domingo, 11 de agosto de 2013

Transe

 photo OIR_resizeraspx_zps30863764.jpg La poesía está en todo, en la tierra, en lo bueno y en lo malo, dice una voz, mientras vemos cómo el hielo se resquebraja. Una fisura se abre, como otra se abrirá en la mente de Sonia (Ana Moreira), protagonista de la espléndida 'Transe' (2006), de la cineasta portuguesa Teresa Villaverde. Una fisura que es una herida que tiene poco de poética, porque la realidad se revela un sórdido sumidero, aunque sí de poesía rebosa la narración. Hay narraciones que se despedazan, que son una deriva que se va sumiendo en un proceso o trance de enrarecimiento, en paralelo al relato de una desaparición, al despedazamiento de una mente, el último resquicio de resistencia cuando su cuerpo ha sido maltratado, forzado, vejado.  photo OIR_resizeraspx2_zps95c047e3.jpg  photo OIR_resizeraspx4_zps6c6eb7d7.jpg Sonia es una chica rusa que se siente ajena, extraña, a su tierra, que desea huir, abandonar un lugar que no siente como propio, que no siente como su lugar. Un espacio de hielo, un espacio blanco, en donde los rostros parecen resbalar, y a la vez entrar en colisión porque no se encuentran. Sonia emigra a Checoslovaquia, donde trabaja, como otras chicas, en una fábrica, sin papeles, seres invisibles, pero expuestos, vulnerables. Vulnerabilidad que se revelará descarnadamente cuando detengan a todas, y quede ella sin saber dónde ir, en la intemperie, perdida en el bosque hasta desfallecer o expuesta a que la conviertan en una mercancía en tránsito, y su valor de cambio sea su cuerpo, primero retenida aterida, desnuda, en un baño, en donde su piel parece fundirse con la blancura del espacio, como su voluntad, y después minada su fuerza física, cuerpo tembloroso, será forzada en la cama por quien la trasladará a un prostíbulo de Italia en donde seguirá siendo degradada, de modo inclemente, mientras se resiste a plegarse a unas voluntades ajenas.  photo OIR_resizeraspx3_zps1d9bb8bd.jpg  photo OIR_resizeraspx5_zpse2a4bc67.jpg La narración se transfigura, como un trance, como lo habita y vive (o sufre) Sonia. Ya la extrañeza se asienta desde las secuencias introductorias, con una narración dislocada, como si se hubiera deshilachado la sutura, como el grito de las emociones de Sonia que anhela otros horizontes, como si no existiera vínculo, enlace, entre los rostros y el entorno, entre los deseos y la realización (hay una hermosa elipsis del rostro lloroso de su novio en el hielo a un plano del espacio en el que ella ya transita abandonando Rusia). En los siguientes pasajes priman los espacios de tránsitos, de desplazamientos en carreteras, entre paisajes, como un decorado que corre aunque realmente ella no se mueve, sino que es trasladada. No hay realización, es una trampa en precipitación. El primer plano de su rostro es lo que dominará los pasajes en el prostíbulo en Italia porque es la encarnizada lid de su voluntad con la quienes quieren convertirla en enajenada mercancía. Sonia se resiste a no desaparecer como presencia entre esos difusos reflejos que distorsionan su mirada, entre golpes e inyección de drogas para aturdirla.  photo 741bb8c9990d4631ba682fc1237d98c8_zps8c43406d.png Los últimos pasajes son la materialización de esa desaparición, de esa fractura o fisura en su mente. Quizá ya estemos en el territorio de su enajenación, en su mente, en donde se ha extraviado como el último refugio que le haga anestesiarse del dolor de la vejación que sufre, para no ser consciente de que se ha convertido en carne que es representación, cosa, objeto, orificio. En esos pasajes, excepto cuando reclama su libertad, casi se convierte en una ausencia, en un espacio, una mansión, en el que es una posesión de lujo retenida en un dormitorio de lujo, espacio que disimula, transfigura, la sordidez del angosto cubículo del prostíbulo, en donde la mantienen a oscuras, esperando que ceda, que su mente pierda y les deje su cuerpo. El espacio de su mente es el refugio en su prisión, la transfiguración que anestesie su dolor. Su mente se hace la dormida, para que el hombre de la garra escarlata no se percate de que está despierta. Como el niño que fue Victor Erice cuando padecía las pesadillas nocturnas, Sonia se esconde en su mente para que la realidad no la desgarre.

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