lunes, 27 de enero de 2014
Vendredi soir
Quizá no haya muestra más clara de que el cine de Claire Denis no transita, preferentemente, los senderos de la psicología sino los de las coreografías que 'Vendredi soir' (2002). Es un cine ante todo de cuerpos, de deslizamientos, materia y música. Difusos territorios o trayectos que hacen cambiar el paso para la conexión e interacción con la propuesta narrativa. Los anclajes se disuelven, los nexos son otros, escurridizos, e implica adaptarse a la nueva atmósfera. Un gesto, luces, el humo de un tubo de escape, el ruido los muelles de un colchón, el agua sobre la piel. Supone todo un desafío, como el de otro compatríota, aún más radical en su planteamientos, Philippe Grandrieux, como ejemplifican 'La vie nouvelle' (2002) y 'Un lac' (2008). Hay ocasiones, en una primera toma de contacto, en que me parece que la cineasta no logra, paradójicamente, dotar de cuerpo al sugerente planteamiento, como si quedaran varias lineas de puntos indefinidas, y no lo digo porque juegue con la desestabilización que propicia la desubicación sobre los nexos de la trama o entre los personajes, o sobre su carácter. Denis nos lanza al agua, como quien nos empuja, para que empecemos a bracear en lo que quizá sean corrientes tumultuosas, eso que intenta condensarse, infructuosamente, bajo el término 'atmósfera'.
Quizá es que depende del estado en ese momento. Pero a veces parece que las superficies sean opacas, como si no calaran, o el trago supiera a poco, como '35 tragos de ron' (2008). O como en L'intrus (2004) o 'Les salauds' (2013), sobre las que se podría rastrear ciertos vínculos en su intento de realizar esquivas radiografías de unas circunstancias sociales y económicas en proceso de gangrena o demolición, como si quisiera dar cuerpo a su nocivo virus, al que nos ha conducido a este callejón sin aparente salida, y dominado por las inmundicias, en el que parecemos sumido. En estas obras no sentí, en esa primera inmersión, la fluidez orgánica que, por ejemplo, sí sentí en la que me parece su obra cumbre, 'Beau travail' (1999), la cual finalizaba, precisamente, con una arrebatadora danza en una discoteca, cortesía de Denis Lavant. O también en 'Una mujer en áfrica' (2009), o en este viaje al principio de la noche (de viernes) que es 'Vendredi soir'. Hay algo de sueño, de inmersión entre los pliegues de la mente y el deseo, de espacio intermedio, como el mismo viernes noche, umbral entre los días corrientes laborales y la promesa de lo extraordinario del fin de semana. Resuenan ciertos ecos de aquellas soberanas primeras obras de Andre Delvaux, entre el sueño y la vigilia, 'El hombre del cráneo rasurado' (1965), 'Una noche, un tren' (1968) o 'Cita en Bray' (1970).
'Vendredi soir' es una adaptación de un novela de Emmanuele Bernheim (autora de la muy sugerente 'Una pareja'), quien también ha colaborado con Francois Ozon en algunas de sus más atrayentes, y también más heterodoxas, obras, 'Bajo la arena' (2000), 'Swimming pool' (2003) y '5 X 2' (2004), en las que el relato y la realidad se fracturan y despliegan, y fusionan y fundan otros senderos y perspectivas, como si hubiera múltiples maneras de plantear un relato, de mirar la realidad. 'Vendredi soir' comienza entre cajas, luces desenfocadas (que pertenecen a la circulación de coches en la oscuridad), y tejados de edificios de París. 'Vendredi soir' es un trayecto desde el cierre, la opresión y el desenfoque, a la liberación: una sonrisa en movimiento, un cuerpo que se despliega caminando por las calles de París como quien se propulsara. Una sonrisa que quizá sea el conjuro contra un miedo, quizá una despedida, una contraseña buscada en otros rostros y sueños, una celebración de los pasos propios aunque varíe el escenario de su vida y este sea compartido. Es el trayecto de una mudanza interior. Porque Laure (Valerie Lemercier) está de mudanza, mira a una casa, susurra 'nuestra casa', porque tiene que acostumbrarse a asimilar que ya no es 'tu casa', la de su novio, Francois, sino 'nuestra casa', la que van a compartir a partir del día siguiente.
Lauren se siente exhausta, porque el cambio radical, la expectativa y el miedo, le sumen en cierto sofoco emocional que la oprime. Lauren se siente en cierto atasco vital, como el que padecen las calles de París. Hay rostros de hombres que se convierten en figuras amenazadoras,como si quisieran irrumpir en su espacio íntimo, vulnerando su centro de gravedad. Porque ahora su espacio ya no será sólo su espacio, su propio espacio, será un espacio compartido con una figura masculina, que 'irrumpe' y 'vulnera' su intimidad, porque ella ha aceptado exponer su vulnerabilidad, su intimidad, con él. Lo que también parece implicar que ya no se considerarán otros rostros en la circulación, será como un cierre, como una clausura. Una mudanza que parece cierre de persiana a otras ventanas de la vida. Esta noche de viernes, esta noche que es umbral a una nueva forma de habitar la vida, un rostro se distingue entre el conjunto, un rostro que la mira, un rostro con el que conecta, Jean (Vincent Lindon). Y ese cuerpo se introduce en el coche, y con ese cuerpo conversa esa noche, con su mirada,con su cuerpo, en un restaurante, o entre sábanas. Poco más sabemos de ellos, son cuerpos que se encuentran, conectan, y expanden. Un momento que parece un sueño, un momento que se muda y se hace presencia. Los tejados dejan paso a las superficies de los poros que se hacen música a través de una narración que nada entre los pliegues, los que se palpan en las miradas, en las entrañas, en la piel. Con 'Vendredi soir' hay que dejarse llevar, como si fuera agua, navegar en su pálpito.
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