lunes, 17 de marzo de 2014
No soy nadie, pero mi gato se llama Ulises - A propósito de los hermanos Coen
1. Esperando a Godot, y buscando al gato. Llewyn Davis no logra ser lo quiere ser pero tampoco lo que no logra ser. Quizá sea Nadie, en tierra de nadie, en una tierra intermedia, ese dédalo de callejones oscuros, callejones sin salida ni dirección, a veces un paisaje nevado en el que no resulta fácil discernir y delimitar sus contornos, incluso a veces se confunde con la nieve del televisor. Esé laberinto a la vez parece un círculo. El círculo del reloj es el de los horarios que marcan los horarios de trabajos y la ruedecita donde se mueve el ratoncito y el del cero y el del hoola hoop cuyo movimiento se basa en los mismos principios que mantienen a la tierra girando alrededor del sol. Llewyn Davis no quiere sólo existir. Se resiste a ser lo que no quiere ser. Se resiste a ser un hombre que no estaba allí. Pero no sabe conectar. Está varado en su interior. También te puedes quedar varado en el interior de una bolera, como si fuera el interior de una gran ballena. Quizás pienses que lanzas la bola, pero quizás no eres sino un bolo, parecido a un matojo de hierba que arrastra el viento.
Te has quedado en una tierra de nadie, como una figura petrificada, aunque no lo parezcas. Un poco sí cuando la ceniza embadurna tu rostro más que por un golpe de viento por la torpeza de quien piensa que controla cuando no controla nada. Tienes nombre de figura importante, de millonario, Lebowski, pero no eres nadie o nada, aunque tampoco la figura importante lo sea mucho más que tú pese a las apariencias. Ambos estáis impedidos de un modo u otro. Tú parece que aspiraste a cambiar el mundo, pero en cambio tu vida tiene fecha de caducidad desde hace ya tiempo, porque te quedaste aparcado sobre la alfombra de sueños con sonido de bolos golpeándose como si Sisifo se embriagara con el sonido de la roca precipitándose ladera abajo una vez más. Aunque la ladera tenga más bien aspecto de bolera. O quizás sea un supermercado. Pero tampoco tienes demasiadas preocupaciones, ni conflictos con el mundo. Incluso, el narrador de tu historia a veces pierde el hilo, y no pasa nada. Resulta difícil tener una visión de conjunto, sobre todo cuando tienes que aceptar que eres un hombre que no estaba allí, que eres otro pelo más, un bolo más, que nunca has salido a la superficie, que eres indistinguible en la circulación de trámites que llaman realidad. Tenías tu lugar, eras algo, tenías un papel, eras el peluquero. Aunque sentías que ese algo realmente era otra alfombra bajo la que barrías los pelos de tu sentimiento de que eras nada, nadie. Humo tras tu uniforme de peluquero.
Uniforme eres, como tantos otros. Y tu mente se fuga, busca aún encontrar la música que te haga sentir que lo vives no es una suma de accidentes. Porque así lo parece. Entre parecer y ser, hay cierta confusión, humo que perfilan barrotes con la luz. Un tapacubos, al fin y al cabo, asemeja a un platillo volante, sobre todo cuando el primero sale despedido a causa de una colisión. No sabes de qué lado caerá la moneda, resulta difícil hacer previsiones. Quieres fugarte de un realidad que te parece un compartimento estrecho, una caravana angosta en una realidad que asemeja un desierto, y quizás tomes atajos, pero siempre serás visible, siempre estarás expuesto, y la realidad uniformada llamará a tu puerta aunque tenga apariencia de extraterrestre con un peinado de tazón, mirada trastornada y afición a los métodos de ejecución de los mataderos. Persigues sueños, y quién sabe quién o qué acabará persiguiéndote. Te preguntas por qué tú no puedes tener hijos y en cambio otros tienen quintillizos. Hay una distribución que no parece muy equitativa. Dejas de lado tus escrúpulos, y robas a un cadáver, aunque después retornen los escrúpulos, pero ya sea demasiado tarde. Te toca entrar en el matadero. Haces planes, pero las marañas pueden ponerte la zancadilla. Y quizás tú hayas colaborado en que así sea.
