miércoles, 1 de mayo de 2013
Cita en julio
Un jeep anfibio surca las calles de París, se introduce en las aguas del Sena, y cuatro minutos después vuelve a integrarse en el tráfico terrestre de las calles. Los cuatro jóvenes han tomado el atajo menos convencional. Tampoco tienen intención de integrarse en el tráfico convencional de la vida. En especial, Lucien (Daniel Gelin), quien sufre, en las secuencias iniciales, el rapapolvo de su padre porque no quiere integrarse, como sus dos hermanos, en la empresa familiar, prefiriendo ‘excéntricos’ sueños de etnógrafo.
La tanqueta es un residuo del pasado reciente, la guerra, y los jóvenes que protagonizan ‘Cita en julio’ (Rendez vous de juillet, 1949), de Jacques Becker, no sólo la han dejado atrás, olvidándose de rencillas interinas y otros lastres y traumas, sino que también tienen intención de dejar atrás un país, una dinámica de vida que no les complace. El propósito de Lucien, junto a sus amigos, que estudiaron cine, es conseguir financiación para rodar un documental etnográfico en África, durante dos meses. Borrón y cuenta nueva con el tiempo y el espacio. Tiempo de despegar, que no de aterrizar, sin haber despegado, en una vida ya prefijada.
Antes de que se pusiera de modo el término ‘adolescente’, antes de que aparecieran en escena rebeldes sin causa o con razón, jóvenes que remarcaban su diferencia con chamarras de cuero o cortes de pelo que eran contraseñas, es decir, su pertenencia a una particular tribu que no tenía que ver con la que quería asimilarles e integrarles, ya mostraban estos jóvenes su inconformismo, o bregaban con sus vacilaciones, con sus torpezas sentimentales, con sus rituales recreativos, en fiestas caseras o en clubs, los cuales visitan trompetistas de jazz, que anticipan los que pocos años se pondrán de moda, o convertidos en icono de cierta tribu, esa bohemia parisina que cabeceará con gesto de trance entre humaredas.
Aquí todavía no está presente ni esa afectación ni hay aún humaredas. Pero sí muchas dudas y vacilaciones. Por un lado, las de quienes no saben si decidirse a realizar ese viaje, porque han encontrado unos trabajos, más convencionales, pero que reportan cierta estabilidad, aun mínima, o algún ingreso. O quienes se debaten con sus deseos y sentimientos que cuesta diferenciarlos de una ficción, porque el amor es también escenario, aunque duela. Y a veces cuesta discernir qué se quiere o qué se siente, o cómo expresar lo que se siente. Y en ocasiones, se dice lo contrario de lo que se piensa o siente. Y se hace daño. A veces, se rectifica, en otras, se deja pasar la ocasión y los sentimientos se encogen en el gesto ceñudo que les apresa. Dos son las parejas que ora se entrelazan, ora se aturullan.
Ellas son estudiantes de interpretación, Christine (Nicole Courcel) y Therese (Brigitte Auber, que pocos años después pondría en jaque al ‘gato’ que encarnaba Cary Grant en ‘Atrapa a un ladrón’, 1955, de Alfred Hitchcock). Ellos, Lucien, y Roger (Maurice Ronet), quien se siente más seguro con su trompeta que con los sentimientos que le zarandean. Los directores de la Nouvelle Vague o Roman Polanski admiraban el cine de Becker, en especial sus retratos de juventudes, de curso sinuoso, libres de corsés. Como ese jeep que de repente se sumerge en el agua de Sena, así podría ser su cine, una corriente que no sabías qué podía depararte en su próximo meandro, quizás un arrebatado solo de trompeta, o despegar hacia un nuevo e incierto escenario de vida.
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