viernes, 13 de diciembre de 2013
Capitán Phillips
Richard Phillips (Tom Hanks) comparte su desazón con su esposa, Andrea (Catherine Keener), mientras conduce hacia el puerto para embarcar en un nuevo viaje, como capitán mercante. Su desazón se debe a una realidad en la que parece que decrece el número de puertos a los que arribar o de los que partir, una realidad estancada, a la vez amenazada por un tsunami, en la que los nuevos pasajeros, las nuevas generaciones, parecen abocadas a quedarse fuera, náufragos en un hostil océano de tormentosas marejadas económicas. Las oportunidades son menores, la competividad se agudiza. La denominada sociedad del bienestar se ha convertido en una espesura cada vez más hóstil. La sociedad cada vez se asemeja a un embudo que se va agostando, dejando espacio cada vez para menos, a medida que se va ampliando la zona estrecha, y reduciéndose la holgada. Por esta secuencia inicial, el documento se convierte en metáfora. Documento, por un lado, porque 'Capitán Phillips' (Captain pHillips, 2013), de Paul Greengrass adapta el relato de una experiencia, la sufrida por el capitán de mercante Richard Phillips en el 2009, cuando el barco mercante que comandaba, el Maersk Alabama fue asaltatado por cuatro piratas somalíes. Documento, también, porque Greengrass adopta de nuevo recursos estilisticos (cámara en mano) y dramatúrgicos (la preeminencia de la circunstancia, figuras que son cuerpos antes que entidades psicológicas), que ha desarrollado en obras tan espléndidas como 'Bloody sunday' (2002) o 'United 93' (2006) y que trasladó fructíferamente en las coordenadas genéricas del cine de espías en la saga Bourne.
Pero 'Capitán Phillips' no es sólo la tensa narración de una peripecia, como si la cámara se adhiriera a los poros del suceso, a cada pasaje de la creciente agonía que sufrirá el capitán Phillips. Los cuerpos son también representaciones, sin que el símbolo asfixie a la singularidad. Es otra metáfora que hace de la odisea de una superación de unas circunstancias adversas, como las recientes 'Gravity' (2013), de Alfonso Cuarón, 'Cuando todo está perdido' (2013), de JC Chandor o, también, 'En solitario' (2013), de Christophe Offenstein, un reflejo de una sociedad en la que se han ido reduciendo las opciones de supervivencia, que parece ampliar la sensación más bien de intemperie, porque cada vez son más los que se van quedando al margen. Una sociedad que parece desintegrarse, arrastrando en su precipitación a los eslabones que no sean capaces de sobrevivir en lo que se convierte en una batalla campal por encontrar un resquicio para sobrevivir. Una sociedad en la que los infortunados no son imágenes fotográficas con las que se buscaba la ayuda a los que padecían hambre en el tercer mundo. La plaga de las carencias y de la precariedad se ha extendido como una plaga, como una infección, en el interior de la denominada sociedad del bienestar. La intemperie no está afuera, está ya dentro.
En la producción francesa, la presencia de un polizón mauritano en la embarcación que pilota el personaje de Francois Cluzet, y que compite en una carrera alrededor del mundo, la intrusión se convierte en recordatorio de las excrecencias creadas por una sociedad estructurada sobre la competición y la denodada consecución el éxito, en la que cualquier elemento que lo pueda impedir o dificultar es sacrificable por accesorio. Que el niño quiera llegar a Francia porque es donde puede asistirle un especialista que cure su enfermedad, es otro reflejo de una sociedad enferma. Los piratas somalíes de 'Capitán Phillips' adquieren semejantes resonancias simbólicas. Hay otros que aún sufren unas condiciones más precarias, en un entorno aún más hostil, que el de la prospera (para los privilegiados) sociedad del bienestar estadounidense. Los cuatro somalíes que asaltan el barco, comandados por Muse (Barkhad Abi), lo hacen movidos por una necesidad perentoria en la que su vida está en juego. La competencia es ya luchar por unas migajas con las que poder seguir viviendo.
Phillips se preocupaba por lo que podía deparar el futuro próximo para sus hijos considerando cómo la situación económica y social se va haciendo más crítica, y se enfrenta con los fantasmas de su miedo, con la encarnación de aquellos que aún intentan forcejear bajo los pies opresores y depredadores de su sociedad de piratas camuflados en la legalidad de la sociedad del bienestar para encontrar su particular sustento en las zonas más estrechas del embudo de la pirámide económica. Greengrass modula con mano maestra esa opresión que va asfixiando a Phillips, que deriva en esa reclusión en la angosta balsa (como si fuera la zona estrecha del embudo), hasta quedarse casi sin respiración ni resuello ni voz, en la sobrecogedora secuencia final. Ya no tiene palabras de pesadumbre sobre las lamentables perspectivas sociales. Ya siente esa pesadumbre en su cuerpo, la misma que deberían experimentar los que pilotan esta distribución de riquezas en el mundo que posibilita que sólo un 1 % posea la misma riqueza que otros 600 millones. Se hacen necesarios más asaltos.
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