martes, 25 de noviembre de 2014

17 fois Cecile Cassard

Cecile (Beatrice Dalle) decide desaparecer, dejarse ir a la deriva, precipitarse en una realidad que no tenga contornos, que no tenga secuencia temporal. El pasado no existe, el presente es una corriente con sus meandros, discontinua, el futuro no es ni incógnita. En la secuencia introductoria de '17 fois Cecile Cassard' (2002), de Christophe Honore, la fractura, la noche que se precipita como un abismo, como una perspectiva difusa, un accidente de coche, la muerte del hombre que amaba, que se presenta en su habitación como un espectro, un cuerpo desnudo que es fantasma, un cuerpo que desaparece de su vida, y la deja en la intemperie, huérfana. En ese prólogo, su pequeño hijo, surgiendo de la oscuridad, su voz que afirma que ya puede imaginar que podemos morir. Cecile, niña en la oscuridad, se libera de lastres, de una realidad con contornos de la que no puede responsabilizarse. Deja su hijo atrás, deja al fantasma que no puede ser ya cuerpo desnudo atrás. Y navega a la deriva en una realidad rodeada de hombres que no pueden suscitar su deseo a la vez que resultan inofensivos, como si la realidad en su indefinición, en ese exilio en el que se aleja de sí misma en otra ciudad, fuera un entorno que no es material, sino fantasmal. No quiere los recuerdos, no quiere sentir lo que perdió.
Se embriaga, se olvida, baila, erra, por la noche en la que siente que yace ya cautiva, primero con adolescentes, después con Matthieu (Romain Duris), homosexual, en cuyo vínculo se agarra como una boya en el naufragio que aún no quiere asumir. A veces se alejan, y de nuevo se reencuentran. A veces ella sale corriendo, en otras le pide que desaparezca, cuando él la enfrenta al peso de la realidad. La narración es una deriva musical, discontinua, pero como una coreografía que fluye. Una corriente emocional que va uniendo los pedazos, una narración fragmentada que va recuperando los nexos en unas entrañas quebradas. 17 veces Cecile Cassard, 17 retratos o fragmentos de quien se lanza a la corriente, al principio como quien busca su desaparición, cuando se lanza al agua de un río en la noche, un río que observa ya con una sonrisa al final tras haberse de nuevo dotado de cuerpo, tras liberarse de su condición de fantasma que quería olvidar otro fantasma. Cuando se ha arriesgado en la noche a lo incierto, cuando su cuerpo ha colisionado con otro en la anónima realidad sin contornos. Ha dejado de ladrar a la noche. Ya no se dejará llevar como un peso muerto por la corriente. Su sonrisa, desde la orilla, recupera el futuro. Uno de los más bellos momentos, un plano secuencia de 3 minutos, pleno paso de baile acompasado a los personajes, al son de la sugerente canción 'Pretty killer', cantada por Lily Margot.

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