jueves, 23 de enero de 2014
Nebraska
Hay vidas cuya conversación gira alrededor de los coches, sobre sus marcas, o sobre lo que se tarda en recorrer determinada distancia. Hay quien incluso se sienta en una silla en su calle esperando ver los coches que pasen, muy de cuando en cuando, mientras otros lo hacen ante el televisor, a veces despiertos, a veces dormidos, aunque cueste diferenciar los estados, o quizá en la barra de un bar, compartiendo alguna frase de cuando en cuando. Es una vida estacionada,apoltronada, inmóvil. Como lo es la de Woody (Bruce Dern), aunque parece que, ahora en su ancianidad, en su vida retirada de la circulación, siente una imperiosa fuerza que se asemeja al desbocamiento. Una y otra vez se pone en movimiento como un resorte que ya no puede estar en posición de pausa. Una y otra vez le encuentran encaminándose en plena carretera en dirección a Nebraska, cuando él vive en Montana, a cientos de kilómetros. La razón es que está convencido de que le ha tocado un millón de dolares en una lotería, y nadie logra convencerle de que es un timo parte de una promoción publicitaria.
Su esposa, Kate (June Squibb) y su hijo mayor, Ross (Bob Odenkirk) piensan que la solución es simple, un estacionamiento aún más retirado y marginado en su vida inmovilizada, ingresarle en un geriátrico. Pero su hijo menor, David (Will Forte) no piensa igual, quizá porque no lo tiene claro en su propia vida. No sabe cómo estar seguro, qué decisiones tomar. Su novia le ha abandonado porque no se decide, ni a casarse ni a romper. Es otro tipo de vida estacionada, como si viviera a través de un cristal aislante, a través del cual no se oye el sonido, como el de su trabajo, en una tienda electrónica, tras el que hace escuchar los equipos de sonido a los clientes. David se siente aislado, como si viviera una realidad amortiguada, en el que se ha perdido el sonido por el entumecimiento de la inercia, y ya no se sabe lo que se siente, o se quiere hacer con la propia vida.
'Nebraska' (2013), de Alexander Payne, es una road movie que no es una road movie, porque habla de los estacionamientos de la vida. También lo es la forma de conocer a los demás, un conocimiento estacionado. David, aunque sepa que es un engaño lo que le espera al final del trayecto, decide llevar a su padre hasta Nebraska, porque quizá advierte que es el espasmo de los últimos residuos de vida en su padre que se resigna a la desaparición definitiva. Y en el viaje se percata de cuán poco le conocía. Sabía que era mecánico durante la guerra de Corea, pero no que había sido abatido un avión en el que viajaba. No sabía las razones por las que se había casado con su madre, si la amaba o no. Conoce a una mujer que fue su novia antes de su madre, y la mira como si hubiera podido ser su madre, si no hubiera mostrado más resistencia que su madre al sexo. Payne filma en blanco y negro, como si filmara una vida apagada, ya renqueante, como la forma de desplazarse de Woody, quien no parece resistirse a realizar algún sueño, aunque sea como la falena que se dirige a la llama de un espejismo. Nebraska representa una impostura, un lugar al final del camino que no existe. La aspiración de todos, ser ricos, millonarios, poder disfrutar de una vida que no sea sólo contemplar cómo pasa como un coche delante de tu casa. Woody es uno de tantos que se ha creido lo que le dicen. Quizá por eso se hayan aprovechado tanto de él a lo largo de la vida. Y ahora que los demás piensan que se ha enriquecido, se adhieren como parásitos ávidos de una porción.
En una de las paradas del camino Woody y David contemplan las cuatro efigies del Monte Rushmore. Woody señala que parece un trabajo sin culminar, como si se hubieran dejado trazos sin realizar. Como la realidad de tantas vidas. Incluso, a Lincoln parece que le falta una oreja. Precisamente, es en Lincoln, Nebraska, donde está la empresa que ha enviado esa engañosa publicidad de su producto. Pero ¿quién escucha a quién, o quién se preocupa de la vida de los otros, cuando aún la propia está irresuelta, o se ha convertido en un esbozo permanente?. ¿Y qué hay que escuchar si sólo te cuentan historias falsas para venderte algo o conversaciones triviales que hablan de la nada que no se mueve aunque con diferentes carrocerías y en diversas distancias pero que siempre son la misma, el lugar donde permaneces varado? Y cuando ha pasado el tiempo, y cuando ya parece irremisible que haya una rectificación,.o una mejora, ya no es que quizá no recuerdes tu pasado, sino que realmente ya no importa evocarlo. Simplemente, Echas a andar hacia un espejismo, empecinado, resuelto, como un gesto que es un espasmo de una insatisfacción acumulada durante tantos años estacionado ante tu televisor, entre suspiros que son exhalaciones de vida que dejas que se fugue.
Porque Woody ha dejado que le conduzcan su vida, y a donde ha llegado no es sino un paraje sin color, un estacionamiento. Quizá recuperar un compresor de aire sea un cálido consuelo, aunque quizás haya una confusión y se coja el que no era (en una de las secuencias más afortunadas de la película). No importa, como lo que recuerdas o dejas de recordar, o lo que sí recuerdas, pero duele (la bellísima secuencia en la que recorre las habitaciones, ahora desastradas, vacías, con sillas rotas y cabeceros de cama quebrados, de la casa en donde vivió en su niñez). Lo importante es que has cogido aliento por un segundo, que has recorrido esta vez al volante la calle del pueblo de tu infancia, pero no como el millonario que todos admiraban con sonrisas falsas a interesadas, sino como el forajido o sheriff que ha desenfundado su mirada y avanza desafiante por la calle, con la mirada firme. Por un instante, no era el que miraba pasar los coches, sino quien conducía hacia algún horizonte que no era papel pintado con falsas promesas.
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