miércoles, 2 de octubre de 2013
The bling ring
Hay películas ante las que me siento como un extraterrestre. O me pregunto si lo soy. O si quizá aún no he despertado. No puede ser que tenga yo algún tipo de vínculo con las criaturas que han gestado lo que veo en la pantalla. Me ha pasado recientemente con 'Juerga hasta el fin' (This is the end, 2013), de Seth Rogen y Evan Goldberg. Sentí que, efectivamente, el fin de la especie humana está cerca. Me resulta difícil encontrar algún adjetivo que lo describa, quizá un grito de horror. Aún más agónico porque superaba a la última película del patrón Judd Apatow, 'Si fuera fácil' (2012). Quiere decir que ya son muchos, que se propagan y extienden. Es como si la raza humana se vertiera en el sumidero de la insustancialidad quintaesenciada. Lo peor es que son gente corriente y moliente que se puede encontrar en cualquier rincón del planeta, ahora y hace veinte años cuando yo tenía podía tener su edad. La diferencia es que estos disponen de los suficientes millones para materializar sus caprichos, y que además se los distribuyen por todo el mundo. Cada uno puede realizar lo que le salga de su sistema límbico, pero hay algo apocalíptico en que sensibilidades como estas tengan tanta proyección. O quizás es que soy un extraterrestre y me pierdo algo. Quizá no había suficiente sitio debajo de mi cama para que cupiera la correspondiente vaina y me convirtiera en otra legumbre que se desternilla con el caca pis semen. Y qué casas tienen, entre qué lujos viven, con todos los aparatos últimos modelos. ¿No hay algo aberrante en todo esto o hay que encajarlo como cualquier otro puñetazo al estómago que nos meten los que dominan el escenario económico?. Y cuántos no serían como estos si dispusieran de las mismos recursos económicos. Pero, bueno, son inocuos bufones que se dedican a hacer el ganso, incluso, parece, que a reírse de sí mismos. Es un mundo feo este. O un tanto desorbitado.
Claro que ¿Por qué va a haber algo obsceno en esa estancia con cientos de zapatos o en esa otra con cientos de joyas en la mansión con decenas de habitaciones de Paris Hilton como nos muestran en 'The bling ring' (2012), de Sofia Coppola?. De algún modo, en esta, las veinteañeras protagonistas (incluido el chico, al que le encanta ponerse zapatos de tacón) son el complemento femenino de los engendros masculinos de 'Juerga hasta el fin' o de la película de Apatow. Entre unas y otra, dos actrices, Leslie Mann, esposa de Apatow, que aquí interpreta a la instructora de cómo saber elegir bien el sueño a realizar y cómo, una de las madres de una de las jóvenes rémoras fetichistas de la ostentación, Nickie, interpretada por Emma Watson, quien se defiende contundente cuando teme una posible amenaza de violación colectiva de los protagonistas de 'Juerga hasta el fin'. A estas chicas les pone la ostentación ( The bling ring, el anillo ostentoso). Si viven cerca de la pantalla, de las mansiones donde habitan las estrellas (Megan Fox, Orlando Bloom o Lindsay Lohan) a las que le gusta vivir en esa inflamación de ostentación, por qué no realizar unas pequeñas dosificadas rapiñas en sus lujosas casas de muñecas ¿Acaso con todo lo que poseen se pueden dar cuenta? Aunque, cierto, como indica el chico, Marc (Israel Broussard), mejor no coger el perro para venderlo, porque la falta de un perro quizá se note algo más.
