jueves, 17 de octubre de 2013
La vida mancha
Hasta los expertos en guardarse el conveniente as en la manga para resolver las situaciones más peliagudas pueden encontrarse con que hay partidas que no permiten el uso de mangas. Y quizás pierdan. A algunos de esos expertos se les solían llamar héroes, aunque en los westerns a veces se confundían con ciertos forajidos, o pistoleros, hombres en una extraña línea difuminada, hombres de los que no se sabía si no querían asentarse en un hogar, o no lo encontraban porque se habían extraviado. Pasajeros de la vida de dirección indeterminada, o cuando menos difusa. Cabalgan con su sombra, o quizás la llevan en su maleta de equipaje, pero sin duda es una sombra esquiva. Y algunos dejaron claro que los héroes también se manchan, en ocasiones con su propia sangre, en otras con la decepción y la frustración. 'La vida mancha' (2003), de Enrique Urbizu, no es un western en su apariencia, pero sí en su entraña.
Hay un forastero que llega, Pedro (José Coronado), un hombre ausente durante catorce años que retorna por motivos difusos, aunque uno parezca manifiesto, viene a ver a su hermano, Fito (Juan Sanz), camionero, casado con Juana (Zay Nuba) y con un hijo. Un hombre asentado, aunque sus cimientos son más bien frágiles No es como aquellos honestos rancheros que se veían amenazados por la presión de los poderosos caciques que pretendían quedarse con su terreno. Es alguien cuyo principal enemigo es él mismo. Hay un saloon, la parte trasera de un bar donde se disputan partidas de cartas, en el que Fito se deja cada vez más dinero que amenaza con demoler su vida. Su hermano es el experto tahúr, el hombre que domina el escenario, el hombre que se escurre en el enigma porque no quiere compartir esa vida que parece que más bien sobrevolaba, como si no fuera con él. Pedro es el hombre de gesto firme y resuelto que sabe afrontar la situación, con el oportuno as en la manga, para arreglar la precaria circunstancia de su hermano, como el pistolero que se enfrentaba al sicario de los caciques, aunque a veces también resultara herido, como Shane en 'Raíces profundas' (1952), de George Stevens.
Pedro también resulta herido aunque en sus entrañas. Porque alguien que tiene a dominar con tal destreza las circunstancias más extremas, y sobrevivir en el filo, se enfrenta ante un torbellino que es siempre mucho más difícil de controlar y dominar, los sentimientos. Los sentimientos cortan. En su mirada, en el transcurso del relato, se aprecia cómo prenden unas ascuas desde el momento en que conoce a .Juana. Su mirada la explora, la tantea, la busca, y es absorbida por esa piel en su mirada que le cautiva, para el que no hay as en la manga que logre solventar el peso de unas circunstancias. Pedro puede desprenderse del amor de su hermano, del daño que podría realizar, porque es un superviviente, y quizá nunca ha sabido de sacrificios, porque se ha mantenido en el aire, sobrevolando, y sólo tomaba tierra para repostar. Pero la vida tiene imprevistos, que pueden llamarse accidentes, y en ocasiones resultas herido, como su hermano que, tras sentir que comienza a salir a flote, es apalizado cuando conduce el camión por tierras francesas. Y Pedro encaja la paliza de una negativa. No sabes cuándo te hundes o te estrellas. Sueñas con caminar sobre las aguas, pero no es sino una ilusión, porque la vida mancha.
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