jueves, 10 de octubre de 2013
Martha Marcy May Marlene
'En Martha Marcy May Marlene' (2011), de Sean Durkin hay transicionesm entre los dos tiempos sobre los que se trama el trayecto dramático, que se realizan a través de un movimiento, un gesto: Martha (Elizabeth Olsen) se incorpora en el presente, y la culminación de ese movimiento la vemos en otro que realizó en el pasado. Quizás es que haya un sólo tiempo, o más bien refleja la confusión. Quizá no haya una clara diferenciación entre ambos como sí pudiera parecer a simple vista (en la primera transición temporal ella está en posición contraria como el reflejo en un espejo).Las superficies son engañosas, pronto revelan su condición de arenas movedizas. Son espacios, mundos, contrarios pero contiguos, extensiones, oposiciones y vinculaciones que propician el enrarecimiento y la progresiva fractura de la narración. Como Martha (Elizabeth Olsen) es varias, como refleja el mismo título, fracturada, entre ambos tiempos, huyendo a la vez de aquel pasado, cuando vivió en una granja, bajo el influjo de una secta regida por Patrick (John Hawkes), y a la vez marcada aún por lo que allí vivió, porque algunos de sus patrones vitales son parte de sus entrañas, con los que se sintió identificada o en los que creyó ver afinidades que podían dotar de base firme a su confusión. Parecía un refugio en el encontrarse, como ahora busca y encuentra refugio, a tres horas de aquel espacio, en el hogar de su hermana Lucy (Sarah Paulson) y su esposo, Ted (Hugh Dancy), con los que parece compartir bien poco o nada en su perspectiva o actitud ante la vida. Comparte vínculos de sangre pero no de mirada.
Los planteamientos vitales que le seducían de Patrick al fin y al cabo reflejaban un ansia de huida de un modelo de vida en el que se siente extraña. Martha se lanza desnuda al río para abañarse, pero es reprendida ferozmente por su hermana por realizar algo fuera de sitio que revierte en la conveniente imagen. Ted y Lucy habitan una realidad de diseño, o un diseño de realidad predominante, ambos en una privilegiada posición económica que les permite disfrutar de esa casa aislada en un lago. Martha se siente igual de anulada que en aquel también aparente paisaje idílico regido por Patrick. Esa flexibilidad o liberación de corsés no era sino la música que hipnotiza y aturde, para que bajes la guardia, como ejemplifica la canción que le dedica Patrick. Pero del sueño despierta pronto, cuando despierta y se da cuenta de que está desnuda mientras es penetrada por detrás por Patrick, el señor del castillo que goza de todas sus súbditas cuando quiere. Lucy busca otro refugio, pero el hogar de su hermana no sino retornar a otra celda donde la anulan. La fractura de la narración no es sino el reflejo de dos espacios, dos modelos de vida, que se complementan, y en cierto modo se reflejan.
No hay propiamente un pasado y un presente, todo es parte de un continúo no resuelto, como también Durkin reflejará en la sugerente mini serie británica 'Southcliffe' (2013). La violencia va brotando como una supuración, cuya culminación es el asalto pretérito a una casa, perpretado por Patrick, Martha y otros acólitos, en la que acaban matando a su dueño, y la reacción violenta de Martha a Ted en la oscuridad cuando cree que es alguien que le está asaltando. No es sólo el miedo a que el temido pasado que sólo está a tres horas irrumpa en su magullado presente sino que en ambos espacios de un modo y otro la asaltan, en ambos ya es un cuerpo extraño, y la realidad un fuera de campo amenazador, en el que tanto habitan, como refleja su extraordinario primer plano final, las voces de su hermana y su marido como la presencia difusa, en profundidad de campo, de Patrick y sus acólitos. Aunque incluso quizá sea hasta difuso qué es lo real y qué lo figurado. Más que ser una narración que deje flecos sueltos, la indeterminación que alienta el fracturado relato se corporeiza más bien como terminaciones nerviosas seccionadas, y entre planos vibra ese corte. No hay resolución, la realidad se ha fracturado, y domina la intemperie.
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