Al fin y al cabo, eres joven, quieres sentirte que eres el protagonista de un escenario, que puedes ser inmune (aunque un coche se estrelle contra el tuyo por no mirar por dónde conduces, porque vas un tanto colocada), que puedes disfrutar de todo lo que hay en los escaparates y mostradores si estás acostumbrada a vivir a su lado, además de unas buenas rayas, mientras das algún paso de baile en una discoteca de moda a la que asisten algunas estrellas. Como en 'Spring breakers'(2012), de Harmony Korine, se baila también al ralentí, y también se da la sensación de que los cuerpos desaparecen (el único momento sexualizado es cuando una de ellas se excita al encontrar una pistola, e irrumpe en la habitación de su novia, en plena noche). Son, más bien, perchas o reflejos. Habitan los espejos. No dejan de retratarse con su móvil, espasmo ya de nuestro tiempo de ensimismamientos. Su banalidad se disimula con el maquillaje del glamour, de las ropas y sus complementos. Se sienten complementos, ¿por qué no sentirse la estrella cual grupo salvaje que camina al ralentí por las calles sembradas de tiendas de ropas y complementos?. No tienen muchas inquietudes vitales, así que sólo queda la pasarela, jugar a que eres la de la pantalla, que eres como aquella que es tu idolo, Lindsay Lohan, quien si ve que le gusta una joya de 25 000 dolares, ¿por qué no cogerla?
Hay una supuración que va perfilándose como una grieta a medida que progresa la narración. Lo terrible no es que haya celebridades, modelos desde la pantalla dominante, como esa u otras que no tengan limites en la ostentación (casas, aviones, joyas, ropa), símbolo de una cultura predominante, como bien se reflejaba en 'Inside job' (2010), o que exista el fetichista grupito protagonista, todas de buenas familias acomodadas sin ninguna apretura, cual groupies o club de fans, o réplicas y reflejos, sino que en cualquier nivel de la escala social hay muchos y muchas que vivirían, o les gustaría vivir, como esas estrellas. Se aspira a subir de posición, no a transformar una sociedad con desproporcionado desequilibrio en la distribución de riquezas. O si ya posees lo suficiente, por qué no más, si puedes. Sofia Coppola con 'Somewhere', exploraba la inanidad, aunque se encasquilló y acabó poseída por ese vacío que pretendía retratar, que ya se condensaba más que suficiente en la primera secuencia, a la vez metáfora de lo que se convertiría la película, un disco rayado.
'The bling ring' explora la banalidad. No hay un personaje con un mínimo de sustancia. Y aunque no acabe poseída por la banalidad, tampoco es que logre trascenderla, quedándose en un indefinido medio camino. Parece, en principio, que va a transitar la mordaz sátira, con ese comienzo en el que Nicki, tras haber sido detenida, declara que ella ha aprendido mucho de la experiencia, y que quiere dedicarse a las causas de beneficencia e incluso convertirse en líder del país. Pero no acaba de lanzarse del todo a la piscina ácida (pongamos, como podían hacer Billy Wilder en 'Bésame tonto', 1964, o Alexander MacKendrick en 'No hagan olas, 1967), y comienza a tomar desvíos, con la apariencia de incursiones en los sombríos abismos de la banalidad. Pero pronto revelan que no son sino inmersiones en las texturas que 'ponen' a Sofia Coppola, cual directora DJ a la que le gusta jugar con planos en el que se privilegia la música, y el resto de la banda de sonido desaparece o se amortigua. Coppola también se ensimisma bastante en las superficies, en las apariencias, y se queda colgada, en suspenso, tan ligera que soplas y se desintegra.
Hay, eso sí, algún plano inspirado como ese plano general de la casa iluminada con cristaleras (cual casa de muñecas/pecera) en las que se ve a los protagonistas realizando una de sus incursiones, o esos juegos estructurales en los que se alternan declaraciones posteriores de los componentes del grupo ya detenido, comentando las acciones ya pasadas, pero sin que tampoco se convierta en la necesaria arista sangrante que parece pedir la narración, la cual acaba derivando en una narración cool/guay, en el que algo se sacude la alfombrilla para mostrar las purulencias de tanta vida de pantalla y mentalidades protésicas que no dejan de vivir en un mundo virtual como ya se remarca, como guinda, en el plano final, en el que Nickie, que está relatando su experiencia en la cárcel en un programa televisivo, se dirige a cámara para suministrar la dirección de su página web. Pero realmente no hay dirección. Efectivamente, This is the end.
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