lunes, 28 de octubre de 2013
El viaje de Bettie
Bettie (Catherine Deneuve) se va. Pero no tiene cigarrillos. Fuma ya poco, pero siempre guarda algún paquete en algún cajón (de su dormitorio, para que no lo huela su madre, con quien convive, aunque ella tiene muy buen olfato). Los guarda por si se da una de esas situaciones en las que la desesperación necesita morder humo para contener un grito. Por ejemplo, cuando tiene que enterarse no de primera mano, sino a través de su madre, que su amante tiene ahora otra pareja, mucho más joven, que además se ha quedado embarazada. Tiene algo más de sesenta años, y quizás sienta que ha estado viviendo en diferido. Y no ayuda que estén llamándole constantemente para que asista a una reunión de las aspirantes a miss Bretaña algo más de cuarenta años atrás, allá por 1969. Es como si el nudo corredizo del tiempo le apretara más. Bettie tiene un restaurante, eso que se dice responsabilidades, pero necesita gritar. Unas langostas pelean en un acuario mientras sus emociones forcejean. Y Bettie se va. Coge su coche, y se lanza a la deriva. Pero no tiene cigarrillos. Y es domingo. Y en esos pequeños pueblos que recorre todo parece cerrado (y la vida en otro lado).
Un anciano lugareño se presta al menos a convidarle a uno. Aunque tenga que liárselo primero, y ya sus manos no son lo que eran sino temblores. Esa paciente espera quizá sea la adecuada para equilibrar los temblores que sacuden las entrañas de Bettie, cuya mirada se tambalea para empezar a afirmase cuando escucha el relato de ese anciano, el relato de cómo perdió a la única mujer que amó cuando tenía veintiun años, y asumió la promesa que le hizo de no casarse con ninguna otra. En ese momento 'El viaje de Bettie' (Elle s' en va, 2013), de Emmanuelle Bercot, podía haber tomado diversas direcciones. Podría haber seguido la senda que abría ese destello y realizado un viaje en el tiempo, a través de diversos reflejos, que la hubieran confrontado con lo que no fue, con lo que no vivió, con lo que ha sido ( o se ha dejado ser), un viaje quizás hacia las fresas salvajes. Un viaje que desentrañara espinas clavadas, lo que el tiempo ha silenciado, su mirada deslizándose con 19 años por una pasarela en la que el horizonte parecía amplio, rostros que había sepultado en los rincones de su memoria. Quizá recordarse a sí misma cuando perdió en un accidente a quien pensaba que podía ser el piloto de una singladura de experiencias asombrosas, porque quizás entonces perdió pie y se abandonó. Quizás asumir que se había plegado a una vida en la que no dejaba de mirar hacia otro lado, hacia atrás, como las langostas, una vida que no deja de retroceder, y esa mirada elusiva había dejado alguna que otra magulladura en quienes vivían con ella, como en su hija, Muriel (Camille), que ha crecido con el gesto contrahecho de quien camina con el peso de unos reproches que aún necesita escupir.
Su mirada contemplaba su pasado, o más bien los senderos que no pudo recorrer, mientras reclamaban su atención en un presente en el que se escondía para encender algún que otro cigarrillo con el que liberarse del peso de los otros. Se quedó encogida de por vida por aquel temprano hueco, sus entrañas abiertas en canal, y propició que otros vivieran encogidos. Podría haber sido una película de silencios mordidos, de heridas que van restregándose como si al fin se diera la definitiva calada hasta el fondo. Y ya no fueran necesarios los cigarrillos, ni las miradas por el retrovisor. 'El viaje de Bettie' podría haber sido esa película, pero se queda en el funcionariado de estilo, como tantas otras películas que parecen dirigidas por el mismo director, cine mullido, de papel cuché (lejos de las convulsos destellos del cine de Audiard, Bonello, Dumont, Desplechin o Grandrieux). Ya es demasiado tarde cuando se revela esa herida pretérita, o cuando su hija escupe su amargura, porque la narración quedó hace tiempo al pairo. 'El viaje de Bettie' es una de esas películas que se podrían etiquetar como obras de 'sigue adelante' (aunque tus circunstancias sean precarias). La siguiente secuencia al encuentro con ese anciano ya nos indica que su recorrido será el de las reconfortadoras superficies, el de los viajes por las superficies de las convenciones, y de las emociones.
Un encuentro sexual con un joven treintañero al que dobla en edad, un viaje con su nieto, con quien ha tenido hasta ahora escasa relación, el reencuentro con las otras aspirantes a miss Bretaña, son algunos de los pasajes de ese travelling de retroceso que se convertírá en travelling de avance cuando su mirada colisione con la de un hombre que también parece que ha mantenido al margen de sí a los demás,un político, una figura pública, como lo fue ella en aquella pasarela del pasado, pero que ha mantenido tras una celosía, como ella, unas emociones en estado de hibernación. 'El viaje de Bettie' es un viaje entre superficies rebosantes de color, en donde las sacudidas son muy leves. Un color siliconado, porque no brota de las entrañas de los personajes, color de cine turista, de cine de paso, de cine que mira de refilón, de cine que nos tapa con la manta antes de dormir, aunque nos hayamos ido ya hace tiempo.
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