domingo, 28 de septiembre de 2014
Black coal
Entre el substrato simbólico del título inglés, 'Black coal, thin ice' (Negro carbón, delgado hielo) y del título original chino, 'Bai ir yan huo' (Fuegos artificiales a la luz del día), subyace, según el director, Diao Yinan, la entraña de 'Black coal' (2014), ganadora del Oso de oro en la última edición del Festival de Berlín, el forcejeo irresuelto entre la realidad y la fantasía, entre la descarnada y quebradiza condición de la primera y las torpes proyecciones y vanos autoengaños de la segunda, de cuya colisión derivan las enajenaciones que pueden materializarse en cuerpos despedazados o danzas ensimismadas. Todo es cuestión de saber realizar las transiciones. En las primeras secuencias, a un plano de una mano mutilada sucede el de las dos manos entrelazadas de dos amantes. La primera pertenece a un cadáver que se ha encontrado en una cinta corredera que traslada carbón. Las segundas al policía encargado del caso, Zhang (Liao Fan), con la que, tras ese encuentro, dejará de ser su pareja. La fragmentación de la planificación de su encuentro sexual se corresponde con la de los trozos del cadáver que aparecen distribuidos misteriosamente en distintos puntos geográficos. Un cuerpo despedazado, y una relación despedazada que concluye con una violenta discusión en la estación del tren: el despecho se torna agresividad; Zhang la intenta la intenta retener con el desesperado e impotente gesto de avasallarla. Pedazos de un cadáver desperdigados y trasladados en trenes de carga. Un amor despedazado que se aleja en un tren.
Ambos procesos, la investigación policial y el trayecto emocional de Zhang se irán cohesionando, resolviendo, entrelazados, a través de una narración elíptica, cortante como el hielo, áspera como el carbón, de una rara y excepcional precisión, entre escenarios que supuran sordidez, enrarecimiento, con un luz desteñida, amortiguada, degradada, como si fuera la transposición del interior de Zhang, de su precipitación en una caída libre. A la herida de la ruptura sentimental, se une la herida física resultante de un tiroteo en una peluquería. Se abandona, como si desistiera de recuperarse. Pierde el paso, figura tambaleante, a la deriva. Pasa el tiempo, cinco años. A la salida de un túnel, un cuerpo yace en la nieve junto a una motocicleta. Es Zhang, ebrio, convertido en un espectro en vida, inflado, con kilos de más, abotargado, ahora un guarda de seguridad que prosigue su caída en el vacío que despedaza progresivamente su interior, ya sin luz, inmerso bajo el hielo que se ha quebrado bajo sus pies. Sus emociones han quedado seccionadas, como si el filo de unos patines hubiera seccionado su lazo con la vida, y hubiera quedado convertido en una figura encorvada, de hilos rotos. Porque, como apunta su amigo y antiguo compañero de lides policíales, Wang (Yu Ailei), '¿quién gana en esta vida?'.
Pero Zhang, cuando vuelven a producirse unos crímenes parecidos a aquellos del pasado, recupera su impulso vital, su ánimo de ganar. Y ese impulso se proyectará doblemente como si así contrarrestara el fracaso de aquel despedazamiento emocional, aquella ruptura que sintió como abandono. Porque en Wu (Gwei Lun-Mei), la viuda de aquel muerto despedazado hace cinco años, también relacionada con este nuevo crimen, comenzará a tener no sólo interés como posible pista para descubrir al asesino, sino algo más. Una combinación que se enturbia, irónico ya que ella trabaja en una lavandería, como si se confundieran aquella mujer del pasado en esta. Sigue a una mujer del presente, pero quizá persigue a su pasado. Se convierte en su sombra, porque de algún modo ella es la sombra de una herida sin cerrar del pasado. Como si quizá con esta restituyera aquel fracaso, o persiguiera, y alcanzara, la necesidad larvada de un desquite. Quizá Zhang aún vive congelado bajo el hielo del pasado. Subidos a una noria observan el lugar donde se vio al fallecido acompañado de la posible autora del crimen, un lugar que se llama 'Fuegos artificiales a la luz del día'. Sospecha de ella, pero se besan. Puede que Zhang no haya bajado de esa noria desde hace cinco años. El proceso de la investigación y los sentimientos se enmarañan, e incluso entran en contradicción. Y las opciones se toman. Zhang opta por el desquite, por los fuegos artificiales, en vez de por la frágil condición de lo real, ese delgado hielo quebradizo donde se producen los crímenes de los sentimientos, los abandonos, las rupturas. No elige el rostro del dolor que abre heridas pero sumerge en la vida, aun de modo incierto, sino la pirotecnia que le hace sentir el espejismo de que controla la vida, cuando no es sino un baile ensimismado solitario. No baila con nadie, no ama a nadie. Quedan los fuegos artificiales que creen borrar las lágrimas.
Esta excelente obra se estrena el próximo 3 de octubre
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