domingo, 10 de noviembre de 2013

La commune (París 1871)

 

'Qué insensatez. Te das cuenta cuando lees algunos libros sobre las condiciones terribles en el siglo XIX. Estamos todos disfrazados, hemos recreado las casas, los patios. Pero si lo pensamos hoy, ¿Qué vemos? Más de un siglo después, el hombre ha ido a la luna. Pero nada ha cambiado. Los sin techo, la precariedad, la exclusión, las desigualdades crecientes. Los ricos son cada vez más ricos. Y todo eso con un gobierno de izquierda, o eso dicen, desde hace catorce años. Vale, tenemos internet, la luna, el espacio, los móviles, el fútbol, los comedores de caridad funcionan bien'. Son las palabras de uno de los actores/participantes en La comuna (Paris 1871) (La commune (Paris 1871), 2000), de Peter Watkins. Es uno de los instantes cruciales, uno de los momentos en los que se hace más evidente los reflejos entre el tiempo pasado, entre los acontecimientos que centran la acción dramático reflexiva de esta obra magistral, y el presente. Ya se ha hecho manifiesto desde el primer plano el artificio, la reconstrucción, con la cámara introduciéndose en el estudio donde se han construido los decorados en los que ha tenido lugar la representación o escenificación de la instauración y pronta y trágica conclusión de La comuna de París en 1871.  

 Dos actores se presentan ante cámara, ataviados con el vestuario de aquella época, cual sendos periodistas que, con sus micrófonos, como si fueran los reporteros de una unidad móvil televisiva de nuestros días, entrevistan a los participantes en aquellos hechos (haciendo visibles unas figuras que en otros falsos documentales previos, como Culloden o Punishment park, permanecían tras la cámara). La acción, además, estará puntuada por las intervenciones del locutor de un programa televisivo, acompañado de un comentarista, ambos también vestidos con el vestuario decimonónico, que realizan el seguimiento de los acontecimientos. En marzo de 1871, en París, acaecieron unos hechos que han sido convenientemente silenciados por los libros de historias y en el sistema educativo francés. El malestar social, tras la guerra mantenida con Prusia, y por las precarias condiciones de vida, con amplio desempleo, conjugados con el creciente calado del ideario socialista y la formación de 'clubs rojos', apoyados por la Guardia nacional, constituida predominantemente por hombres perteneciente a la clase trabajadora, determinaron un decidido movimiento de oposición. Cuando Thiers, jefe ejecutivo del gobierno nacional, al advertir cómo se propagaba ese sentimiento revolucionario, ordenó el recrudecimiento del control ciudadano, las mujeres de Montmartre convencieron a los soldados de que no dispararan a los ciudadanos.   

La insurrección estaba en marcha, conducida y propulsada por la Guarda nacional. Se formó un comité central que anuncia unas elecciones municipales, cuyos resultados determinaron se instituyera 'La comuna', vertebrada con un ideario socialista. Se anuncian una serie de medidas, como la separación del Estado y la Iglesia, la constitución de una educación laica, suministrar pensiones a las mujeres no casadas, abolir los trabajos nocturnos, propiciar la educación de profesiones a las mujeres. Pero esta gestación de una sociedad más justa y equilibrada duró escaso tiempo, ya que las huestes del gobierno, el ejercito versallista, entró en Paris dos meses después, deparando la llamada semana sangrienta en la que fueron asesinados entre 20000 y 30000 personas, para no dejar rastro de los que habían propiciado una de las transformaciones sociales más radicales ( y modélicas). En la secuencia citada al inicio, en la que se funden tiempos, y los personajes ataviados con las ropas decimonónicas hablan como hombres y mujeres del siglo XXI, otros ya habían comentado previamente cómo los que integramos esta sociedad de hoy no estamos lo suficientemente enfadados, para realizar una insurrección. La comodidad nos vence, el disponer de nuestros pisos o de nuestros televisores.  

Pero también hay una mujer que apunta que la existencia de la misma película ha posibilitado la relación entre todos los que han participado ( y activamente, en los mismos textos de sus intervenciones), y, como reflejo de lo que lograron entonces con 'la comuna', el impulso de un sentimiento de unión, de voces que intentan conjugarse en sus interrogantes, en la búsqueda de una respuesta que solucione un presente aún más precario e injusto, pese a los avances tecnológicos. La libertad de expresión que posibilita que se hagan películas como La comuna' (París 1871) es la constatación de que la fisura se puede abrir, y construir otra realidad, otra sociedad. Ken Loach lo acaba de hacer en El espíritu del 45 (2013), buscando el reflejo en los logros de medidas sociales que materializó el gobierno socialista al acabar la segunda guerra mundial. Watkins hurga, y explora, en otro espejo potencial en los acontecimientos de Paris de 1871, para abrir una herida sobre la que los poderes fácticos, mediáticos (mediatizadores) de hoy, intentan ponerse tiritas o simplemente ocultar su gangrena.  Watkins, una vez más, quiebra los límites del lenguaje, de la ficción y el documental, saca las entrañas al aire de la representación al aire, las expone, así como las de la misma sociedad (construcción e institución de escenificaciones reificadas), materializando una de las obras más necesarias, lúcidas y asombrosas que ha deparado la historia del cine. Una obra que es una ariete en nuestras aletargadas conciencias, en nuestra indecisión y desorientación. El filo que nos recuerda que la comuna puede ser un acto de realización si sabemos unirnos como demuestran los participantes en esta obra magna cuyas cinco horas y cuarto son toda una soberana transfusión de sangre a nuestros exangües, desorientados y disgregados espíritus. Hay una posible dirección que nos libere de este cada vez más opresivo decorado.     


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