miércoles, 19 de marzo de 2014
Entre la ciudad blanca y la tierra de nadie, late una llama en mi corazón: Los viajes de Tanner
'Eros implica atracción, pero por encima de todo, eros es el gran transfigurador del tiempo. Desde los inicios de la cultura el juego más serio al que se han dedicado los hombres es preguntarse acerca de la naturaleza de lo erótico. Mi respuesta es: su naturaleza es la transfiguración del tiempo humano. Cuando vivimos al margen de su influjo vivimos en el seno de una edad de bronce, sujetos férreamente a la cadena temporal, y en la que todos nuestros actos están abocados a ser materia de olvido. Por contra, únicamente bajo su influjo se tejen nuestros momentos áureos, nuestra edad de oro, aquella que nutre la memoria y, consecuentemente, da verdad a la vida'.
('El cazador de instantes. Cuaderno de travesía 1990-1995', Rafael Argullol
1.El cine de Alain Tanner es un cine sobre personajes desplazados, que no encuentran su lugar en una sociedad mecanizada, en el que el mismo tiempo es parte de un código de circulación, y en el que integración implica enajenación, convertirse en sumisas funciones en la casilla adjudicada dentro de una producción en serie,en la que eres útil si produces y aceptas las condiciones estipuladas. Un mundo de aduanas visibles, o invisibles. El desplazamiento podía ser físico, como el de las dos chicas de 'Messidor'(1979) que se dedican a errar por las carreteras de Suiza haciendo autoestop (errar es no ser productivo, no hay viajes interiores, sólo los que realices como turista), o habitando otro espacio, como el marinero maquinista de 'En la ciudad blanca' (1983), que es habitar la vida de otro modo, ejercitando la mirada, ya no inercial, viviendo los momentos (sentirse presente), fluyendo con el tiempo (ese no hacer nada que se considera improductivo), como si estuvieras fuera del mundo, pero a la vez estás más próximo a lo que es, como la vida alternativa, despreocupada de valores materiales, del personaje de Trevor Howard en 'A años luz', en los apartados parajes de Escocia.
El personaje de Trevor Howard también intentará lo imposible, volar como los pájaros. No resulta fácil transformar la desilusión en proyecto de vida alternativo. Las protagonistas de 'Messidor' quieren romper con una vida pautada sobre un rígido guión que las fosiliza en un enajenante modo de vida, quieren salirse de la pantalla, convertirse en dos figuras sin nombre, sin destino preestablecido, y acaban convertidas en seres de ficción, personajes en la pantalla televisiva, en la que se las considera peligrosas delincuentes, y sobre las que se especula sobre sus vínculos criminales.
2.En 'Tierra de nadie' (1985), Paul usa una contraseña en los contactos con los que cruzan la frontera: la gallina ciega y sorda. En esta sociedad, nadie hace ni dice nada, nadie quiere decir ni hacer nada, ciegos y sordos, ajenos a lo que les rodea, como autómatas. Los que están a contracorriente se quedan en tierra de nadie, con un pie dentro y un pie fuera..
3. En 'Charles, vivo o muerto' (1969), opera prima de Alain Tanner, Charles (Francois Simon), dueño de una compañía relojera, habla a las cámaras de televisión o al espejo, según esté muerto o vivo, aunque le cueste definirse. Porque si su abuelo era un relojero, su padre un hombre de negocios y un relojero, y su hijo un hombre de negocios él es algo que no quería ser, y por eso le cuesta definirse, porque su vida ha sido definido por otros, como quien se ajusta a unas pautas o un guión preestablecido. Cuando tenía veinte años, como acaba reconociendo ante las cámaras, cuando ya habla ante ellas como si fuera ante el espejo de su soledad, no sabía lo que le gustaba pero sí lo que no le gustaba, ese mundo definido, ese mundo que le imponía su padre, ese mundo en el que sentía que no respiraba porque las relaciones humanas le parecían dominadas por el dinero, el conformismo, las convenciones y los prejuicios. Pero no supo enfrentarse a sus circunstancias, a la voluntad de su padre, aceptó su lugar en el mundo, en la cumbre heredada. Pensó que quizá desde esa posición algo se podría realizar para conseguir algunas transformaciones en el mundo. Pero se convirtió en un hombre muerto, en un hombre preocupado por su sustento, con su vida diagramada, como usaba unas gafas que realmente no necesitaba. Su vida era un escenario.
