domingo, 8 de diciembre de 2013
Monos como Becky
El cerebro es un laberinto. Desde luego sus configuraciones son equiparables. O lo es el recorrido de preguntas para desentrañar lo que es la realidad, lo que somos, la relación que establecemos con los demás, con el entorno, con nosotros mismos. Portamos lo que parece un equipaje de respuestas, pero son instrumental que nos han dado a la entrada del laberinto, y las salidas quizá también sean parte del decorado. Nunca las traspasamos porque pensamos que lo son, hasta que quizá un día lo hacemos y advertimos que conduce a otros pasadizos,a otras preguntas. ¿Qué somos? ¿Cómo habitamos la vida? ¿Aprovechamos todo nuestro potencial? ¿Qué es vivir?Ante el dilema de si podemos sacrificar la consciencia para poder sobrevivir sin dolor ni conflicto, ¿qué respuesta o salida podemos elegir?. Ser duración, pero no consciencia. La vida prosigue en su estrato más rudimentario y elemental, como un resorte biológico. El dolor, el trastorno, el conflicto ha sido suprimido, y ¿qué es ese residuo entumecido en el que nos hemos convertido? Un cuerpo que está, un cuerpo que ocupa espacio, una mente ausente, reducida. En la secuencia introductoria de 'Monos como Becky' (1999), de Joaquín Jordá y Nuria Villazán, diversos pensadores, filósofos, psiquiatras o neurocirujanos se desplazan por un laberinto mientras introducen, aportan, los primeros tanteos de esas preguntas que recorrerán la obra y se mantendrán como eco tras que haya finalizado.
Como eco quedan unas palabras al finalizar los genéricos, con el título de la película, mientras una imagen da vueltas en su interior, como las preguntas rotan durante la narración. Un psiquiatra afirma que antes trataban a los calificados como trastornados, ahora lo hacen a toda la población. 'Para todos' se repite como un eco, mientras da vueltas la imagen del mono Becky, la mona a la que realizaron una operación en su cerebro, en su lóbulo frontal, para eliminar su agresividad, convirtiéndola en un ser apático (apagado, como si le hubieran desconectado), lo que dio la idea al neurocirujano luso Antonio Egas Moniz, quien realizaría la primera operación en un cerebro humano, la leucotomía prefrontal, una incisión en el cerebro de un esquizofrénico o un depresivo, para contrarrestar la sobreactividad en el lóbulo frontal, que se manifiesta en obsesiones, alucinaciones o sobreexcitaciones, una operación que tendría una variante en la lobotomía transorbital de Walter Freeman en Estados Unidos. A Egas Moniz le concedieron el premio Nobel en 1951. Con el tiempo, serían sustituidas por los tranquilizantes. La interrogante que no ha dejado de subsistir para un caso u otro, para el remedio más agresivo y el más reposado, incisión en el cerebro o alud de pastillas, es si suponen una cura o una mera anestesia vital, como un circuito de energía que se apaga, o se deja en su manifestación más reducida, al borde un pasividad que acerca a la vida vegetal.
Nunca olvidaré la respuesta de alquien que en su tiempo fue un amigo. Cuando su novia le propuso que le acompañara al psicólogo al que ella acudía desde hacía unos meses para así juntos lograr que la relación se 'curara' él respondió que no estaba loco. Pero es que todos somos como Becky. Todos necesitamos, en algún momento, algo que curar o arreglar en nuestra mente, en nuestras conexiones o sinapsis emocionales, en nuestra forma de relacionarnos con los demás, con la realidad, con nosotros mismos. Pero la vergüenza, el lastre de la imagen social, el remanente de unos valores que propulsan nuestra realización como funciones, por lo tanto en términos de eficiencia, se convierte en interferencia. Los locos son otro mundo, un mundo aparte, marginal, un basurero, un desguace de mentes deterioradas, ya no funcionales. En 'Monos como Becky', Jorda y Villazán, combinan imágenes que recrean, en un estilizado blanco y negro (cual relato ficcional), ciertos pasajes de la vida de Egas Moniz, así como entrevistas a descendientes suyos, con la recreación que realizan de la historia en un hospital psiquiátrico de Barcelona unos pacientes. Ensayan y recrean la muerte de aquel neurocirujano, asesinado por uno de sus pacientes, dirigidos por el propio Jordá, que se mira en ellos como el reflejo en un espejo.Jordá mismo había sido operado tras sufrir una embolia cerebral. ¿Cuál es la respuesta? ¿Cuál es el hilo para poder orientarnos en el laberinto? ¿Qué somos? Hay avances, pero no se pueden desterrar las interrogantes.
Un paciente escupe que quizá el tratamiento que reciben no sea el idóneo, que quizá a veces los médicos se convierten más bien en agentes de trámites que suministran pastillas. ¿Qué ha sufrido quien ahora necesita ese tratamiento, qué colapso se ha dado en su mente, en su sistema nervioso? ¿La solución es convertirlos en vegetales con la anestesia, sea con una operación drástica, como la lobotomía, o a base de pastillas?. ¿No son sino cuerpos que pierden la consciencia, aunque sea dolorosa? ¿No son niños que han gritado porque necesitan un gesto que les acoja, incapaces ya de realacionarse con una ralidad que les supera, sea por un transtorno biológico o emocional? Eliminas la agresividad, el grito, el conflicto, el trastorno, ¿Y qué queda? ¿Y por qué olvidamos tan a menudo la pregunta de por qué se dan esos conflictos, como si olvidáramos la raíz para seguir siendo funciones, para seguir transitando entre superficies? ¿No es muchas veces la misma palabra loco una forma de olvidar, de apartar el reflejo en el espejo de nuestras limitaciones, carencias y fallas? Todos somos como Becky. Todos necesitamos ayuda, cura, o arreglo, en algún momento. A todos nos hacen una leucotomía social sin que nos apercibamos de ello. No hay que ser conflictivo, no hay que desentonar, no hay que hacer el grito interior aparente, no hay que mostrar inconformidad, sino quedas relegado a los márgenes. Y esas dictaduras no se ejercen de modo visible, como muestran las imágenes iniciales de Francisco Franco y señora. Las hay también soterradas, como la que ahora nos toca mientras negamos que somos como Becky.
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