martes, 23 de julio de 2013
La mejor oferta
1.Virgil Oldman (Geoffrey Rush) dispone de una sala privada, secreta, en la que las paredes están ocupadas por decenas de retratos femeninos. Es su pantalla. Un ideal. Los rostros de su película, de su fantasía habitada. Como, con otros matices, lo representaba la familia cuyas fotografías ocupaban toda una pared del domicilio del protagonista de 'Retratos de una obsesión' (2002), de Mark Romanek. Este anhelaba sentirse parte integrante de ese ideal. Oldman admira desde la mullida distancia (como lo es la butaca en la que se sienta para contemplar aquellos rostros), a la espera de que ese ideal se encarne. Oldman tiene también una amplia colección de guantes. Siempre porta algunos. Nunca ha tocado una mujer. Oldman es subastador. Quizá espere la mejor para pujar. Aunque, como le indica un colaborador, con las mujeres nunca se sabe si se realiza la mejor oferta. Pero en la imaginación, como si es el subastador, se controla. Los contraplanos son complacientes, porque son estáticos, un reflejo permanente, a la par que diverso. Se sienta en esa sala y contempla esos cuadros, como si se sintiera correspondido. Las miradas no disienten, siempre sonreirán, nunca enfocarán hacia otro. Oldman vive en su imaginación,en esa pantalla confortable en su complacencia. Ya supera los sesenta pero no ha dejado de soñar con que alguna vez encuentre a la encarnación del ideal.
Convivir con los ideales en la habitación secreta, en tu mente, no te depara conflictos. Estos surgen cuando se entra en contacto con la escurridiza, elusiva, opaca y ambigua realidad. Resulta difícil distinguir lo que es cierto de lo falso, aunque él lo sepa con respecto a las obras de arte, y de ello saca beneficio. Pero con el amor como distinguida obra de arte, como modelo ideal que parece encarnarse en un cuerpo, la sugestión puede entrar en juego como la manipulación. Alguien que ha vivido exclusivamente en su imaginación es más vulnerable a la imagen ausente. Lo que le seduce de una joven cliente, Claire Ibbetson (Syliva Hoek), cuyo apellido ya evoca una historia icónica del romanticismo que supera todas las leyes espacio temporales (Peter Ibbetson), es que no pueda verla. Se convierte en una obsesión el lograr dotarla de rostro (como la luz del ojo/proyector de Oldman intentando verla por el agujero).
Claire padece una crónica agorafobia. Permanece recluida en unas habitaciones secretas en su mansión, y se comunica por voz a través de los paneles (cual pantallas). Claire sume en el vértigo de una obsesión a Oldman. El misterio le cautiva. Tiene que dotar de rostro al enigma, a lo ausente, como de su vida (de su habitación privada, secreta, de su intimidad), ha estado ausente ese amor pasión sublime. Claire es una habitación secreta sin rostro, el ideal que no tiene cuerpo, o que no se presenta como cuerpo, pero puede dotarse de presencia, de cuerpo (como si fuera una de las estatuas tras las que se esconde para observarla). Al mismo tiempo, unas piezas que encuentra entre las pertenencias parece formar parte de un autómata. Este irá cobrando forma a la par que progresa, y se da cuerpo, a la relación entre Oldman y Claire. Dos personajes que parece que superarán sus miedos, que lograrán escapar de la reclusión en la que se habían sumido, por miedo y decepción, o por abocarse a las celdas doradas de los sueños en donde no puedes ser herido.
2. Pero 'La mejor oferta' (La migliore oferta, 2012), de Giuseppe Tornatore depara un giro que transforma radicalmente el escenario. Y la historia se convierte en otra. El resorte salta, o muestra sus tripas. Aunque hasta entonces tampoco había destacado por su sentido de la atmósfera, pero sí se había desarrollado con sólida eficacia, sostenida en la gran interpretación de Geoffrey Rush, y en su intrigante guión, este giro convierte la película en un mero artefacto hilvanado con mecánica eficacia. O esa es la impresión de insuficiencia, insatisfactoria, que me suscita. Pareciera que importara más el sorpresivo giro, el fingimiento, el truco de manos, desvelar que todo era un escenario, una representación, mostrar el mecanismo, y de qué modo se ha orquestado una manipulación con una mente, por sus características, fácilmente sugestionable, como una lección ejemplar, además, con un manipulador, alguien que traficaba con las obras de arte porque sabía distinguir lo verdadero de lo falso, capacidad que utilizaba como instrumento para enriquecerse, pero no sabe distinguir cuándo le engañan con la obra de arte del amor sublime. El fuera de campo era más bien un semillero de un campo de minas.
Oldman, como Scotty, en 'Vértigo', había sido víctima de una representación. Pero ahí se queda. Todo el sugestivo entramado de reflexión sobre las proyecciones amorosas, sobre las finas líneas que separan las simulaciones, las escenificaciones, las modelaciones, las manipulaciones y sugestiones, de la intensa dramatización en abismo que se siente, en lo que ahondaba la obra de Hitchcock, quedan subordinadas a lo que cobra realce en estos últimos pasajes: el resorte, el muñeco saliendo de la caja diciendo sorpresa. El soñador ha sido engañado por sólo saber ver la pantalla, pero no cuál era la condición de las sombras que la habitaban, sombras que sabían disimular su condición de titiriteros. Con 'Vértigo' tras el descubrimiento de la representación nos precipitábamos en el abismo, aquel en el que el sugestionado, el enamorado, es incapaz de ver el rostro real, y lo modela para que se ajuste a la idea, a la representación. La emoción gritaba, en uno y otra, pero no se lograban verse ni escucharse, porque el fragor del abismo les superaba. La mente puede ser una habitación cerrada en la que se atasca el mecanismo. En 'La mejor oferta' podemos admirar el mecanismo, pero el abismo es un mera brisa.
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