lunes, 24 de junio de 2013
Inch'Allah
Un niño con una capa roja, y una camiseta azul, como un superman palestino en proyecto que encarnara el sueño de un pueblo, si Ala quiere, de vencer a la kriptonita israelí, contempla el horizonte desde las alturas de Ramallah. Chloe (extraordinaria Evelyn Brochu), una doctora canadiense que vive en Jerusalén, al otro lado del muro que cruza cada día para trabajar con la Cruz roja en Ramalah, contempla a través del portátil cómo su madre, en Canada, se prueba diversos pendientes. La madre advierte su mirada, una mirada que conoce bien, esa mirada anegada en sombras que gime cuando se ha perdido el paso, cuando aún te sacudes las entrañas porque nos has asimilado lo que has visto, lo que te ha arrollado las entrañas, la mirada.
Tanto el niño como Chloe han sido testigos, en un vertedero junto al muro, donde las familias palestinas buscan plástico u objetos de valor, cómo un jeep israelí ha arrollado a un niño palestino, que estaba encaramado sobre su capó (tras frenar, y así provocar que el niño cayera delante de las ruedas). En ese silencio que grita de ambas miradas se condensa el sutil estilo de la producción canadiense 'Inch' Allah' (2012), de Anais Barbeau-Lavette, y condensa la doble vertiente que lo alienta, ya que el niño se convertirá en periférico contrapunto narrativo de Chloe. Miradas que buscan, miradas que intentan enfocar, miradas que intentan romper los muros, miradas que buscan la perspectiva justa. Vertederos, muros, puestos de control. Chloe convive con una militar israelí, Ava (Sivan Levy), que trabaja en el puesto de control que cruza todos los días. También la información pasa puestos de control (a la ciudadanía israelí no le llega información de la muerte de palestinos, como el que ha muerto, como si no hubiera ocurrido).
En el otro lado ha establecido una especial amistad con Rand (Sabrina Ouazani), una mujer palestina embarazada a la que atiende, y que la introduce en su hogar, le hace sentir parte del mismo. Las perspectivas de Chloe se sacuden, se tambalean, sin lograr la mirada en equilibrio. Lo intenta, pero sus gestos, aún bienintencionados, son torpes. Consigue que Rand y su familia puedan pasar a la zona israelí para poder pasar unas horas en las tierras donde vivió su madre, pero Faysal (Yousef 'Joe' Sweid), el hermano de Rand, le reprocha que el gesto no hace más que hacerles sentirles peor porque es como si estuvieran de visita en su propio hogar. Chloe está en ambos lados, pero a la vez está en ninguno. La narrativa impresionista de 'Inch' Allah' hace de ese estado de animo fronterizo, indefinido, como si se desenvolviera sobre una tierra movediza que fuera perdiendo pie. En ocasiones el desequilibrio se refleja en breves secuencias en las que se alterna el plano general y el primer plano, como si no hubiera un centro, o en planos dilatados que concentran un estado de animo, como cuando Chloe baila en la discoteca, suspendida en su pesadumbre, en su impotencia.
La narrativa se teje a través de gestos, miradas, tránsitos, secuencias a veces interrumpidas, como si les faltara un hilo, o este se estuviera descosiendo. Como en otra estimulante producción reciente canadiense que también enfoca en un conflicto lejano, Rebelde' (2012) de Kim Nguyen, la narración busca dar cuerpo a un estado interior, a una herida, entre el impresionismo y la abstracción, entre la inmediatez de una cámara inestable, y una narrativa quebrada. En ambas, las miradas de sus dos protagonistas densifica el trayecto emocional, como interrogantes que buscan un refugio, una senda cierta, una fuga que sea liberación. Sus miradas erran en un paisaje que parece enfrentarnos, de modo más directo, a nuestra condición primitiva no superada, esa que se afirma en las rivalidades y los muros y los puestos de control y despliega horror sin freno.
Chloe intenta definirse, pero se ve abocada a convertirse en sombra. Intenta el gesto justo, pero también genera horror. El niño con capa roja y camiseta azul, que no habla en ningún momento durante la narración, logra abrir un boquete en el muro que separa de la tierra que consideran propia, la que se las hurtado. Su ojo se perfila, desde el otro lado, en el boquete, mientras, por primera vez habla. Enumera los árboles que ve. Una mirada que construye, como el niño en la secuencia final de 'Sacrificio' (1986), de Andrei Tarkovski, no deja de regar el árbol. La mirada de lo posible. Si Ala quiere (Inch'Allah). Un final bellísimo.
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