viernes, 29 de noviembre de 2013
Alemania, año cero
'Alemania, año cero' (Germania, anno cero, 1948), de Roberto Rosellini, es una película sobre las ruinas. Hay cuerpos que se desplazan entre ellas, cuerpos que buscan su lugar, que intentan salir y mantenerse a flote en la espesura de esas ruinas. La realidad se ha quemado, como si retornara a un grado cero desde el que brotar de nuevo, con las huellas dentadas de lo que fue arrasado, el recuerdo de una representación que fue cancelada. Los cuerpos intentan enterrar ese pasado, y construir otro escenario, otra realidad. Edmund (Edmund Moeschke) es un cuerpo en formación, un niño que nos es presentado en un cementerio, enterrando a unos muertos, haciéndose pasar por mayor de lo que es, ya que necesita el dinero para ayudar a su familia, en la que se ha convertido en el principal suministrador de sustento. Su padre está enfermo, postrado en la cama, su hermana consigue algún dinero vendiendo cigarrillos a los estadounidenses, y su hermano se niega a registrarse en la policía porque teme que tenga secuencias funestas para él que se sepa que combatió en el ejercito alemán hasta el final.
El padre, Mr Kohler (Ernst Pittschau) se lamenta de la estupidez de los de su generación, de aquellos que no estaban de acuerdo con el ideario nazi, pero permitieron que los acontecimientos les atropellaran como al resto del mundo No intervinieron, se mantuvieron al margen, y ahora son el recuerdo enfermo, el vestigio de una corrupción, la de la pasividad. La hermana Eva (Ingetraud Hinze) se resiste a tener a que prostituirse, a tener que aceptar que para sobrevivir tenga que cruzar ese umbral, hacer de la realidad, de la vida, una prisión de presente una condena. Su hermano Karl-Heinz ( Franz-Otto Krüger) es la negación, el gesto que se agita en una negación que no quiere mirar ni al pasado ni al futuro, que clava sus uñas en la palma de sus manos y aprieta sus dientes, como si así el mundo fuera a desaparecer, incapaz de realizar un gesto, de tomar una decisión, de afrontar su pasado.
Edmund, el cuerpo sin pasado, el cuerpo que intenta forjar un futuro, se desplaza entre las ruinas, que parece fueran absorbiendo, paulatinamente, su ímpetu, su energía, como si asistiéramos al relato de una desaparición, el de un cuerpo que intenta abrirse paso y afirmarse, el de un cuerpo que intenta construir una realidad. Es el relato de una vampirización, el de las ruinas, o más bien el de los ecos que aún palpitan entre las ruinas, ecos que son la convulsión que se manifiesta en su familia. Edmund colabora para enterrar un pasado y construir un futuro pero el peso de las ruinas le supera. El relato se inicia con Edmund enterrando a un muerto y finaliza con su suicidio. Un cuerpo joven que decide desaparecer de una realidad despedazada, de unas ruinas que han ido asfixiándole. Si el ideario nazi se vertebraba sobre la eliminación del que consideraban el débil, el imperfecto, o el inferior, Edmund se enfrentará a una disyuntiva, en donde la figura del débil adquiere otras resonancias, que son las de la mera supervivencia.
El referente de su antiguo profesor, Herr Henning (Erich Gühne), residuo de aquel ideario, condiciona e influye, como interferencia, en su decisión. Ya no es eliminar al débil para crear un mundo sólo de cuerpos superiores sino eliminar al débil para que algunos, otros, cuerpos puedan sobrevivir entre las ruinas. Edmund decide sacrificar al cuerpo más débil en su familia, el cuerpo que lastra a los otros componentes, el cuerpo que impide que puedan salir a flote entre las ruinas, el cuerpo de su padre enfermo, que representa la amargura de quienes no se enfrentaron a los que han dejado el escenario en ruinas. Matar esa amargura es matarse a sí mismos, matar el recuerdo de una disconformidad, como si se quisiera borrar el pasado sin afrontar las responsabilidades, las de la pasividad, las de aquellos que dejan hacer, sin intervenir. Es la incapacidad de superar esas ruinas, de construir sobre unos cimientos que no estén corruptos con la mirada que niega, esconde o ignora, lo que acaba aplastando su aliento de futuro
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