sábado, 30 de agosto de 2014
Miss Violence
'Miss violence' (2013), de Alexander Avranas, ganadora del premio al mejor director y actor en la pasada edición del Festival de Venecia, parece una película griega. De hecho, lo es. Su proximidad de mirada con ciertas muestras del cine español, austríaco o rumano evidencia que la infección es trasnacional. El ángel exterminador ha aposentado sus dominios, aunque aún intente disimular su ponzoña y podredumbre en el sacrosanto altar de las apariencias (ese que nutre la avidez de opulencia y consumo sin restricciones). Aun se apuntala en el establecimiento de una distancias. Hay una gran distancia entre la apariencia y lo real. Por eso, este cine se construye sobre las distancias. Abundan los planos generales, simetrías que acentúan el estatismo colindante con la inmovilidad, la sensación de que estamos ante capsulas o casillas en las que parece haberse extraído el aire. Quizá, inadvertidos, haya hilos o alfileres que sostienen los cuerpos. Se prende, con una mecha pausada, una atmósfera de enrarecimiento, como si hubiera una fisura abierta, y el aire se estuviera fugando, y los cuerpos comenzaran a revelar poco a poco su condición degradada y magullada. Un festejo puede culminarse con una precipitación el vacío, y convertirse, al menos, en una interrogante o un signo de perplejidad de cuya cabeza de rubios cabellos mana sangre. Es tu cumpleaños, eres una adolescente que está dando sus primeros pasos en la vida, recibiendo la instrucción de cómo pueden ser tus futuros, pero decides tomar una dirección que te lleva a la nada, a tu muerte. Parece el gesto de una negación que no quiere encender más vida porque algo huele a podrido en Europa.
El desarrollo narrativo de 'Miss violence' es el de una fisura que se va extendiendo lenta y progresivamente en un cristal. Poco parece en principio que revele que, en ese hogar donde un componente de la familia se ha suicidado, haya algo anómalo, aberrante, turbio. Puede sorprender que se lo tomen sin demasiado dramatismo, que la desolación no sea manifiesta, pero quizá sea, como apunta el padre (Themis Manou), un modo voluntarioso de enfocar la situación para insuflar animo en la familia. Puede que desconcierte un poco cierta imprecisión inicial para distinguir cuáles son los vínculos de quienes habitan ese hogar en el que parece predominar la luz y la blancura, hasta que queda definido que hay una abuela, una madre y tres nietas (incluida, la muerta). Quizá esa confusión entre las tres últimas esté conectada con la rotunda evidencia de la paternal figura masculina. Quizá porque representen lo mismo para él. Quizá porque no haya mucha distinción entre hija y nieta. Aunque hasta que se revele el origen de la infección disimulada en la luz y la blancura, la imperturbabilidad de personajes y estilo evidenciará una retención, cual lapidación vital que restringe el aire vital a las figuras femeninas. Un espacio estricto que parece un cuartel militar, entre sanciones y castigos y rituales y pasos marcados.
El ángel exterminador parece invisible, pero es bien visible y muy tangible pese a su aspecto inocuo. Entre la blancura y la luminosidad que resulta el más conveniente camuflaje para las vitrinas de la normalidad es un hombre que ha establecido con las mujeres de esa casa un dominio que es también negocio. Sus cuerpos son suyos, instrumentos, unas mercancías sexuales que vende a otros, y que también utiliza para su propio disfrute. La imperturbabilidad no se pierde. La distancia acrecienta la deshumanización, la sordidez de una vida vaciada, extirpada. Vida de cosas, objetos, útiles. Un cuerpo desnudo que es enculado repetidamente por varios hombres que realizan el acto por turnos. No hay rostros, no hay miradas. Por eso la liberación tiene que responde con un mismo lenguaje. No se ve el cuerpo entero del padre asesinado. La invisibilidad de su condición en las apariencias inofensivas se corresponde con cuerpo ausente en la extirpación. Su apariencia ha sido reventada, y queda el vacío, la nada, las cortinas que se mueven, las puertas que se cierran para aislarse de un mundo que asediará a las mujeres heridas, violentadas y humilladas. Porque hay muchos más como el padre ahí afuera a la espera de utilizar y explotar y humillar a otros u otras entre el camuflaje de la blancura y la luminosidad. La violencia sabe cuidar las formas.
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