jueves, 6 de junio de 2013
Sin techo ni ley
Mona (Sandrine Bonnaire) tiene algo de figura mítica, aunque los mitos también pueden terminar en una zanja. Primero es un cadáver, un cuerpo ya desmadejado, cubierto de barro, luego, es un cuerpo desnudo que surge del mar, mientras una voz en off nos dice que no se sabe de dónde proviene. Como si surgiera de ese espacio natural que no sabe de leyes, de rutinas y hábitos. Mona es una figura errante por los caminos, que opta por vivir sin techo. Secuencias más adelante, sabremos que Mona tuvo tiempo atrás un trabajo estable en una oficina. Pero aquella vida organizada que cubría funciones, con techo, no le satisfacía. 'Sin techo ni ley' (Sans toit ni loi 1985), de Agnes Varda, es una variación de una expresión, 'Sans foi ni loi' (Sin fe ni ley). La película quizá no exude mucha fe. Es difícil encontrar otras opciones de vida, otras rutas. No basta romper con un modelo de vida, cuya infección asfixia. En un momento dado, uno de los diversos personajes con los que Mona se cruza, le señala que la libertad implica soledad, cuanto más libre seas más creciente será la soledad, que se convertirá en extravío.
Mona encuentra efímeros compañeros de viaje que por un momento coinciden en la dirección, o es rechazada, o es expulsada cuando se asienta provisionalmente, por convertirse en amenaza de suplantar otros roles ya establecidos, como en la mansión (residuos o quistes de otros tiempos, de tradiciones: otras estratificaciones sociales: señores/sirvientes), o por ser mujer y pertenecer a otra cultura, como le ocurre con trabajadores marroquíes (quistes de otros espacios, otras culturas). Hay quienes ven en ella el reflejo de la vida que quisieran tener, de la que quisieran disfrutar si tuvieran valor, como le ocurre a Yolande (Yolande Moureau) que trabaja de sirvienta en la mansión. Porque la película no es sólo el retrato de una chica, de Mona, o de su trayecto, mito y barro de realidad al mismo tiempo, sino el de aquellos con los que se cruza, de una sociedad, de un tiempo. Los personajes comentan ante la cámara sus impresiones sobre Mona, en ocasiones tras los hechos ya visualizados, en otras previamemente. Incluso, a veces se conjugan tiempos, la acción y el relato (en su doble, la sirvienta, su figura equiparable en el mundo rural o tradicional: seguimos siendo sirvientes y señores aunque ya no se califiquen así a los roles sociales en esta dictadura económica).
Los límites entre ficción y documental se diluyen, como entre el realismo y el artificio, entre mito y realidad. En cierto modo, 'Sin techo ni ley' transita la senda de 'A años luz' (1981), de Alain Tanner, por su convergencia en el juego de espejos de opciones de vida y en el estilo visual, nada retórico, como si la cámara también fuera ojos y pies que se desplaza por el campo, por las carreteras, que buscara su pálpito, como si fuera un olor que se recordara vagamente y quisiera recuperarse, sacudirse el entumecimiento. Pero te puedes quemar, o precipitarte en el vacío, porque no es fácil volar como los pájaros (a lo que aspira el personaje de Trevor Howard en la obra de Tanner). No es fácil convertirte en lo que no has sido, como si pudieras vivir fuera de los angostos espacios que marcaba una ley de horarios fijos que compartimentaba tus tiempo, tu vida, sabiéndo, en cambio, cómo desenvolverte en una vida que es provisionalidad, inestabilidad.
En un momento dado Mona toca la estatua de una mujer, como si en esa piedra reconociera a la que fue. Pero la amplitud se puede convertir en un vacío o abismo que te engulle. Las simas de esa dualidad, del espacio de vida angosto y del espacio sin límites, las reflejó elocuentemente Paul Bowles en 'El cielo protector' (no Bertolucci en su versión de postal). Mona rompe con lo que le disgusta, la angostura vital. Es un acto de negación, como hará el personaje en el que se inspira 'Hacia las rutas salvajes' (2007), de Sean Penn (quien parece tener miedo, como Bertolucci, de las aristas de lo que narra, y en su caso lo esteriliza con un hiperfragmentado montaje). Pero lo complicado es construir una afirmación. ¿Dónde y cómo? Porque, de entrada, la periferia de la vida estructurada urbana está también estructurada, es una ilusión de amplitud, porque su horizonte (que se convierte en bucle trampa) no son edificios de cemento, sino campiña, o el mar. Pero no somos ni pájaros ni peces. Y por ello, como el personaje de Trevor Howard en la obra de Tanner, se acaba estrellando cuando intenta volar, y con los ojos arrancados por las aves que le ponen en su lugar, o como Mona, se acaba boqueando, hasta morir, en una zanja, cubierta de barro. De donde provenimos, sin saber hacia dónde vamos.
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