domingo, 30 de junio de 2013
Star trek: En la oscuridad
En la oscuridad, donde habita la sombra, el siniestro reflejo. 'Star trek' (2009), de JJ Abrams, era el equivalente del adolescente dinamismo de 'La guerra de las galaxias' (1977), de George Lucas. Ahora, 'Star trek: en la oscuridad' (2013), de JJ Abrams, se densifica, y ensombrece, se hace adulta, como 'El imperio contraataca' (1980), de Irvin Kershner. Los héroes crecen, aprenden, asumen que cometen errores, que a veces sus sentimientos se entrecruzan y confunden con lo que combaten y los límites se emborronan, o que resulta difícil conjugar la determinación con la decisión razonable o justa. Aprenden que las sombras las crea la luz, que no están en el otro lado, sino que habitan en la propia mirada. En letargo, aunque el hielo que las contiene puede quebrarse. Todo es cuestión de saber establecer el equilibrio, de no ofuscar la mirada, de saber dejar brotar una lágrima cuando es necesario.
La rabia y la frustración, el sentimiento de agravio, propulsan el resentimiento, el anhelo de venganza, una pulsión de destrucción. La contención, la construcción de diques para evitar el dolor, te puede convertir en una piedra que usa la lógica como una acción de demolición: la razón se paraliza como si contemplara a la Medusa. A veces, es necesario saltarse las leyes, las reglas, no quedarse enquistado en la inercial aplicación. Hay que saber considerar las circunstancias, las emociones en juego. Aunque a veces, uno quiera establecer sus propias leyes y reglas. Resulta difícil conjugar el equilibrio. A veces, funciona una decisión por instinto, en otras es la razón meditada la que resuelve una situación. Kirk (Chris Pine) y Spock (Zachary Quinto) representan los extremos que se tensan durante el relato, para encontrar ese punto intermedio en el que converger, cuando Spock deje que una lágrima surque su rostro, y transparente lo que los otros no ven, y Kirk reduzca su arrogancia radioactiva con el gesto sacrificial tras reconocer que quizá no sea el adecuado líder porque no siempre sabe cuál es la decisión adecuada.
Abrams ha producido varias series en las que vibran las secuelas, la onda expansiva, del atentado a las Torres gemelas, un hecho que sumió al país en el boquete de una asunción, la de la vulnerabilidad, la constatación de no ser inmunes, una herida abierta que se ha intentado cicatrizar, y que, a la par, ha servido para revelar otras fisuras. Los decorados quizá fueran ficticios.(aunque hay quienes han querido cerrarla con cemento y erigir sobre ella arrogantes construcciones que alimentan el victimismo para nutrir de nuevo la autosuficiencia agresiva: véase este año dos producciones centradas en ataques terroristas a la misma Casa Blanca). Las interesantes producciones televisivas de JJ Abrams, 'Perdidos', 'Fringe' o 'Person of interest' se materializaron en reflejos de un extravío, de una realidad escindida, de una realidad no controlada. Hay que asumir la mortalidad, lo que es irrecuperable, y lo que resulta impredecible. El eco que se proyecta en 'Star trek: en la oscuridad' es el del absurdo del ansia de venganza. Pero también la sombra que sobrevuela es que los monstruos fueron gestados, despertados, por la luz. Su trayecto dramático transita por los senderos de 'Skyfall' (2012), de Sam Mendes, con respecto a la franquicia de James Bond. En 'Skyfall', cual criatura frankensteiniana, el 'hijo' (el ex agente que encarna Javier Bardem) se revela contra la madre (M) que le gestó, y luego 'abandonó' (deshechó), como ocurre con el mismo Bond en las secuencias iniciales (el personaje de Bardem encarnaba el resentimiento contenido de Bond).
Reflejos: Kirk es recriminado por su superior, el almirante Pike (Bruce Greenwood), por una irresponsable decisión (la que ha tomado en la secuencia introductoria) que implicaba infringir los reglamentos, incluso la primera directiva instituida (visibilizarse, dejarse ver por otras civilizaciones). Para Kirk, que pensaba que su trayecto era el de la ascensión hacia el éxito, ve cómo el decorado de su vida queda demolido. Su vida no la controla, ha perdido el mando de su nave, de su vida. Se dejó llevar por impulsos, por sentimientos, y no supo canalizar adecuadamente la razón. Hay quien, en la Flota Estelar, también se deja guiar por sus sentimientos, cuando le ofrecen la cura de su hija enferma. Alguien que será capaz de convertirse en instrumento de destrucción masiva (pieza sacrificial) cuando coloque un explosivo en las dependencias de una instalación secreta de la Flota estelar en plena ciudad de Londres. La asociación de dos vasos, entre quien provoca la explosión y el de Kirk aturdiendo su agravio en alcohol, vincula ambos gestos, como si el primero fuera el sordo anhelo interior de Kirk, la furia que contiene, y que se corporeiza en un rostro, el de aquel que ha planificado tal acción de destrucción, Harrison (Benedict Cumberbatch),otro oficial, como él., aunque en su caso ya ex agente. Su lado siniestro, su reflejo. Aunque no sólo suyo (porque 'visibilizará' las turbias sombras que el poder disimula).
Harrison parece encarnar la falta de emoción, la carencia de empatía. Nada parece afectarle. Ni siquiera físicamente su cuerpo evidencia los golpes. El gesto exhausto, el rostro magullado de Kirk (cuando le golpea con rabia) contrasta con su gesto impertérrito, con su piel en la que no se refleja huella alguna de contusión. Del mismo modo, la determinación que emana de la presencia de Harrison, evidencia más si cabe, en Kirk, la condición de joven que acaba de dejar de ser adolescente y pretende ser adulto. Pero habrá lágrimas que surquen su rostro, lágrimas que también claman por agravios sufridos. El hielo de su apariencia y conducta oculta llamas dispuestas a incendiar el universo en defensa de los suyos. Harrison se oculta en el país de los enemigos acérrimos, los Klingon. Pero las apariencias no son lo que parecen. A veces se necesitan crear enemigos para poder satisfacer las ansias de destrucción. Quizá el enemigo esté en el interior, sea la propia luz que necesita crear sombras que arrasen lo que ha anhelado arrasar, y para ello se 'despierta' al instrumento adecuado de destrucción aunque quizá luego haya que eliminarlo porque ya se ha convertido en molestia (de nuevo, los ecos de los utilitarismos y de las conveniencias alrededor de Bin Laden. Las guerras de Afganistan e Irak y los atentados de las Torres gemelas).
Abrams modula la narración, de nuevo, con impecable dinamismo, pero a diferencia de lo que ocurría con la anterior, ahora hay calado. Hay emociones en lid que propulsan la narración. Las secuencias de acción son su manifestación. No las amortiguan ni diluyen ni menos asfixian. Son reflejo de los dilemas o de las tensiones en y entre los personajes. Los personajes se transforman, sortean las impurezas, la chatarra, que entorpece su crecimiento, como corporeiza la admirable secuencia en que Pike y Harrison son lanzados a propulsión de un nave a otra, sorteando la abundante chatarra especial, para introducirse por una exigua hendidura. No es fácil conjugar el equilibrio. Tomar la decisión acertada. Saber contener los impulsos, o expandir la empatía, cuando resulta necesario. La hendidura puede ser muy exigua, y puedes acabar estrellándote, por muy autosuficiente que seas, y por mucho que reprimas tus emociones para no sentirte vulnerable. Ahora, habrá que esperar que la continuación no sea como 'El retorno del Jedi', y tras la fase adulta no se alcance la sabiduría de la vejez sino más bien se entre en coma.
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