No parece fácil discernir el diseño de la realidad, el entramado de relaciones, las motivaciones de los demás, aunque las habitaciones donde vives tengan formas oculares. La trama del sentido, de la narración y de la vida, se desintegra o difumina en un universo de engañosas apariencias, limitadas perspectivas, y absurda y, a veces, fatal aleatoriedad. Quizás no seas sino una diminuta figura en la inmensidad de un paisaje nevado, resbaladizo y uniforme. O en el de la nieve de las ficciones que se traman. Quizás pienses que te has rebelado contra tu posición en el aparcamiento de la realidad, y nunca está de más ese gesto, pero quizá sea un callejón sin salida sin apariencia de serlo. Las paradojas suelen habitar la ironía. El protagonista de 'Sangre fácil' vivía en una calle sin salida. Todos los personajes del laberíntico relato se extravían en los callejones sin salida de su limitado o erróneo discernimiento, de su recelo o de su susceptibilidad. Pensar lo peor suele ser un resorte tan básico como tener hambre.
Hay nieve en los televisores, los residuos de una vida que no es sino ficción, las proyecciones y especulaciones en las que tantos se extravían, incluso precipitándose en el abismo. No hay muchas transiciones reales, porque no hay movimientos, aunque los personajes se desplacen físicamente, pero quizá sea una cinta corredera. Huyen, pero sólo demoran la captura. Te crees un cazador y te revelas como presa. Intentas captar la realidad, y quizás te topes contra una pared, o una roca en el agua, o un cuadro. Los barrotes de la incertidumbre te dominan, porque te pueden convertir en prisionero de tu obcecación por controlar los acontecimientos, la realidad, a los demás, y esos barrotes se convierten en haces de luz provocados por las balas que han perforado inútilmente la oscuridad, porque tus deducciones eran más bien un fatal fuego cruzado.
Tu mirada ha intentado poner alambradas en la inmensidad de la pantalla blanca de la nieve. Puedes perseguir y atrapar a la sombra que inundó tu vida con la consciencia de la pérdida, pero no siempre será así, también habrá pérdidas, tu brazo, tu caballo, y al final el tiempo te convierte también en pérdida definitiva. El tiempo siempre te atrapa. No sabes si habrá un huracán que arrase tu casa o si te llamarán para decirte que lo que temías como un tumor maligno no era sino benigno. No resulta fácil discernir las ecuaciones de los acontecimientos. La mirada interfiere, y a lo real le gusta sembrar incógnitas. No sabes si hay o no un gato en la caja. Por eso, quizás no llegues a casa. El gato sí, porque se llama Ulises, y hace juegos malabares con los quizás.
2. La mirada del exilio. El corazón de la obra de los Coen, la raíz de su mirada exiliada, reside en la mirada de Tom Regan. el protagonista de 'Muerte entre las flores' ¿Qué es lo que palpita tras esa mirada, entre desapegada y melancólica, entre cansada y reflexiva (como si no dejaran de bullir en su mente mil pensamientos), y tras esa presencia, que parece camuflarse en el segundo plano, entre bambalinas, como quien se escuda en el hielo de la aparente indiferencia, y como quien ya se restringiera a 'comentar la acción' desde fuera ajeno a este mundo? ¿Desilusión, resignación, templanza? Su agudeza analítica parece destacarle en su entorno, en el que, por ella misma, parece fuera de sitio, paradojicamente. Y quizá tras esa mirada laten aún brasas que ha preferido mantener hibernadas para poder seguir sobreviviendo. En la secuencia final, en el cementerio, espacio desenmascarador de los diversas escenificaciones sobre las que se trama la vida, la realidad, la cámara realiza un vigoroso travelling hacia él. Se ajusta el sombrero (ese que siempre se le caía cuando le golpeaban) y alza su rostro, ensombrecido por el ala del sombrero, dirigiendo su mirada, con determinación, a lo que ya está fuera de campo, el artificio de unas relaciones intrincadas y corruptas. Sabe sobre qué frágiles, y fútiles, tabiques, se sostiene la maraña de la realidad. Y sabe quién es él, y a dónde no pertenece.
3.Epílogo (por el momento). Para terminar, el comentario de un científico sobre el movimiento del hoola-hoop en el cuerpo humano, en 'El gran salto': 'En realidad, es un chisme muy sencillo. Se basa en los mismos principios que mantienen a la tierra girando alrededor del sol, y que les impide a ustedes salir volando de la tierra a los fríos confines del espacio, donde morirían de forma miserable. Sí, es el mismo principio, excepto por el pedazo de tierra que le han metido dentro para que la experiencia resulte más agradable'.
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