sábado, 12 de octubre de 2013
La caja 507
No siempre es fácil encontrar la dirección idónea. Por mucha determinación y capacidad de resolución que tengas, lo fortuito y lo aleatorio pueden propiciar que te precipites en un callejón sin salida, para cuando te vuelvas encontrarte con que tienes la salida bloqueada. Rafael (Jose Coronado), intenta dominar un escenario movedizo del que salir indemne y extraer las convenientes ventajas, ya que juega entre dos fuegos, el de las rivalidades de poderes entre dos hermanos que dirigen, en España e Italia, unos negocios ilegales en los que la especulación de los suelos e inmobiliaria es pieza fundamental de trapicheo y beneficio en el sur de España. Arrasan con lo sea, untan a quien sea que detente un cargo institucional. Rafael es una de sus piezas, el ejecutor de los trabajos sucios. Rafale juega con la manipulación de las apariencias, con la doble cara, porque no duda en abandonar el barco cuando avista la vulnerabilidad de su jefe, Marcelo, no sólo de modo legal. Y en esto, para salvar su pellejo y sumir en el vacío a su jefe, son cruciales ciertos papeles que registran todos los trapicheos y sobornos realizados en la zona durante años, que ironías del azar, 'desaparecen' de la caja (507) del banco donde estaban guardados, tras que se perpetre un atraco. Su línea de acción viene dictada por la lógica, por lo que las apariencias indican. Parece que tienen que Ser los atracadores quienes posean esos papeles tan valiosos. Espejismo, dirección incorrecta.
Él juega con las apariencias, pero hay quien se confunde la maleza porque no necesita hacer uso de las apariencias. Con lo que Rafael no cuenta es con un elemento que desestabiliza la lógica y que evidencia que las apariencias pueden ser muy equívocas o insuficientes. No prevee lo retorcido que puede ser el azar, la irrupción de un elemento extraño como un asteroide que cayera el espacio de modo imprevisto. No puede preveer que Modesto (Antonio Resintes), el director del banco que ha sido amordazado y atado en el interior de la cámara se fije en esos papeles cuando sienta la necesidad de vomitar y use la caja 507 como recipiente. No puede preveer que fuera el padre de una chica de diciesiete años que murió en un incendio en una de las parcelas que habían sido objeto de los trapicheos. El accidente huele a quemado, y a podrido: cuando la falta de escrúpulos arrasa puede llevarse por delante a una chica. Daños colaterales no previstos. Como Modesto se convierte en una amenaza no prevista.
La voz narradora de 'Magnolia' (1999) diría que no puede ser sólo casualidad, El detective que encarnaba M Emmet Walsh en 'Sangre fácil' (1984), de los Hermanos Coen, soltaría una carcajada desesperada mientras la gota que cae en su cabeza se convierte en lo último que verá en su vida tras morir por una estúpida confusión. Hay cosas que no puedes prever, todo no lo puedes controlar. Realizas una labor de funambulismo para salir indemne en el enfrentamiento entre dos peligrosas bandas de delincuentes criminales y tu vida se va al garete por la imprevista intervención de un accidente, de un director de una sucursal bancaria dominado por la furia de la venganza. Rafael podía unirse a esos manipuladores de las tres últimas obras de Mankiewicz. Modesto es como la imprevista serpiente de 'El día de los tramposos' (1970), o la figura de apariencia inofensiva que parece en los márgenes, como la secretaria que encarna Maggie Smith en 'Mujeres en Venecia' (1967). Y, como en el caso, del personaje de Michael Caine en 'La huella' (1972) no se puede subestimar al agraviado, al que se cree que está acostumbrado a soportar las humillaciones de los poderosos, de la vida.
Modesto se beneficia, además, de saber dominar el lenguaje de la selva financiera, de los enredos de cálculos y porcentajes y cifras en negro. Y se beneficia de ser una sombra, una figura ajena a ese escenario en la que nadie puede imaginar que pueda interferir y menos condicionar de modo radical. Su determinación, que se nutre de su furia (incrementada por la paliza que los atracadores han infligido a su esposa) se convierte en la necesaria dinamo para arrasar con lo que sea en busca de los responsables que se esconden entre las sombras de sus enrevesadas maquinaciones y escenificaciones para acumular dinero. 'La caja 507' (2002), se convierte, a través de este personaje de Modesto, en la liberación de una rabia, la de Enrique Urbizu, tras sus frustrados intentos de intentar adaptar 'Esos cielos' de Bernardo Atxaga. Y la amplió, como un aspersor corrosivo, hacia ese entramado enmarañado de alianzas que no sabe de cielos sino de corromper suelos, el escenario sobre el que se sostiene nuestra realidad en proceso de demolición. 'La caja 507', escrita por él con la colaboración de Michel Gaztambide, es una de esas películas que transmite la sensación de que tiene los planos justos y necesarios y en el ángulo y tamaño adecuado. Es un portento de precisión y condensación. Como el tiralíneas que ejecuta Modesto cual honda que da de lleno en el ojo del gigante, Urbizu demuestra su inmenso talento como narrador. La conclusión, ese hermoso encuadre de Modesto con su esposa, ante el mar, es como la soberana culminación de un único trazo de orfebre que es, además, un necesario escupitajo ácido.
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