jueves, 6 de febrero de 2014
Her
Entre las líneas de las palabras, entre las motas de polvo, entre los copos de nieve, ¿qué hay? ¿qué se crea? Ella, Él. Pantallas, relaciones, interrogantes.
Prologo: Comencemos con una autocita. En el texto que escribí sobre Spike Jonze para 'Cine XXI. Directores y direcciones', venía a decir que 'Donde viven los monstruos' (2009) dejaba en evidencia, de modo manifiesto, la condición de Jonze como usurpador de excepcionales identidades ajenas (caso de Charlie Kaufman, guionista de sus dos primeras películas), así como su escasa capacidad (más patente en su anodina tercera obra) para crear atmósferas, un tono, o variar de registro cuando la narración lo requiere (en el último tramo de su segunda obra, 'El ladrón de orquídeas', 2002, cuando no aplica la ironía del texto de Kaufman sobre recurrir a los finales convencionales genéricos), lo que es decir, su carencia de mirada,o estilo propio, cual rémora de su material de partida. Jonze quiere ser otro, pero ni siquiera eso puede. Bueno, toca desdecirme. 'Her' (2013), parte de un guión suyo, resulta singular (sin aditivos ni matrices de las que revelarse extensión), y me parece su mejor obra, su obra más plena, en la que consigue modular admirablemente un tono, en concreto el de la melancolía. En las primeras secuencias, tras presentarnos a Theodore (Joaquin Phoenix) realizando su trabajo, escribir cartas de encargo, ordena a su móvil buscar una canción melancólica: Y eso es la película, dos horas de exquisita canción melancólica.
Si 'Como ser John Malkovich' (1999), construía sus cimientos sobre 'Cómo ser otro (fugándose de uno mismo)', y 'El ladrón de orquídeas' sobre cómo puedo ser yo (así), 'Her' lo hace sobre 'Cómo puedo conectar con el otro', cómo puedo crear una relación armónica con el otro, con el que está allá afuera (de mí). En la pantalla de la promoción de la aplicación de sistema OS se lanza esa pregunta a los viandantes, '¿Qué hay afuera?'. Theodore necesita que organicen su vida, pero no cuenta con que la voz (de Scarlett Johansson) de ese sistema operativo, cual secretaria asistente, propicie otro tipo de organización, no sólo del disco duro de su ordenador sino el de sus emociones, sentimientos, entrañas, la creación de un universo aparte, encapsulado, en el que se sublima la proyección convirtiendo la materia en mera sombra: la materia del amor es una voz, voz de un sistema, ilusión de lo no perecedero.
2. Precedentes: Charlie (Nicolas Cage), guionista, el protagonista de 'El ladrón de orquídeas', es un trasunto de Kaufman, al que vemos cómo asiste a una simulación del rodaje de la primera obra de Jonze, Cómo ser John Malkovich. El guionista tras el titiritero (lo que era Craig (John Cusack), en la opera prima), y su equiparación; las frustraciones y carencias del autor o ser real, el disgusto autoinmolativo con su físico (feo, gordo), con su forma de ser, con su timidez que le incapacita para saber relacionarse y, como reflejo de su incapacidad de lograr dominar su vida, debatiéndose con su obra, preguntándose qué quiere expresar. Ansia ser lo que representa esa excepcional orquídea fantasma, determina que se obceque en ese propósito (perseguir ese fantasma de la mente: ser un gran guionista original que se salga de la convención; ser alguien que no sea como tantos otros, o que sea tan escasamente atractivo como muchos otros) como a su vez tema lograrlo (la conformidad con la propia vulgaridad, aunque resulte insuficiente, pero da miedo cruzar el umbral a la realización). Es más confortable soñar con poder ser Malkovich, o la escritora que adapta su guión, y con su relación con el (fuera de lo corriente) hombre que no es sino una combinación de admirados arquetipos, cowboy y hombre salvaje. En el 'entre' de cómo ser otro y cómo puedo ser yo (así) resuena el conflicto de la adaptación social ( título original de El ladrón de orquídeas, Adaption). Preocuparse de la imagen, de lo que uno parece a los demás, de su reconocimiento y aceptación, que puede determinar el anularse al desaparecer en una construcción de identidad plegada a un modelo (común,o excepcional), o huir a donde viven los monstruos (aunque sea en la propia mente). Anhelo de sentirse titiritero y guionista de los propios sueños, y temor de ser una mera marioneta de modelos ajenos y del propio extravío y desconcierto.
