miércoles, 5 de marzo de 2014
Una vida en tres días
Hay a quien le cuesta recuperarse de una ruptura porque le ha abandonado aquel a quien amaba, aunque quizá sea más bien porque ha perdido el amor. Porque se puede dar la circunstancia de que más bien estuviera enamorada del amor. A Adele (Kate Winslet) le cuesta de nuevo arrancar, como al mismo coche que sólo utiliza una vez mes, para ir a comprar suministro de comida, porque prefiere mantenerse en su encierro, apartada del mundo, con su ceño fruncido, como si no dejara de controlar esos temblores que a veces afloran en sus manos. Adele es un manojo de temblores, piel interior demasiado sensible que ha perdido conexión con la vida, y navega a la deriva en su interior, Su único lazo es su hijo, Henry(Gatlin Griffin). Hay quien puede ver como una ironía que una mujer que no soporta salir al mundo exterior sea retenida en su casa, durante tres días, por un convicto prófugo, Frank (Josh Brolin). Claro que también suele calificarse a la poderosa atracción amorosa como rapto. 'Una vida en tres días' (Labor day, 2013), supone la consolidación de Jason Reitman como cineasta. Hasta ahora primaba, o dominaba, en sus obras el guionista, aunque ya se apreciaran destellos en alguna de sus obras, en especial en los primeros y últimos pasajes de 'Up in the air' (2009). Sus obras podían destacar por la caracterización de personajes,, por la construcción dramatúrgica, aunque tuviera más bien un perfil secuencial (primaba el fragmento o el conjunto) o escénico (la funcionalidad al servicio del texto o del actor).
En 'Una vida en tres días' las primeras secuencias están trazadas sobre una orquestación de miradas que perfilan las emociones y pensamientos de los personajes, de la madre y el hijo ante la irrupción en su vida de un hombre del que desconocen sus intenciones, una incógnita que adquiere la condición de amenaza. Las miradas tantean, se tantean, entre madre e hijo, y entre la madre o el hijo con el prófugo, Hasta las que acciones empiezan a definir las actitudes, hasta que las miradas destierran el recelo para dejar paso a la sintonización. Las cuerdas dejan paso a la elaboración de un pastel de melocotón. No hay tensión sino apoyo. De repente, las miradas empiezan a entrever que el tejido roto de sus vidas puede coserse de nuevo con la consistencia de un hogar, de una complicidad. Los pasos de baile que era color mudo dibujado en el suelo parece que pueden dotarse de cuerpos conjugados. Un gesto, una cabeza que se reclina, y se ha cruzado el umbral hacia la liberación. La música vuelve, y resuena incluso sin prudencia, con volumen elevado, como si, en el rapto de esa celebración, se olvidaran de que el mundo afuera no les miraría del mismo modo.
'Una vida en tres días' es el trayecto de una superación. Como lo es el de 'Her' (2013), de Spike Jonze, con la cual coincide en la configuración de sus flashbacks. El sonido amortiguado de los mismos en la de Jonze contrastaba con la atracción por una voz en el presente detenido del protagonista. Porque aún yacía en la mudez de un pasado no superado. En la narración de 'Una vida en tres días' se combinan diversos tiempos, trazos impresionistas definidos por un afinado sentido sintético eliptico, en los que prima la emoción, como espasmos que aún brotan en el presente, momentos, estados, espacios, sensaciones, gestos, agua que cae, despedidas, miradas que se distancian, más que diálogos (la huella de Malick también se extiende aquí). Cuando una voz, una palabra, surge de ese pasado, es como un filo que rasga. En principio, esos saltos al pasado parece que evocaran los inicios de la relación de Adele con quien fue su marido, pero enseguida se advierte que no es sino la narración, dosificada hasta los pasajes finales, del pasado de Frank, de los hechos que le condujeron a prisión, la gestación y desarrollo de su relación con quien fue su esposa. La confusión no es sino el reflejo de una identificación. Ambos son miradas heridas, cada una prisionera, una en su hogar, el otro en la cárcel, cuerpos que anhelan conciliarse con el amor, con una coreografía de los sentimientos (el primer gesto de acercamiento de él es cogerla por el talle).
La narración, en muchos momentos, toma la perspectiva de Henry, cuya voz ya adulto (la de Tobey Maguire) evoca la acción. En su caso, se alternan saltos al pasado (las primeras conversaciones con su madre sobre el sexo y el amor) con saltos imaginarios, sobre lo posible, lo que desea o teme, sea imaginarse con mujeres o que le abandonen, cuando no desenlaces trágicos. Es una mente en formación, emociones dando sus primeros pasos en el mundo, explorando sus sentimientos, o ese universo aún misterioso que son las chicas (como es el caso de la recién llegada). A través de la perspectiva de Adele se abren las fisuras en el presente de lo no cerrado o curado en el pasado, la raíz de los temblores de su mano, las complicaciones con sus embarazos, una vida que se fue frunciendo como si estuviera impedida para gestar en el sentido más amplio, tanto que fue abandonada. Y se hizo intemperie encerrada. Adele comparte con su hijo, como si fuera un grito desesperado a la vez que un anhelo no arrinconado, esa honda necesidad más allá de la excitación sexual que está relacionada con la necesidad de contacto humano, de sentirse en conexión con el mundo, reconocida.
Ese anhelo de conexión, de volver a sentir con la yema de los dedos la vida, fluye a través de una música interna que se conjuga con las miradas, con los gestos, modulada por la exquisita música de Rolfe Kent, y que parece raptar el aliento cuando la amenaza se cierne sobre su liberación, el encierro sobre su fuga. De ahí, la intensa emoción de sus pasajes finales, un hermoso montaje secuencial que enhebra un dilatado paso del tiempo, que transfigura el cambio, el deterioro, en permanencia. No discurre el tiempo. Del mismo modo que se vivió una vida en tres días, no hay paso del tiempo para lo que es permanencia en suspenso. Hay luces que no se apagan, manos que siguen cogiendo el talle en la distancia. Sorprende esa poderosa emoción por que no me imaginaba a Reitman jugando en la liga de 'Los puentes de Madison' (1995), de Clint Eastwood. Como apunta Henry, su madre, Adele, era un mujer que no quería salir al mundo. Pero realmente no lo necesitó para encontrarlo. Un rapto fue su liberación.
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