domingo, 9 de junio de 2013
Hannah Arendt
1.Si David Bowie cantaba que 'We can be heroes/Podemos ser héroes', Hannah Arendt introdujo el dedo en una incómoda llaga al afirma (¿recordarnos?) que 'podemos ser monstruos'. Eichmann es uno de nosotros, no un monstruo de otra dimensión, sobrenatural, una aberración de la naturaleza. Era un funcionario, un administrativo, un esbirro. Los esbirros sostienen los edificios del abuso del poder, pero disimulan que los sostengan sobre los hombros, más bien los encogen como si no fuera con ellos, den porrazos, coloquen los tampones de un sello, o transmitan cualquier orden, para ejecutar un despido, un embargo. 'Yo sólo obedezco ordenes'. Son parte de una cadena, eslabones. Se eximen de responsabilidad, cuando no son sino colaboradores.
De abril a junio de 1961 Hannah Arendt atendió, como reportera de 'The New Yorker', al proceso contra Adolph Eichmann, teniente coronel de las SS, responsable directo de la 'solución final', particularmente en Polonia, y de los transportes de deportados a los Campos de concentracion alemanes durante la Segunda guerra mundial. En 'Hannah Arendt' (2012), Margarethe Von Trota establece como contraplano las imágenes de archivo, el rostro real de Eichmann cuando fue procesado. Una atinada decisión. No se puede representar ese rostro, esa expresión, hay que mirarla de frente. Hay que devolver la mirada al abismo, porque es un reflejo en el espejo, un reflejo de lo posible en nosotros. Ese 'nosotros' que se revuelve contra quien le cuestiona que lance un envase de plástico en la playa porque él no es responsable de la contaminación ambiental. Es una ínfima gota en el mar de las irresponsabilidades. Pero una gota colabora con otras muchas otras gotas.
Mirar el rostro de Eichmann es mirar la banalidad del funcionario. Una falta de relieve que aterroriza por su falta de singularidad, por su hosca y árida expresividad. Es la mirada que en 'los otros' ve números, representaciones, cantidades, emblemas, objetos. Es la mirada vaciada que vacía la pantalla de la realidad para convertirla en un sumario, en una ficha de contabilidad. Es la mirada que sustrae vida porque observa la pantalla con desprecio porque hay 'polvo' que limpiar. Es mirada resorte, inconsciente (automática). Es la mirada a la que dotas de uniforme, de cargo, de posición en una escala de poder, y limpia, purga, el mundo alrededor del modo 'conveniente', según unas pautas marcadas que se cumplen con convicción, porque es su deber, porque 'es lo que hay que hacer'.
Hannah Arendt, judía, publicó en 1963, 'Eichmann en Jerusalén', con el subtitulo 'Un informe sobre la banalización del mal'. Esa expresión era el reflejo de una impotencia. Era la constatación de que la mayor de las aberraciones puede ser realizada por cualquiera (para integrarse en un colectivo, y sentirse parte de un todo, para prosperar, para sentirse 'algo' o 'alguien' dentro de una estructura definida y regularizada...) y conjuntados, además, a gran escala, como la realizada en el genocidio judio (aunque para Arendt se ajustaría mejor el término, proveniente del imperialismo inglés, de 'asesinato en masa administrativo'). Aún levantó más ampollas su consideración de que los Consejos judios, los dirigentes, fueron en cierta medida colaboradores en ese asesinato en masa. Arendt sacudió los cimientos de la autocomplacencia humana doblemente. Atentó contra la sacrosanta institución del 'Nosotros', esa presa en la que intentamos afirmarnos porque nos sirven convenientemente para señalar que el mal lo realizan o representan los otros, sean la construcción de identidad que representen (por credo, raza, nacionalidad, etnia,tendencia o género sexual etc). Y atentó también contra las tinieblas que puede posibilitar velar convenientemente el instrumental uso del victimismo.
2.La obra que ha realizado Margarethe Von Trotta sobre estos acontecimientos es como reencontrarse con uno de aquellos libros de pasta dura que encuentra en una librería de un anticuario. Puede que su estilo se haya quedado un poco apolillado, como si se asistiera a los rígidos primeros pasos de un autómata que recuperara su movilidad, que su estilo sea esmeradamente correcto, en el que pueden notarse el olor de las bambalinas en la configuración del atrezzo (aunque es algo también remarcable en otras obras centradas en tiempos pretéritos, y en particular en esta época, la de los finales de los 50 e inicios de los 60 que a veces hace asemejar a los humanos como figurines o maniquíes atildados). Y puede que a veces chirríe el énfasis en apoyar con insertos y planos de reacción la por así llamarla 'tesis', que no es sino el encendido y entusiasta apoyo al pensamiento de Arendt, excelentemente encarnada por Barbara Sukowa. Esa serie de quizá pueden limitar o deslucir su alcance como obra cinematográfica, pero se agradece esta revulsiva invitación al pensamiento, a la reflexión, sobre todo cuando la banalidad parece dominar las pantallas, y la misma realidad.
Von Trotta entra cual elefante en una tienda de porcelana con toda la carga de su pensamiento, deletreando con todas las letras todo lo que nos lanza bien explicitamente para que sea asimilado y digerido con su aliño de espinas y púas como un ejercicio de resistencia para que no prosigamos en nuestra deriva de entumecimiento, ese al que nos postergamos mientras seguimos mirando la realidad desde la distancia, como si fuera una pantalla en la que no podemos intervenir, lo que nos puede convertir en esbirros por impotencia. Por eso, este mamut cinematográfico que ha resucitado tras un deshielo aparece oportunamente ante nosotros para colaborar en un despertar colectivo necesario.
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