La conquista de lo inútil, la belleza de lo inútil. La vida es ilusión, lo que implica la realidad del sueño (o su búsqueda, encuentro o realización). Paradojas. A Werner Herzog le atraen los que pugnan por materializar un sueño, un proyecto, aunque se enajenen en el proceso con la obsesión, o quizá ya lo estén desde un principio, aunque sean temerarios o imprudentes como Treadwell queriendo convivir en los dominios de los osos como si fuera uno de ellos. En 'Fitzcarraldo' (1982), Fitzgerald (Klaus Kinski), al que llaman Fitzcarraldo porque los nativos de Iquitos (Peru) no logran pronunciar correctamente su nombre, es capaz de recorrerse 2000 kilómetros para asistir a la representación de una Opera protagonizada por su admirado Enrico Caruso. Del mismo modo que sus manos sangran, por el esfuerzo de llegar a tiempo, su pasión también para realizar sus sueños. Para Fitcarraldo no existe el término desaliento, aunque haya fracasado en su intento de crear una red ferroviaria transandina,o haya intentado enriquecerse con el hielo. Y hay un sueño que quiere materializar, para lo que es necesario un dinero que no tiene, conseguir edificar una opera en Iquitos, para que actúe en ella Caruso.
Por ello, no tiene miedo en implicarse en otro proyecto que parece tan temerario como imprudente. Intentar enriquecerse con el negocio del caucho implica ascender por un río, e introducirse en una zona que sigue siendo un territorio desconocido, una incógnita en los mapas que es zona oscura, porque en esa zona pende la amenaza de los jíbaros, reductores de cabeza. Y más aún, implicará ascender el barco por una ladera, y su consiguiente descenso, para llevarlo al otro río paralelo, en el que además tendrá que superar unos peligrosos rápidos. Fitzcarraldo no se arredra, no hay peligro que pueda 'reducir' el impulso de sus sueños, con la proa de su música como ariete. No hay apocalipsis en la singladura sino afán de superación, no hay inmersión en los abismos, sino desafío a lo inconcebible.
Herzog aplica la épica del etnógrafo en la narración de ese laborioso ascenso del barco a vapor. Para ello, como él mismo se calificó, se convierte en 'conquistador de lo inutil', porque realiza una gesta 'intranscendente', sin repercusión. Lo que documenta, lo que refleja no es recreación, es creación. Porque en el hecho en el que se inspira, Carlos Fermin Fitzcarrald, no ascendió el barco completo, sino lo hizo en varias piezas que luego acoplaría de nuevo (aparte que pesaba mucho menos, 30 toneladas a diferencia de las 320 del que se asciende en la película). Pero además Herzog no recurre a los efectos especiales, ni recurre a las elipsis. No sólo narra una gesta, sino que la realiza. Y la rueda. Manipula los hechos para realizar un sueño, para materializar lo imposible, Conquista lo inutil, y revela su deslumbrante belleza, porque hace cuerpo del impulso de acción. Desafía los límites, entra en el territorio de lo calificado como locura, como desvarío o despropósito.
Herzog funde ilusión y documento, ficción y realidad, lo que es se representa, lo que se representa es. Fusiones que complejizará en sus documentales en esta última década en esa difuminación de limites entre acción y escenificación. En su mirada se conjugan y funden.
Y la celebración, la música de lo sublime. La música que se eleva, en esos momentos de acto de realización, como la celebración final con los músicos de la opera en el barco, el sueño materializado, acción que fluye, música que asciende, como durante la inmersión bajo la 'catedral', bajo los hielos en 'Encuentros en el fin del mundo'. Para Herzog no hay un fin del mundo, sino un principio. Herzog sueña y lo realiza, y el acto es la realidad del sueño. No es sino la sabiduría de la ilusión.
La conquista de lo inútil, la belleza de lo inútil. La vida es ilusión, lo que implica la realidad del sueño (o su búsqueda, encuentro o realización). Paradojas. A Werner Herzog le atraen los que pugnan por materializar un sueño, un proyecto, aunque se enajenen en el proceso con la obsesión, o quizá ya lo estén desde un principio, aunque sean temerarios o imprudentes como Treadwell queriendo convivir en los dominios de los osos como si fuera uno de ellos. En 'Fitzcarraldo' (1982), Fitzgerald (Klaus Kinski), al que llaman Fitzcarraldo porque los nativos de Iquitos (Peru) no logran pronunciar correctamente su nombre, es capaz de recorrerse 2000 kilómetros para asistir a la representación de una Opera protagonizada por su admirado Enrico Caruso. Del mismo modo que sus manos sangran, por el esfuerzo de llegar a tiempo, su pasión también para realizar sus sueños. Para Fitcarraldo no existe el término desaliento, aunque haya fracasado en su intento de crear una red ferroviaria transandina,o haya intentado enriquecerse con el hielo. Y hay un sueño que quiere materializar, para lo que es necesario un dinero que no tiene, conseguir edificar una opera en Iquitos, para que actúe en ella Caruso.
Por ello, no tiene miedo en implicarse en otro proyecto que parece tan temerario como imprudente. Intentar enriquecerse con el negocio del caucho implica ascender por un río, e introducirse en una zona que sigue siendo un territorio desconocido, una incógnita en los mapas que es zona oscura, porque en esa zona pende la amenaza de los jíbaros, reductores de cabeza. Y más aún, implicará ascender el barco por una ladera, y su consiguiente descenso, para llevarlo al otro río paralelo, en el que además tendrá que superar unos peligrosos rápidos. Fitzcarraldo no se arredra, no hay peligro que pueda 'reducir' el impulso de sus sueños, con la proa de su música como ariete. No hay apocalipsis en la singladura sino afán de superación, no hay inmersión en los abismos, sino desafío a lo inconcebible.
Herzog aplica la épica del etnógrafo en la narración de ese laborioso ascenso del barco a vapor. Para ello, como él mismo se calificó, se convierte en 'conquistador de lo inutil', porque realiza una gesta 'intranscendente', sin repercusión. Lo que documenta, lo que refleja no es recreación, es creación. Porque en el hecho en el que se inspira, Carlos Fermin Fitzcarrald, no ascendió el barco completo, sino lo hizo en varias piezas que luego acoplaría de nuevo (aparte que pesaba mucho menos, 30 toneladas a diferencia de las 320 del que se asciende en la película). Pero además Herzog no recurre a los efectos especiales, ni recurre a las elipsis. No sólo narra una gesta, sino que la realiza. Y la rueda. Manipula los hechos para realizar un sueño, para materializar lo imposible, Conquista lo inutil, y revela su deslumbrante belleza, porque hace cuerpo del impulso de acción. Desafía los límites, entra en el territorio de lo calificado como locura, como desvarío o despropósito.
Herzog funde ilusión y documento, ficción y realidad, lo que es se representa, lo que se representa es. Fusiones que complejizará en sus documentales en esta última década en esa difuminación de limites entre acción y escenificación. En su mirada se conjugan y funden.
Y la celebración, la música de lo sublime. La música que se eleva, en esos momentos de acto de realización, como la celebración final con los músicos de la opera en el barco, el sueño materializado, acción que fluye, música que asciende, como durante la inmersión bajo la 'catedral', bajo los hielos en 'Encuentros en el fin del mundo'. Para Herzog no hay un fin del mundo, sino un principio. Herzog sueña y lo realiza, y el acto es la realidad del sueño. No es sino la sabiduría de la ilusión.
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