3. Proyecciones y realización. Theodore no busca otra forma de ser pero sí de relacionarse. Mantiene conversaciones telefónicas en chat eróticos, que le reporten un placer provisional, un consuelo, como las canciones melancólicas. En su primer plano fuera del edificio donde trabaja, su figura parece achatada, cortada en el encuadre, en el que resaltan la altura de los edificios. Theodore se siente seccionado. Rompió con la mujer que amaba, Catherine (extraordinaria Rooney Mara), y aún no lo ha superado. Aún la ama. Las (bellísimas) imágenes, silenciosas, mudas, se incrustan en su presente como un reguero deshilachado de evocaciones que no son sino residuos de una herida que aún impide que sueñe, que duerma. Necesita otros sueños, otros olvidos. Necesita dejar de amar a lo que fue y ya no puede ser. Su habitación rezuma distancia, es un espacio amplio, como el exterior que contempla desde sus grandes cristaleras, ese espacio urbano de elevados edificios, de cristal o piedra. Distancias, reflejo de aquellas en las que se pierde en su interior, por lo que busca recogerse en un rincón en el que se sienta a salvo, un refugio en el que ya no tiemble y observe el silencio de sus paredes o cristaleras. Y lo cree encontrar en esa voz que le cautiva, con la que crea un mundo aparte, en el que se siente inmune, en el que no hay rupturas, no hay papeles de divorcio de firma mientras mira el rostro de aquella que amó y que reprocha su forma de ser ( o de no ser, de morderse las palabras, de no saber escupirlas, liberarlas).
Theodore escribe bellas y conmovederas cartas que reflejan los sentimientos de otros, pero es incapaz, o le resulta sumamente difícil, articular los propios. Por eso piensa que fracasó en la relación. Se siente como alguien que desconcierta, como un rostro, unas emociones, que se escurren fugitivas, indecisas, indefinidas. Intenta superar el peso de una decepción, de las heridas que aún lastran su voz, su mirada, con nuevas citas, como su cita a ciegas con el personaje que encarna Olivia Wilde, pero la intemperie de lo real, del cara a cara, de la mirada que demanda certezas, cimientos sólidos, proyectos que construir, le resultan una distancia difícil de superar y cruzar. Y se repliega, como tantos otros en el regazo confortable de la relación virtual, un fantasma que se convierte en refugio e ilusión o espejismo de cura, ya que es más bien un papel pintado que puede rasgarse en cualquier momento, una pantalla en blanco sobre la que se proyecta lo que se intentó proyectar, pero sin éxito, en una relación de presencia, que la otra persona, la persona que se ama, diga y haga lo que quieres y deseas. Pero el otro no es una pantalla, no da la réplica que se espera con el guión que se teje en la propia fantasía, en la propia mente. Los otros no son extensiones de uno mismo, y pueden tener sus propias variabilidades, como las de la meteorología,y tienen su propia voluntad.
Con esa voz, con ese fantasma, con esa pantalla virtual, como tantos otros que transitan en las calles, como los que observa surgir de la boca del metro, que parece que hablan solos (lo que antes se calificaba de signo de locura ahora es algo familiar, mobiliario de la urbe: ya no son siquiera necesarios el aparato visible con el que se habla: unos meros auriculares y parece que hablamos solos, con nosotros mismos, como los que se consideraba trastornados tiempo atrás), se proyecta lo que complace, lo que se necesita. Sentimos que nuestra vida se organiza, se estructura, puede ser previsible, puede controlarse. Si en las relaciones (unos más que otros) se intenta modelar la pantalla que representa el otro (inconscientes de la virtualización de las relaciones), como refleja la relación entre Amy (Amy Adams) y Charles (Matt Letscher), derivando en tensiones que pueden culminar en desencuentros, colisiones y hasta rupturas, por qué no buscar el reconfortante sueño sin conflictos de la virtualidad manifiesta.
Aunque en ese espacio también surjan los quistes que engarfian toda relación, las dependencias, los celos posesivos que no soportan que el ser amado tenga una realidad, una serie de relaciones, en las que no está presente y no es el centro de la pantalla del ser amado. E incluso, ironías, la misma máquina también aspire a ser cuerpo, y reclame, y cuestione, y proteste ( y busque en otro cuerpo su extensión). 'Ella' (Her) esa pantalla, que también puede ser 'Él' (His), pantallas en las que transferir y descargar y proyectar el antídoto contra las faltas y carencias o huellas doloridas en la relación con lo real. Mientras observas los edificios, reflejos de los cuerpos que transitan por la calle, en cuyos circuitos interiores tan difícil resulta penetrar, internarse y comprender, entre las líneas de las palabras, entre las motas de polvo, entre los copos de nieve, ¿qué hay? ¿qué se crea?
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