lunes, 27 de octubre de 2014
(Rec) 4
La señora de la leche con galletas, el fan freakie greñudo devorador de chocolatinas, la estrella catódica con camiseta ensangrentada y otros zombies del montón (con mucho músculo y mucha mala leche). Esta es la tercera secuela, o sea la cuarta parte, de 'Rec' (2007), de Jaume Balagueró y Paco Plaza, aunque más bien sea Rec a la cuarta, dirigida por Jaume Balagueró, emulando el título de la tercera obra de la saga de 'Alien', dirigida por David Fincher en 1992. Por un lado, tiene más que ver con la segunda, 'Aliens' (1986), de James Cameron, por cierta inclinación a la aparatosidad de cierto cine de acción, por la abundancia de personajes uniformados armados, todos ellos muy musculosos (como si se hubiera propagado una cepa a partir del muñeco de Michelín) y por los machacones y enfáticos acordes de la banda sonora compuesta por Arnau Bataller, y que parece en todo momento de la hora y media que dura (Rec)4: Apocalipsis (2014), a punto de invadir algún país o planeta. Y, por otro, por cierto uso, en determinados pasajes iniciales, de cierto humor, también se acercaría a los excesos excéntricos o extravagantes de 'Alien resurrección' (1997), de Jean Pierre Jeunet. Aunque por buscarle parentesco más preciso habría que señalar su vecindad con el universo de Alex De la Iglesia, ya manifiesto en 'Rec 3: Genesis' (2012), de Paco Plaza, con propagación infecciosa en una boda que transforma en zombies a casi todos los asistentes, y en la que su imagen referencial era aquella de la novia ensangrentada con sierra mecánica (de la que aquí no falta su variante, el motor de una lancha). Y de esa cepa brota aquí su única superviviente, una señora en camisón que parece un tanto desorientada ya que no se percata de que está en un barco y de que los que la rodean no son invitados de la boda aunque insista en preguntar si vienen de parte del novio o de la novia. Eso sí, a la leche con galletas no le hace ascos, incluso con un poco de azucar, que no hace daño.
Hay otros brotes: Cuando un militar con virus xenofobo reprocha al maquinista negro que no esta en su país por lo que no puede hacer lo que le da la gana, este le corrige que es de Mostoles y por eso hace lo que le sale de los cojones. Tampoco se puede deshechar que provenga de esa cepa Nic (Ismael Fritschi), greñudo devorador de chocolatinas con sobrepeso y camiseta oscura, fan de la locutora televisiva Angela (Manuela Velasco) y prototipo de freakie que devora cuantiosas sagas de terror que pueden ser todo lo inacabables que pretendan ser porque consumirá todas sus continuaciones y derivaciones. Por eso, 'Rec 4' puede ser cualquiera de las partes de 'Resident evil'. Ahora es el interior de un barco el escenario, lo cual podría llevarnos a evocar celuloide de derribo pasado derivado de la saga de alien pero que acaecían en interiores de submarinos o barcos, desde 'Leviathan' (1989), de George Pan Cosmatos' a 'Virus' (1999), de John Bruno, pasando por decenas de otras obras olvidables, como lo será esta, de la que también conviene apuntar que, como otros cientos o miles de obras, utiliza su narrativa y su espacio, que a veces se confunden, en el mismo nivel, valga la redundancia, que los niveles en los videos juegos, y sus pasadizos y esquinas de las que no sabes que surgirá. 'Rec 4' es cine masticado y regurgitado y reciclado sin rubor alguno. De la perturbadora atmósfera de la primera entrega, que sabía extraer de la oscuridad todo su latente potencial de amenaza, poco queda. Quizá esa breve secuencia en la que Angela se queda atrapada en un 'nivel' rodeada de oscuridad y jaulas con gritonas criaturas que la persiguen.
En la primera jugó bien con el contraste entre lo trivial de su introducción (aunque quizá una trivialidad demasiado subrayada de trivialidad) y la irrupción de lo extraño, de lo anómalo, la transfiguración de un entorno y de la misma realidad, aplicando de modo sustancioso la genuina condición del fantástico: la percepción de la realidad se alteraba. Lo familiar se revelaba infectado, un espacio en el que una figura al fondo del pasillo es una sombra, y por tanto puede ser ya cualquier cosa. La realidad podía ser otra, o cualquier otra, y por eso las interrogantes quedaban suspendidas en la incógnita, con el final derrocamiento de la certeza y la inmunidad: lo anómalo, lo inefable, dominaban la mirada de la realidad, el ojo de la cámara que se había utilizado como ojo narrador (lo visible contaminado por lo no visible, por lo incierto). La subversión, lo abyecto, se enseñoreaban de una realidad de la que era desterrada la luz. Dado el éxito, la segunda obra, 'Rec 2' (2009), realizada por el mismo tandem, intentó transitar los mismos senderos, con alguna leve variación que más bien se convirtió en lesión narrativa. Un cambio de perspectiva a mitad de la narración, con salida fuera del edificio, provocó que se resintiera la tensión narrativa (una de las virtudes de la primera: una modulación sostenida sobre una progresiva opresión y sofocación que derivaba en la completa y terminal indefensión en una oscuridad sin referencia alguna: la oscuridad era un espacio sin asideros: la realidad carecía de contornos, de límites).
En la cuarta ya no hay, ni menos se palpa, infección del terror puro, ese que linda con el malestar. Tampoco se rastrea, al menos, algún sugerente subtexto, más allá de integrarse, parasitariamente, en la creciente corriente, en las pantallas y fuera de las pantallas, interesada por las propagaciones e infecciones víricas. No estamos en 'Contagio' (2011), de Steven Soderbergh y su reflexión sobre la infección creciente del rechazo a la intimidad y a la frontalidad comunicativa en una sociedad que ha perdido la noción de lo real y de la proximidad, ni en 'World war Z' (2013), de Marc Forster, que intenta sacudirnos de la modorra de nuestro ensimismamiento, de nuestra derrota vital al renunciar a toda intervención en la realidad por estar convencidos de que frente a la infección de la corrupción extendida no hay nada que hacer sino quedarse abotargados en la infección del lamento y la apatía. 'Rec 4' es otro juego narrativo, la repetición infinitesimal del mismo juego. Por eso es exponencial, a la cuarta, por las incontables veces que habremos visto una película como esta. Aunque quizá nadie, en ninguna de esas otras miles, pedía leche con galletas. Puede que esa sea su seña de distinción.
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