sábado, 5 de julio de 2014
Borgman
La irrupción de lo extraño (II). Para configurar la realidad más conveniente se hace necesario esconder bajo la alfombra lo que desluce, los deshechos, por ejemplo, los indigentes. Son presencias molestas, de apariencia desagradable, como insectos o criaturas subterráneas que habitan en el bosque. También son como los perros que se abandonan, cuando ya son presencia molesta, un incordio, en concreto, como los galgos, a los que se ahorca incluso cuando ya no cumplen su función. Un indigente, alguien sin hogar, no cumple función en la sociedad, es una parásito, y una perturbación estética. De algún modo, son criaturas que deben ser extirpadas, como demonios. En la secuencia inicial de 'Borgman' (2013), de Alex Van Warmerdam, un sacerdote y un par de lugareños, armados con escopeta o hachas se dirigen al bosque para eliminar a los indigentes que viven, como si fueran vampiros en su ataúd, en agujeros que han excavado y ocultado bajo la hierba y las ramas caídas. Son una como una infección, una amenaza. Borgman (Jan Bijvoet), se encarama sobre el cuerpo de Marina (Hadeywich Minis), mientras duerme junto a su marido Richard (Jeroen Perceval), como hace el íncubo del cuadro de Fuseli, 'La pesadilla'. Incubare, en latín, significa ponerse encima. 'Borgman' es como una pesadilla luminosa, una sátira incendiaria, mientras se propaga una sedición, una infección que invierte la posiciones, los indigentes y los galgos (pues adoptan también esa apariencia) se irán ahora poniendo encima, se irán apoderando del territorio, o feudo, de los que no sólo quieren que vivan ocultos, invisibles, sino que también pretenden que sean exterminados.
Como los vampiros, Borgman y sus cuatro cómplices, perturban el orden establecido, la poltrona de los privilegiados, de los que disfrutan de la prosperidad, como la familia que conforman Richard y Marina y sus tres hijos. Borgman aparece como un indigente que solicita algo que se considera inaceptable en el tráfico de las reglas sociales en el que todos deben saber cuáles son sus posiciones y cuáles los límites: solicita que le permitan darse un baño. Borgman es apalizado por Richard. Pero la violencia desorbitada de Richard abre la primera brecha en su feudo, y la abre en la perplejidad indignada de Marina, quien no logra asimilar ni aceptar esa brutalidad con saña, y acoge a Richard, a espaldas de su marido, para que se recupere de sus contusiones. Es un gesto como el que permite dejar entrar a un vampiro. La infección se extenderá progresivamente, y el escenario será tomado por aquellos que portan un cicatriz en el centro de su espalda (quizá también el símbolo de una sociedad definida por las puñaladas traperas).
Invierten la opresión de una sociedad que se construye sobre el cemento de la desproporción de la distribución de riqueza. Una sociedad en la que si hay alguna real diferencia es entre ricos y pobres, diferencia que es cada vez mayor, entre los que viven en su ostentoso chalet y quienes tiene que malvivir en los márgenes, a quienes se intentan invisibilizar (en sumideros) e incluso purgar. Richard, por ello, no puede aceptar que quienes aspiren al puesto vacante de jardinero sean emigrantes, negros, presencias que 'mancharían' el escaparate o la vitrina de su próspero feudo. Los cadáveres en el fondo del río, con sus cabezas en unos cubos de cemento y las piernas extendidas, como plantas en un tiesto, conforman la imagen que condensa una sublevación que es inversión, aunque en este caso no para tomar las posiciones que otros detentaban, sino para arrasar y descomponer un espacio sustentado en el arbitrio. Lo que se conforme o construya más allá de ese escenario ya despoblado, vaciado y deshecho, es una incógnita.
Esta excelente obra se estrena el próximo 11 de julio.
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