jueves, 28 de noviembre de 2013

Desierto rojo

Giulanna (Monica Vitti) siente que la realidad se desmorona bajo sus pies. Se desplaza por la vida como si se hundiera, como si se precipitara sobre una tierra inclinada. Siente que estuviera siempre a punto de ahogarse. Ha sufrido hace poco un accidente, y parece que ahora viviera como si en cualquier momento pudiera sufrir otro. Sus gestos, sus palabras, parecen inconclusas, como esbozos que no se materializaran, como ese espacio vacío que pretende habilitar como tienda. Si la realidad le parece inestable, su conducta desestabiliza, como quien abandona una conversación en medio de una frase, como quien gira y se aleja sin responder a una pregunta. Quizá sean secuelas de ese accidente, pero quizá ya vivía antes la vida como un accidente, cuando se revele que aquel accidente fue un intento de suicidio. Giulanna es la esposa del director de una empresa petroquimica. Muerde con desesperación un bocadillo que ha comprado a uno de los trabajadores en huelga. Su mordisco quizá sea también una protesta, como quien se vuelve de espaldas a la realidad. Quizá ella también sea parte del suelo contaminado.
Corrado (Richard Harris) no se siente en ningún lugar, ni aquí ni allá, por eso siempre se está marchando. Realiza su trabajo, como quien fuera la extensión de otro, en su caso su padre, y actuara con una contracción nerviosa, como un espasmo, no como un gesto voluntario. Corrado recluta hombres para un trabajo de su empresa familiar en Patagonia. La vida también parece para él un accidente, como si estuviera invitado en su propia vida, en su propio cuerpo, y todo fuera casual, sin dirección ni propósito. Giulanna reconoce que no sabe qué mirar. Corrado no sabe cómo vivir. Y añade que quizá sean lo mismo. La vida, la realidad, es como una mancha, algo indefinido, que no acaba de configurarse. Una mancha, también, causada por la contaminación. Como ese paisaje envenenado en el que se desplazan como figuras extraviadas, un paisaje industrial, de humo y tierra esterilizada. Un paisaje corrupto, desfigurado, mancillado, como las miradas indecisas, interrogantes, perdidas.
La realidad es niebla, y se vive en un estuario, entre tierra y agua, aunque como dice Giulanna, 'no puede mirar al mar, y ha perdido interés en lo que hay en tierra'. Entre realidades, la perdida del deseo, la falta de raíces. La falta de definición. Excrecencias de un modelo de vida, de una actitud, contaminada, y contaminante. La realidad, la vida, parece desertizada, como su interior despoblado, el horizonte, el futuro, es una niebla espesa por la que se ha perdido el interés en averiguar qué se oculta tras ella, porque se siente que no hay nada que descubrir, o quizá porque no saben qué quieren descubrir, como quien ha perdido la mirada misma. Se está en tránsito, figuras errantes, sin vínculos con una impostura de vida que no es sino mancha, cada vez más degradada, en la que se van desvaneciendo. Los obreros están en huelga, como las miradas y los deseos de los que se sienten distantes, separados, de la realidad y de los demás. Los cuerpos realizan simulaciones festivas de juegos epicúreos, pero no son sino vanas danzas, como la canción en la oscuridad que, cuando se acaba, aún hace más palpable la oscuridad. Un barco aparece en la niebla, y tu mirada se siente igual, como si fueras a la deriva.
Corrado se siente intrigado por Giulanna, parece que se siente atraído, pero es alguien que no sabe si quiere estar aquí o allá, y acabará marchándose, porque también se marchó de sí mismo hace tiempo, o quizá nunca se encontró, porque era como se supone que debía ser, como otros. Y se quedó en medio, en mitad de la nada, de aquí para allá. Giulanna se siente separada, Giulanna cojea en una realidad que siente hostil, agreste, una mancha movediza en la que se hunde lentamente. 'Desierto rojo' (Deserto rosso, 1964), es un silencio que se encoge, un cementerio de voces que deciden postrarse, o hundirse en la niebla, porque como pensaban los vikingos cuando la cruzas te encuentras con el fin del mundo, precipitándote en el vacío, quizá no distinto al que arrasa el humo contaminante de las fábricas que convierten a la realidad en ruinas, en miradas deshabitadas. O quizá sea su reflejo. Los pájaros parece que saben que tienen que volar lejos de esos humos.

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