lunes, 15 de julio de 2013
Hadewijch
¿Cómo amar una idea si siempre está ausente? ¿Cómo abrazarla, como sentirla si es invisible? ¿Dónde queda el cuerpo, nuestra constitución de presente? De la mortificación al martirologio. Desaparecer, negarse, ante una imposibilidad. Hadewijch (Julie Sokolowski) es una novicia que no come, que se expone a las temperaturas frías aunque tirite. Abstinencia, padecimiento. Quizás negando el cuerpo, torturándolo, sea la vía adecuada para llegar a la idea que se ama, Dios, lo invisible, lo ausente. Para fusionarse con esa luz que resplandece entre las brumas en el cielo, en unas alturas, distantes. Siempre parece que haya una bruma que se interpone. Esa recurrente mortificación provoca que sea expulsada del convento. Su actitud es extrema, una actitud que no sabe de límites, que ansía transgredirlos. Porque Hadewijch, cuyo verdadero nombre es Celine, ansía amar, con desesperación, ansía amar lo invisible, pero le desgarra, le fustra, sentir su ausencia, su no presencia. No siente, no palpa, su reciprocidad. Siente un vacío que la desgarra, el vacío de una distancia que parece insalvable.
Clausuras, reclusiones. Conventos, cárceles, los fanatismos, encierros de la mente. En 'Hadewijch' (2009), de Bruno Dumont, a la par que Celine abandona el convento, David (David Dewaele), quien trabaja de albañil en el mismo, es detenido y encarcelado. Caminos paralelos cuyo encuentro recuperara a Celine como cuerpo y presencia en la secuencia final. Celine abandona una clausura para entrar en una deriva que finalizara con otra clausura, otra reclusión, la del fanatismo, la del martirologio, porque no encuentra otras respuestas que logren resolver su escisión, su desgarro. Un chico arabe, Yassine (Yassine Salime) se siente atraído por ella, pero Celine ama el cuerpo ausente, el de Dios, aunque su confusión no dejará de acrecentarse (y de paso, la de Yassine, desconcertado en ciertos momentos, porque no sabe si su cuerpo es sustituto, tránsito provisional de una desesperación que arde, o quizá mera refracción). Confusión que será aprovechada por Nassir (Karl Sarafidis) cuando la inocule las ideas de que la violencia es la respuesta, el martirologio es 'realización'; no hay inocencia en el mundo, ante el agravio como 'nosotros' hay que responder con la violencia, la extrema negación del cuerpo.
Hadewijch de Amberes fue una poetisa cristiana mística del siglo XIII, que perteneció a las beguinas (laicas católicas que vivían en comunidad, sin establecer jerarquías entre ellas), que escribió obras como El lenguaje del deseo o Dios, amor y amante. Celine busca una poesía mística en su vida, que conjugue ausencia y presencia, lo invisible y lo visible, pero se extravía porque no distingue una senda cierta, sino callejones sin salida, cuerpos a ras de suelo que no la satisfacen aunque no dejen de despertarla sensaciones que ansía materializar. Su hogar, donde vive con sus padres, parece un mausoleo, un mundo aparte de la realidad. Celine no soporta que la miren, se siente turbada. Pero despliega su corporeidad con radiante naturalidad, como quien no se averguenza de su cuerpo, como quien ansía 'manifestarlo'. Su cuerpo parece 'rebosar', patente en cómo se perfilan sus pechos en la camiseta. Celine es una presencia, pero cuya mirada enfoca a distancias a las que no logra acceder, que no logra palpar, abrazar.
Cuerpos, distancias, tránsitos, desplazamientos, espacios, silencios. Miradas que se buscan, miradas que buscan, tantean. O miradas que se niegan, que se ciegan y encierran. El cine de Dumont es una interrogación, la de los incendios de los cuerpos que buscan quebrar las distancias, las que crean sus propios interiores inmovilizados, las costras de sus dogmas, de sus soberbias, de sus instintos desbocados, que se tornan violencia. Cuerpos que no saben vivirse y que arrasan otros cuerpos. Hasta que el agua que fluye en un abrazo transgreda esa crispada mudez.
PD: Quinta de las seis películas de Bruno Dumont, ninguna estrenada en España. Una de las más estimulantes filmografías del cine europeo.
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