una planificación precisa, que modula con sutilidad la transformación de la perspectiva de Robert, cómo se desestabiliza y cómo, a un mismo tiempo, se afirma, cómo se aposenta la extrañeza (la secuencia con el coche detenido ante las barreras del tren, con música y sin sonido ambiente, mientras se aprecia cómo su esposa le habla a su lado; pero Robert no la escucha porque el marco de su vida se ha roto, porque empieza a escuchar algo que hasta ahora no escuchaba, algo que no se articula), y cómo decide y consolida el cambio de ángulo: cómo decide ser el intruso, en vez de replegarse en la ilusión de seguridad de su hogar, porque asume que ya no existe, que siempre se estará expuesto al daño, y hay quien lo ejerce sin ninguna conciencia ni escrúpulo, por lo que opta por acompañar a Ben en su propósito de limpiar la infección en el interior de la propia realidad, del propio orden. El muerto sí estará ahora muerto. El círculo se cierra para abrir los ángulos y las perspectivas.
Esta exceñente obra se estrena el próximo 12 de diciembre
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