sábado, 15 de junio de 2013
Después de mayo
Después de mayo, cuando los espíritus combativos se diluyeron o dispersaron, cuando se convirtieron en una sombra tras la pantalla de otros espectáculos que dominaron la pantalla del mundo, la cultura del simulacro, la que combinaba nazis con criaturas antediluvianas, la que vaporizó los intentos de demoler un sistema injusto trastocándolos en nostalgia por lo que no pudo ser, por esplendores en la hierba, o fumando hierba, que quedaron como sueños o proyectos o viajes o gestos o amores inconclusos, indefinidos. Aquellos que corrían delante de los policías que les aporreaban intentaron encontrarse en los proyectos individuales, en la soledad de un arte que quizá no transformara pero al menos parecía un espacio manejable. Y quizás más inspirador trazar colores y líneas en una tela que hacer explotar un coche. Los debates derivaron en si el arte combativo que se opone a un poder instituido debe recurrir a otro tipo de sintaxis, de forma de representación, que no tenga que ver con un modelo narrativo predominante. O si de ese modo, precisamente, se alejan del ciudadano medio, porque el lenguaje heterodoxo se convierte en interferencia, en ruido, en espesura. Los intentos de nuevas miradas se enfangaron en una escasa receptividad, abocados a reducidos cotos.
Otros viajaron a otros países, otras culturas, buscando nuevas experiencias, buscando en la transfiguración sensorial, en ciertos éxtasis, otras revelaciones, otras epifanías, otras transcendencias, aunque los viajes se quedaran en inconclusos cuando no llegaran al punto de destino prefijado, o el cuerpo no resistiera los embates a los que se le sometía, porque no lograban cruzar los límites que se esforzaba por transgredir. También los amores, los espacios del deseo y del sentimiento, se convertían en otro espacio de ilusión que dotara de excepcionalidad, de elevación, de ruptura con la entumecedora maraña de los deberes y rutinas y hábitos. Pero la realidad agrietaba esa pantalla, que parecía desasirse de los lastres, cuando sumía en los sinsabores de una libertad que tenía sus condicionamientos, su reverso sórdido, doloroso, como tener que decidir si realizar un aborto.
O el sentimiento se revelaba como un fulgor demasiado escurridizo, voluble, volátil, indefinido. Amas a alguien, pero ella no lo sabe, busca definirse, enfocarse. En tu ruta de la vida te cruzas con otras que también crees amar, y así lo dices, aunque el recuerdo de aquella otra permanezca como una huella que emborrona los presentes, Al fin y al cabo son jóvenes y no es fácil enfocar, crees que lo que sientes lo puedes denominar de un modo, y estás convencido, pero quizás está constituido de otros vestigios, de flecos sueltos, de cicatrices no cerradas cuya herida no distingues porque te desenfocas en otro rostro,otra piel. Los sentimientos son como esos dibujos, que realiza Gilles (Clement Metayer), de perfiles indefinidos, de cuerpos que buscan completarse, esbozo de una realidad que intenta constituirse, como la mirada, como la realidad que se habita, y se prueba, se tantea, cometiendo errores, ofuscándose, probándose, dejándose llevar, acomodándose a la realidad menos conflictiva, quizás huyendo de sí mismos, de lo que soñaron.
La juventud arde y a veces los humos impiden discernir cómo y qué se siente, como qué es esa realidad en la que te desplazas, o erras, quiénes son esos rostros con los que compartes un viaje que es una línea de puntos siempre inconclusa, que resulta difícil perfilar. Y ya piensas que resulta imposible intervenir, influir en un escenario más amplio en el que te sientes diminuto cuando quizá sea más viable intentar trazar tus pasos en un escenario individual, que ya resulta lo suficientemente movedizo. Cómo influir y modelar un entramado social, si aún forcejeas con definir el propio.
Los fulgores ya son cosas del pasado, espejismos, intentos que derivaron en fracasos, nostalgias de lo que fuiste o pudiste haber sido.. Ya eres una sombra en una vida que como simulacro resulta más confortable, más tangible, valga la paradoja. Al fin y al cabo en las ficciones los dinosaurios y los nazis pueden ser vencidos.
Quizá 'Después de mayo' (Apres mai, 2012), de Olivier Assayas, sea una obra que no logra perfilar su entramado sugerente, quedándose en propuesta estimulante con líneas de puntos inconclusos, leve, demasiado leve, desde luego, escurridiza, aunque como 'Hannah Arendt' (2012), coincida en plantear sustanciosas interrogantes sobre los fracasos del pasado, los horrores que se realizaron, las transformaciones que no se materializaron, que han generado las inconsecuencias, los simulacros, las indefiniciones y las aberraciones de un presente que parece precipitarse en caída libre.
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