viernes, 14 de junio de 2013
Secreto de esposa
El exquisito arte de la sutileza. En 'Secreto de esposa' (Tsuma no kokoro, 1956), de Mikio Naruse, el matrimonio que forman Kiyoko (Hideko Takamine) yShenji (Keiju Kobayashi) tienen el proyecto de habilitar un espacio vacío colindante a su hogar para gestionar un restaurante. Es como un espacio en blanco, un fuera de campo, un espacio sobre o con el que especular, un espacio que ocupar. El espacio de los posibles. A la madre, en principio, le preocupaba que tuvieran intención de derruirlo. Lo posible y los derrumbes. Y las interrogantes que surcan los fueras de campo que palpitan en las miradas de los personajes.
En su primer tramo la estructura parece la de unos pétalos incompletos, como si las secuencias se interrumpieran sin que las situaciones se desarrollen, de las que quedan el eco como los círculos concéntricos en el agua, porque las relaciones se sustentan sobre cómo 'completan' lo que no saben o resulta intrigante. La narración se orquesta sobre los gestos que especulan, los pensamientos que se intuyen cruzan por las mentes, sobre lo no dicho, lo no compartido, lo no expresado, lo que quedará en el baúl de los sentimientos ocultos, nunca desplegados. Kiyoko y Shenji se preguntan durante una semana porqué el hermano mayor de él, Zenichi, y su esposa e hija, aún siguen en su casa, si habrá perdido su empleo. Algunas vecinas, e incluso Shenji, evidenciarán con sus gestos, irónicos o replegados, respectivamente cómo piensan que entre Kiyoko y Kenkichi (Toshiro Mifune), quien trabaja en un banco y va a facilitarles un prestamo para su negocio, puede estar gestándose una relación o ya consolidándose.
Shenji se pregunta por qué una de las geishas con las que había pasado una noche, junto a un amigo, desapareció en el tren cuando retornaban. Entre Kiyoko y Kenkichi sí se está gestando algo, al mismo tiempo que se produce una fisura que les distancia entre Shenji y Kiyoko, en lo que es primordial lo no dicho, y con los fueras de campo se especula lo peor. Hay una bellísima secuencia, en un restaurante, en la que Kenkichi está a punto de expresar lo que siente, pero se queda con la palabra enmudecida en el gesto interrumpido. La secuencia alterna planos de sus rostros, tanteándose, escurriéndose, vacilantes, con planos de la lluvia cayendo sobre la tierra. Las emociones no encuentran su cauce.
Si aclaran sus dudas, como llamaradas que brotan doloridas, Shenji y Kiyoko, precisamente en ese espacio en el que quieren construir su restaurante, en ese fuera de campo que se había convertido en un semillero de perturbadoras especulaciones. Por fin, ambos preguntan lo que atenazaba su interior como metal ardiendo, lo que habían guardado socavando sus entrañas, optando por opciones alternativas que se convertían más en espacio de despecho (acrecentadas por la tensión de que tenían que dirmir si suspender o demorar su sueño de negocio ya que el hermano mayor de él necesitaba un préstamo: ¿Qué hacen con su vida, la relegan a favor de otros, y cómo afecta a la relación, evidenciará el abandono de un proyecto que sus cimientos son frágiles, que son esos proyectos y no el amor lo que le sostiene?
Porque en el caso de Kiyoko la ambigüedad no deja de perfilarse como una interrogante que es garfio, o de difuminarse en una sonrisa que no se sabe si es el gesto de quien se esfuerza por mantener el paso en una realidad conocida que puede afianzarse y despegar, a la par que se asume que lo posible, lo excepcional, queda como agua de lluvia pasada, como un secreto en un patio interior que nunca se construirá más allá de lo soñado.Un final sublime.
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