Y la singladura prosigue con la mirada en las alturas, en la acróbata que concilia con la tierra a ras de suelo, con el fluir del tiempo, con el cuerpo desplegándose como una sonrisa. La sombra y el cuerpo se hacen uno, y la mirada perfila su timón en la coreografía de aquellos ojos, de aquella voz, de aquellos gestos que conjugan sobre el temblor funambulista el fulgor del firmamento y el pálpito de la tierra. Es hora de despegar, tiempo que de que el sueño se haga presencia. Hay que Dejar que ocurra...Ya
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