jueves, 17 de abril de 2014
The lunchbox
Hay un hombre que está en coma desde hace quince años. Su mirada permanece fija sobre el ventilador que gira sobre su cabeza. A la noche, duerme. Esa es su vida, contempla un ventilador, y duerme. A veces, su esposa piensa que si cesa de funcionar el ventilador, él morirá. Por eso, no lo apaga cuando lo limpia. Ila (Nimrat Kaur), su sobrina, que vive debajo suyo, lo asocia con su esposo, quien parece que sólo mirara el televisor. A eso parece restringirse su vida, como si ella ya no estuviera presente en el foco de su mirada. Ila se pregunta si quizá sea lo único que haya, el ventilador, el televisor. Quizá no haya nada más. ¿Por qué vivimos?, es la pregunta con la que concluye la carta que ha escrito Ila para que la lea Saajan (Irfan Kahn), un contable a punto de jubilarse, el hombre al que no debería haber llegado la fiambrera con comida que, por error del servicio de mensajería, dejó de llegar a su destino previsto, su marido. Pero, como recuerda Shaikh (Naeazuddin Siddiqui), el aprendiz que deberá reemplazar a Saajan, en ocasiones el tren equivocado lleva al lugar correcto. En la hermosa 'The lunchbox' (2013), opera prima del cineasta hindú Ritesh Brata, el hilo de Ariadna es una fiambrera de comida.
Ila se esmeraba con la preparación de sus comidas para recuperar la mirada de su marido, para reanimar su interés en ella, para seducirle con sus encantos gastronómicos y así reavivar la llama en una relación que ha entrado en coma. Pero su marido no reconoce que no es la comida que prepara su esposa, como ya poco le importa lo que haga o deje de hacer. Mira a la televisión, mientras ella, cabizbaja, enfrente de él, mira pesarosa a su plato. Saajan, cuando lee esa carta que finaliza con esa interrogante que asemeja a un seísmo y hace brotar a la superficie una insatisfacción latente, mira hacia arriba, hacia el ventilador que gira sobre su cabeza. De repente, el ventilador deja de funcionar, mientras alrededor, sobre las cabezas de los otros oficinistas que trabajan en el departamento de reclamaciones, el resto de ventiladores parecen funcionar correctamente. Pero el ventilador sobre su cabeza recupera impulso de nuevo, fue una breve suspensión. Como ha supuesto la carta para Saajan. Un despertar, recuperar el impulso en su vida, como un reinicio. Ambos, de hecho, despiertan con el intercambio epistolar que establecen. Ambos reclaman a la vida una nueva oportunidad de sentirse vivos, de sentirse presentes.
La comida es el trampolín que propulsa. Saajan rebaña con gusto los recipientes de la comida que prepara Ila. Y después rebañara con entusiasmo las cartas que ella escribe, y ella a la inversa. Saajan vivía en coma vital, aparcada su vida, desde que había quedado viudo, entregado a la contabilidad, a los números, con los que había mantenido una aplicada relación durante treinta y cinco años. Pero con la vida había perdido el pulso, el contacto, el vínculo. Hay quienes para transformar su vida necesitan enfrentarse con su circunstancia, como Ila. Sabe que tiene que asumir que su matrimonio es ya un fardo, un cuerpo sin signos vitales. Sabe que tiene que buscar otra dirección, otra estación. Está decidida a probar si puede ser Saaajan. Este en cambio, tiene que luchar consigo mismo, y esa es una lucha quizá más complicada. Tiene que enfrentarse a cuestiones como sentirse alguien que ha perdido la juventud, a quien separan cerca de treinta años con Ila.
La relación con Shaikh logra también extraerle de ese recipiente de vida muda en el que se había confinado. En principio, le trata como una molesta irrupción en su espacio presurizado interior. Pero poco a poco, entre la progresión de la relación epistolar, que hace brotar de nuevo la sonrisa en su rostro, y distender los músculos de su expresión hasta ahora envarada como una máscara mortuoria, y la vivaz relación con su aprendiz, comienza a gestarse de nuevo, a darse a luz, a pensar y sentir en lo posible. A considerar si las direcciones incorrectas efectivamente puede que lleven a la estación adecuada. Una mínima duda, y quizás te pases de largo, porque las vías muertas por lo menos son un espacio familiar, sin incertidumbres. Como un televisor, o un ventilador que no deja de girar. Por eso, no hay que perder el hilo de la vida, el rastro de los sentidos, donde las emociones se alumbran y se rebañan con sonrisas desplegadas.
Se estrena el 30 de abril esta estupenda obra.
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