miércoles, 22 de octubre de 2014
36 horas culpable
En las primeras secuencias de '36 horas culpable' (Terror street/36 hours, 1953), de Montgomery Tully, film noir británico producido por la Hammer, un hombre, Rodgers (Dan Duryea) recorre dos espacios vacíos en busca de una figura ausente. Recorre el piso que compartía con su esposa, Katie (Elsie Albiin), y el piso en el que descubre que ha vivido los últimos meses. Es una figura ausente como su relación se había deteriorado, en un indefinido estado difuso, tras que él aceptara un trabajo de instructor de vuelo en Estados Unidos por seis meses, un empleo que no permitía la presencia de esposas. La separación geográfica también había implicado otro tipo de distanciamiento, evidenciada en la interrupción de la comunicación epistolar desde hace ya dos meses. Una interrupción que suscita la incógnita de si la relación se ha quebrado irremisiblemente. Esa presencia añorada se hace visible a través de imágenes pretéritas, en un flashback que condensa sus dos primeros encuentros, en una estación, el primer tanteo aparentemente infructuoso, y en un tren, cuando se pone en marcha la relación, y los momentos de armonía que vivieron, expresados, de modo elocuente, a través de imágenes fotográficas. La imagen estática de momentos que sembraron huella indeleble como contrapunto al estatismo en el que parece haberse abocado su relación, en esa indefinición entre un pasado añorado y un futuro incierto, como los dos mismos hogares que Rodgers recorre. El periodo de tiempo al que alude el título con el que se estrenó en Gran Bretaña hace referencia al que dispone Rodgers para encontrar al asesino de su esposa, antes de coger otro vuelo de vuelta a Estados Unidos.
Ciertamente, la narración diluye en cierto grado su fuerza a medida que se explicitan las incógnitas, pero mantiene eficazmente la tensión narrativa, sostenida, además, por el imponente talento actoral de Duryea. Además, no faltan momentos destacables, asociados a la relación entre Rodgers y Katie, esa relación estancada en una estación difusa que vuelve a despejarse, a ponerse en movimiento, aunque, por la muerte de ella, sea ya en el recuerdo que recompone lo que no pudo ser en vida. Por ejemplo, el flashback, en las secuencias finales, que revela la real implicación de Katie en la trama de contrabandistas de diamantes. Una revelación que viene dada a través de una carta que ella escribió dos meses atrás pero que no fue enviada por la persona que debía hacerlo, alguien que también amaba a Katie. La interrupción, o emborronamiento de su comunicación, también se había visto condicionado por la injerencia de otros. Si aquella carta hubiera sido enviada los acontecimientos hubieran sido radicalmente distintos. No es en la resolución de la trama, en el enfrentamiento con el autor del crimen, donde reside lo más sugerente de la conclusión, sino en la bella secuencia en la que Rodgers descubre en la caja de seguridad que no hay nada relevante, ningún documento, como se creía, con respecto a esa trama de contrabandistas, sino con respecto a la trama de la relación sentimental con él. Todo un pasado se visibiliza a través de recuerdos recopilados que condensan el relato de una relación sentimental que había sido interrumpida por un distanciamiento no sólo geográfico. La evidencia de que ella añoraba lo mismo que él.
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