miércoles, 16 de octubre de 2013
Maelstrom
En 'Maelstrom' (2000), de Denis Villeneuve, Bibianne (Maria Joseé Crozé), sólo se siente en tres dimensiones cuando está bajo el agua de la ducha, aunque, paradójicamente, es cuando pierde conexión con el tiempo y el mundo. Quizás porque fuera, en la realidad, se siente como el pez fuera del agua, resbalando y boqueando por falta de aire. De hecho, la historia está narrada por un pez que está siendo troceado por un siniestro pescadero en lo que parece el desolado interior de un barco (cual interior de figurada ballena). Su voz recuerda a la del narrador de 'Leolo' (1992), dirigida por otro cineasta canadiense, Jean Claude Lauzon. No es la única asociación que se podría establecer: la caracterización del pescadero recuerdan a las del padre de Leolo; en varios momentos, también se escucha alguna canción de Tom Waits.
Y la narración también refleja, transmite, la sensación de extravío, de desubicación, del personaje principal. Se puede decir, tal como nos lo presentan que el presente de Bibianne parece hundirse en un maelstrom, es gran torbellino en las costas noruegas que fue descrito por Edgar Allan Poe, en 'Aventuras de Arthur Gordon Pym', como un gigantesco vórtice circular que se extiende hasta el fondo del océano. El maelstrom de Bibianne se manifiesta tanto en el aborto que realiza, y en el talante fúnebre que emana de ella tras realizarlo, como si la vida fuera más bien el desabrido trámite para alcanzar la muerte, como en el despido que sufre en la empresa en la que trabaja, y que gestiona su propio hermano. Bibianne no se puede sentir más ajena, y expulsada, de la realidad. Para rematar, atropella a alguien, que es pescador y es noruego.
A partir de aquí, también como en 'Leolo' se toma la senda que juega con la estructura del relato, enhebrando diversas direcciones, conjugadas con la intensa capacidad de Villeneuve de captar los instantes, cómo se habita el momento, las circunstancias, a través de su fragmentación impresionista que parece que respira como si fuera los poros del mismo personaje. Hay momentos en que el relato vuelve atrás, pero desde otra perspectiva, como el tránsito del pescador noruego hasta que es atropellado, y lo que sucede con él después. O los hilos extraños de las combinaciones del azar: la protesta de una amiga de Bibianne en un restaurante sobre el defectuoso estado del pulpo que está comiendo propicia que llamen al suministrador del pulpo que advierte que el experto en pulpos lleva ausente mas de un día por lo que decide llamar a la policía quienes encontrarán muerto al pescador en su domicilio lo que determina que se llame a su hijo, Evian (Jean Nicolas Verreault), que acude a por las cenizas de su padre cruzándose en la salida con Bibianne que viene a ver el cadáver de su padre porque se siente culpable y a la que alude para corregirla cuando deletrea incorrectamente el apellido.
Son extraños los imprevisibles vericuetos de la vida. Alguien que se siente en tres dimensiones sólo bajo el agua se siente atraída por un hombre que trabaja como buceador. Claro que interfiere en el posible desarrollo de esa relación, es decir, abortarla, o que sea despedida como posible pareja por mucho que se la diga que se la quiere, que ella sea la causante de la muerte de su padre. Interrogantes que tensan el relato en los bellos pasajes que combinan la luz plomiza que embarga y extravía el ánimo de Bibianne, y la luminosidad que se gesta en la relación entre ambos. La piel de sus cuerpos cuando se entrelazan durante el sexo parece que fuera luz. Como el faro que puede guiar en las tormentas para librarse de los escollos y poner proa hacia el mar abierto.
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