jueves, 30 de mayo de 2013
Hitler's madman
'Hitler's madman' (1943), la primera obra de Douglas Sirk en Hollywood (con Edgar Ulmer a cargo de la segunda unidad y, sin acreditar, el diseño de producción), podría haberse titulado como la posterior, y devastadora, obra de Elem Klimov, 'Masacre (ven y mira)' (1985). La obra finaliza con la represalia que el ejercitó alemán realizó, tras el atentado mortal sufrido por el 'Protector de Bohemia', Reinhard Heydrich, uno de los artífices de 'la Solución final'. Se ordenó hacer desaparecer del mapa a uno de los pueblos cercanos al lugar donde unos partisanos checos habían atentado, el 27 de mayo de 1942, contra el coche en el que viajaba Heydrich (fue denominada 'La operación Anthropoid', planeada por el servicio de operaciones especiales británicos junto al gobierno checo en el exilio: los partisanos fueron lanzados en paracaídas desde un avión de la RAF). El 10 de junio Lidice fue incendiado, bombardeado, su ganado confiscado, las mujeres y niños enviados a campos de concentración y 173 hombres, mayores de dieciséis años, fusilados. Las secuencias finales son de una intensidad desoladora. La figura de un santo de esquelética constitución, atravesado por dos flechas, se revela como un poderoso emblema de la ejecución una barbarie.
Aunque el título se centre en esa figura cruel, Heydrich (al que se le dio el sobrenombre de 'Verdugo/Hangman)., la obra de Sirk, como 'Los verdugos también mueren' (1943), de Fritz Lang, que también tiene el atentado sobre Heydrich como inspiración, eje y referencia dramatúrgica, es una película coral. Hay también una figura que encarna el hombre de acción, o la mano ejecutora, allí el personaje que encarnaba Brian Donlevy, aquí el paracaidista partisano Vavra (Alan Curtis), para quien retornar además de ejecutar su misión también implica reencontrarse con lo que ha dejado atrás, con lo que ha tenido que separarse, lo que ha tenido que sacrificar, la mujer que ama, Jarmilla (Patricia Morrison). El padre de esta, Jan (Ralph Morgan) encarna a quien no acaba de decidirse a revolverse, a llevar la resistencia a la acción, sino que asume con resignación una fatalidad. Intentó comprender la perspectiva del enemigo, aplicando la consideración de que en la vida hay grises, pero tras ser testigo de una sucesión de brutalidades asume que no hay otra respuesta a la violencia que la misma violencia.
Hay quien, como el personaje de Gene Lockart en la obra de Lang, confraterniza y sirve, con convicción, a los alemanes, como el alcalde, Bauer (Ludwig Stossel), quien encaja incluso la noticia de la muerte de sus dos hijos en el frente alemán en Rusia. Quien no lo hace es su esposa. Por un instante, su vida se desmorona, y el tiempo cruza a través de ella como una hiriente sombra de futilidad. No puede asimilar que aquellos niños a los que cuidó durante tantos años, de los que se preocupó en sus noches de pesadillas a los que preparó para la vida, hayan muerto. ¿Para qué esos veinte años? ¿Esta era su finalidad, su destino? El encuentro en la iglesia con Jan, es el cruce de dos miradas heridas que han descubierto tarde que su vida se sostenía sobre falacias, sobre cimientos inconsistentes.
Todas las secuencias protagonizadas por Heydrich son excepcionales, y brutales. Irrupciones de la más depravada abyección como un filo oxidado. Heydrich considera perniciosa la intelectualidad, alienta la sublevación, la disidencia. Su irrupción en la clase que imparte un profesor sobre cómo la presión de un cuerpo sobre otro no provoca la destrucción del alma ese cuerpo, se convierte en un ejercicio de aplicación de dominio. Para Heydrich no hay límites en la presión que se puede realizar para provocar el desmorone de la resistencia. Su culmen es la posterior rueda de identificación de las adolescentes estudiantes que van a ser enviadas al frente para servir de distracción a los soldados. Ante la rebelión de una de las chicas que opta por lanzarse por la ventana,Heydrich apostilla que es otra víctima de la intelectualidad.
También la fe puede ser sojuzgada, demolida, pisoteada: La irrupción con su coche en la procesión religiosa, y el enfrentamiento con el sacerdote, al que desafía a demostrarle que sí puede provocarle lo que consigue cuando pisotea el manto religioso, y que determina la ejecución del sacerdote. Un personaje que es pura tiniebla no puede sino morir entre unas tinieblas que parecen supurar, como refleja la extraordinaria secuencia en la que agoniza y fallece en su cama, en la que con rabia clama ante Himmler que no quiere morir, ni por el Fuhrer ni por nadie, sólo quiere vivir. Y sólo se arrepiente de haber sido débil, de haber matado sólo 30 cada día, en vez de 300 o 3000. La masacre de Lidice fue homenaje a su abyección.
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