lunes, 5 de agosto de 2013
Sólo el viento
Si fuera sólo el viento, serías un chico de once años, Rio (Lajos Sárkány), remiso a levantarte para ir otro día al colegio, o una chica, más aplicada, Anna (Gyöngyi Lendvai), que se levanta con presteza para recorrer el sendero que separa su precario hogar, un chamizo, de la parada del autobús, o serías la madre de ambos, Mari (Katalin Toldi), que realiza el mismo recorrido para coger el autobús en el que se traslada a su lugar de trabajo, unas instalaciones en las que realiza labores de limpieza. O serías el abuelo, cuyas facultades están minadas tras un ataque cerebral, y a quien quizá encuentres en el descampado junto a la casa cuando retornes al hogar. Si fuera sólo el viento sería una familia que lleva una vida precaria y que está ahorrando para poder reunirse con el padre que marchó a Canada. Podría ser la vida de muchos que pugnan por sobrevivir como quien saca a duras penas el rostro del agua, pataleando para no hundirse.
Poco hay distintivo en su discurrir cotidiano, en esas veinticuatro horas que refleja y narra 'Sólo el viento' (Csak a Szél, 2012), cuarta obra del cineasta húngaro Benedek Fliegauf. Su estilo adopta esa variante de cierto cine semidocumental que se extendió en la última década (en la que los se tendió a difuminar los límites entre ficción y documental, documento y dramatización); obras con una apariencia de reportaje, en el que la cámara sigue a los personajes, en ocasiones casi adheríéndose a ellos, reflejando acciones ordinarias, los agujeros que rehuye la ficcionalización ortodoxa (tránsitos, desplazamientos) como si lo relevante fueron los flecos, el movimiento de unas acciones. Un vaciado de dramatización que se transformaba en respiración dramática; era la cámara, la modulación, la que tramaba, más que un entramado argumental. Un estilo o tratamiento, esquivo, pero no carente de crispación, propulsado. especialmente, por los hermanos Dardenne, y que Paul Greengrass aplicó a los terrenos del thriller con las dos obras que realizó sobre Bourne, y que había utilizado en la espléndida 'Bloody sunday' (2002).
La cámara alterna su atención sobre la madre y sus dos hijos. Hay detalles que reflejan una crispación ambiental, como los desprecios con sonrisa arrogante del jefe de la madre, o el asalto de dos chicos a una chica en el vestuario, hecho del que la hija prefiere hacer caso omiso y abandonar la estancia como si no fuera con ella (como si así evitara que ella también sufriera el mismo asalto). No por ello habría que pensar que no sólo es el viento. Son circunstancias que pueden ocurrir en cualquier contexto. Pero hay detalles que amplifican esa amenaza y hacen sentir que hay algo más allá del viento, unas turbulencias con forma humana. Turbulencias que el estilo no enfatiza sino que enciende como una mecha subterránea, que enrarece progresivamente la narración sin al mismo tiempo dejar de transmitir el discurrir de un día ordinario. Un día ordinario cuyo incendio, propagado desde hace tiempo, no es visible, pero deja asomar sus llamas: Un grupo con aspecto de vigilantes en el sendero de la casa que preguntan a la hija si ha visto cierto coche.
También el zumbido de unas moscas, y cierta conversación de unos policías son indicios de que no sólo es el viento: Rio se introduce en casas para coger diversos objetos, comida, aunque la particularidad es que en la casa en la que entra abundan las moscas, como si oliera a muerte, y así es. Una pareja de policías llega para realizar una inspección de lo que es el lugar de un crimen, en el que han asesinado de nuevo, irrumpiendo en la noche, a una familia de gitanos. Lo que diferencia a esta familia de las anteriores, según palabras de los policías, es que eran una familia trabajadora, y eso puede modificar el 'mensaje' de los crímenes, ya que evidencia aún más el racismo. Hipocresía, beligerante racismo, realidad viciada, degradada. Río guarda sus objetos en un refugio que tiene en el tronco de un árbol en el bosque. En uno de sus paseos encuentra un cerdo muerto, el cerdo de la familia asesinada.
Tras él, en el camino, aparecerá siniestramente, como si cerniera amenazador, una presencia oscura (hasta sus cristales lo parecen), un coche en el que viajan los que parecen ser los responsables de la serie de ataques a las familias gitanas de la zona. Hechos que acaecieron entre el 2008 y el 2009 en Hungría, con saldo de 8 muertos y más de 50 heridos. Esta familía que la cámara sigue en un día que podría ser otro cualquiera es gitana, y para varios de sus componentes será el último día de su vida, por ser gitanos, aunque su vida sea la de tantos otros que realizan las mismas acciones para ir al colegio o al trabajo, que come, duerme y se baña en el río como tantos otros. Pero los carnívoros xenofobos necesitan alimentar su mezquindad y esta familia, como otros gitanos, son cerdos que deben matar para saciar su apetito. Sí, no sólo era el viento.
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