Y, por fin, Francois decide despertar, rebelarse, decir lo inconveniente, y desaparecer, en los márgenes, entre las sábanas de la cama de una habitación de hotel de la que ya no desea levantarse. Despierta, negándose a ser un engranaje, a ser una función en un sistema, para postrarse. La negación tiene que convertirse en construcción, en opción, sino se aboca a la deriva, a la colisión o al extravío ¿Es factible sembrar una alternativa forma de vida, materializarla y hacerla duración, una actitud que supere el mero gesto disidente y se arraigue? Charles parece encontrar esa opción en una pareja, cual bohemios anarquistas rurales, que vive en una granja, separados del mundanal ruido, y que no parecen necesitar lo que se supone que hay que necesitar. Eso implica habitar la duración del momento, no preocuparse de inversiones ni de beneficios ni de qué coche posees
4. La primera imagen que vemos, en 'La salamandra' (1971), de Rosamunde es trabajando en la fábrica, un largo plano de su repetitivo trabajo, de la elaboración en serie de salchichón, la reproducción sin fin de lo mismo. Las imágenes finales muestran a una muchedumbre entregados a otro fébril ritual, que aún nos 'enajena', la compulsivas compras navideñas, mientras 'a contacorriente', avanza entre las indiferencias figuras ( en serie) una sonriente y exultante Rosamunde, dispuesta a mantenerse firme en no permitir que le impidan que sea y actúe como es.
5. En la ciudad blanca, el tiempo se expande, flexible, como un fluido. La maquinaria cesa, los nombres se diluyen, no hay pasos marcados. No hay rígida cartografia, no hay lunes, no hay estaciones, no hay horas vespertinas, no hay segundos indefinidos. El tiempo es una corriente donde uno se sumerge.Los momentos saltan y nos atrapan con su latido, y jugamos con sus sabores y sus mareas. Palpamos al acecho los rincones del tiempo, cada esquirla y cada suspiro. Todo nace a nuestra mirada, con la cara lavada, sin maquillajes de cadenas de horarios. En la ciudad blanca los momentos respiran y los vivimos en su radiante desnudez.'En la ciudad blanca' (1983), de Alain Tanner, es la exploración de un mundo sin brújulas y con un intangible diapasón. Paul (Bruno Ganz) abandona el barco donde trabaja de maquinista, desembarca en Lisboa, y se deja mecer por las olas de una deriva, la de dejarse llevar por las sensaciones, el fluir incierto.
Su lazo con el mundo que deja atrás, son las cintas con las imágenes que graba en sus recorrido, al acecho de los instantes, de los tránsitos, y que envía a su esposa en Suiza. Las cortinas se mecen con el viento. Las olas del mar acompasan el diálogo de dos cuerpos desnudos. La música de una armónica dibuja trazos invisibles en una terraza que es horizonte. A la deriva. Quizás, y esa interrogante palpita entre las serenas imágenes de esta búsqueda de la sensación verdadera fuera del mundo regido por las casillas y el tedio, quizás la deriva tenga un límite, pues la errancia sin fin tambíén puede implicar el extraviarse. Quizás en el equilibro resida la alquimia, aunque parezca que en este mundo se ahoguen las exploraciones que rompen con el tiempo cosificado, con las sensaciones angostadas en el hábito.
6. La protagonista de 'Una llama en mi corazón' (1987), le decía a su pareja, un periodista que no paraba de viajar ( pero no viajaba realmente), que ella sí viajaba, al centro del corazón, donde quema.
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