sábado, 10 de agosto de 2013
La morte rouge
'Veo, veo'. La respuesta debería ser una pregunta '¿qué ves?' pero la respuesta no llega porque la pregunta se ha enmarañado entre los puntos suspensivos. ¿Qué ves cuando ante ti tienes reflejos? Los reflejos en la superficie del mar, reflejos en la oscuridad, tras haber sido testigo por primera vez de los reflejos en la pantalla, luminosidad en la oscuridad, en la que la representación de la realidad, los noticiarios, no se distingue de la ficción, una película de la serie de Sherlock Holmes protagonizada por Basil Rathbone y Nigel Bruce, 'La garra escarlata' (1944), de Roy William Neill, que no era su verdadero nombre, sino Roland De Gostrie, si es que este lo era, y que había nacido en un espacio flotante, que ni es tierra ni es mar, en un barco frente a la costa irlandesa. ¿Cómo distinguir la realidad de la ficción, o dónde están sus límites? Te sugestiona aquella película, cuyas sombras se propagan en la realidad, y sientes que aquel asesino en la pantalla, el señor Potts (Gerald Hamer), el cartero, puede no sólo ser cualquier cartero sino que, del mismo modo que en la película se presenta, caracterizado, con cualquier identidad (incluida, femenina), puede ser todos, y todos pueden ser el señor Potts. Esa posibilidad se convierte en una fisura que abre una herida en la realidad, como la abre a insondables posibilidades y sorprendentes ángulos.
Porque su sombra traspasa la pantalla y se multiplica en sombras que se extienden por las paredes y el techo de la habitación, donde, como otra pantalla, el proyector de tu imaginación las anima, las dota de vida, de relato, como crees oír sus pasos por el pasillo aproximándose a ti, y cierras los ojos, apagas el proyector de tu mente, porque quizás haciéndote el muerto no se percate de tu presencia. Advertir que viene el cartero es advertir que van a caer nuevas bombas, porque la realidad, afuera de la pantalla, resulta igual amenazadora, un espacio en el que no sabes qué puede ocurrir, porque nada se controla, todo es posible. Y la amenaza se disfraza, se oculta entre las sombras. La muerte puede acaecer en cualquier momento, como a cualquiera de aquellos personajes en la pantalla, la primera vez que fuiste consciente de que las personas mueren, e incluso de que unos seres humanos pueden matar a otros. Una fisura, una hendidura se había abierto en la realidad.
¿Qué ves? ¿Qué puedes contestar a esa pregunta? ¿Qué ven aquellos espectadores que se mantienen impasibles ante la pantalla, que parecen indiferentes, como si no les afectara lo terrible que acaece en la pantalla?. Una expresión que quizá signifique que saben algo que él no sabe, y por eso nada les afecta ni conmociona. Quizás es la misma expresión de la gente en la realidad, afuera, ante una vida que no deja de zarandearles, sacudirles, amenazarles.
El lugar donde transcurre la acción de la película de Sherlock Holmes se llama La morte rouge, la muerte roja, un lugar que presuntamente existe en la zona francófona de Quebec, pero que realmente no existe,como no existe ese país de sombras llamado cine. Ese mundo de reflejos que hace abrir los ojos para ver los reflejos y la realidad de otro modo.
En la magistral 'La morte rouge (Soliloquio)'(2006), obra de 33 minutos, de Victor Erice, realizada para ser exhibida en la exposición 'Erice-Kiarostami. Correspondencias', en el Centro Contemporáneo de Barcelona, la voz del cineasta se traslada a su pasado, a sus primeras experiencias como espectador con cinco años, desde un presente que constata lo efímero, la construcción del nuevo Kursaal, donde antes se edificó el edificio que tuvo su momento de esplendor en la Belle epoque y en el que el tuvo su primera experiencia como espectador en 1945. Lo efímero y lo permanente. Los reflejos y el mar. Las huellas que quedan en nuestra pantalla interior, experiencias que nos construyeron, mientras seguimos explorando esa realidad, preguntándonos qué vemos, de qué materia están hechos los reflejos que llamamos realidad, y por qué los reflejos en aquella otra pantalla los sentimos tan reales, nos sugestionan, influyen y conmocionan como si se abrieran paso en nuestra mente y forjaran nuestros pasos, nuestras mirada, como faros en la escurridiza realidad.
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