miércoles, 27 de marzo de 2013
The grandmaster
Una belleza escurridiza, que cala profundamente. ‘The grandmaster’ (2013), de Wong Kar Wai, es un sueño, un teatro, una partida de ajedrez, una coreografía de penumbras. A simple vista, una película de artes marciales. Hay tres etapas de aprendizaje en las artes marciales: Aprender a conocerse a sí mismo, aprender a conocer el mundo, y aprender a conocer las cosas vivientes. ‘Las cenizas del tiempo’ era la traducción de la película previa de artes marciales, ‘Ashes of time’ (1994; reeditada y reestrenada en el 2008 como ‘Ashes of time redux’). Las heridas del tiempo. Hay quien expresa que no sentir remordimientos haría la vida aburrida. Hay quien, en cambio, no mira atrás, porque no hay orillas. Los sueños son como el viento que fluye, y así fluye la narración de ‘The grandmaster’, un teatro en permanentes penumbras. Pareciera que transcurriera entre decorados, aunque la nieva caiga, la lluvia azote.
El tiempo se sacude entre elipsis, transcurren varias décadas, el tiempo salta, como los combatientes cuando se enfrentan. Duelos, el mejor es aquel que permanece en pie. Aunque los duelos pueden ser filosóficos. Y los héroes, o las heroínas, pueden perder, incluso la vida, aunque sea muy lentamente. O quizá no los haya, sólo maestros y alumnos. Y caminos en los que trazar senderos, los del aprendizaje. La vida es una partida de ajedrez, un ir y venir, una partida en la que el perdedor no tiene de qué lamentarse. Si porta una linterna, habrá gente.En ‘The grandmaster’ parece que concurrieran Peckinpah, Von Sternberg y Ophuls. Hay rostros surcados de dorado, que pueden convertirse en ambar, como esos sentimientos que no se expresaron, esas palabras que no se dijeron, esas acciones que no se realizaron. Y que se revelan cuando ya es demasiado tarde. O quizás el logro sea simplemente revelarlo, aunque confirmes que nunca hubieras sobrepasado la orilla.
Pero los sentimientos también pueden ser una trampa, arenas movedizas que encienden y ciegan. La venganza es como el vapor que emana de una locomotora. No estás combatiendo sino con tu sombra, contigo misma. No te convierte en salto, sino que te encorva. ‘The grandmaster’ es poesía escurridiza, los saltos, las fintas, las contorsiones de los cuerpos van precipitándose en un centro de gravedad que se densifica, donde las emociones y las circunstancias se espesan y atrapan como una tela de araña. Frente al artificio, el teatro, incrustaciones de imágenes desaliñadas, el ras de suelo de los acontecimientos de la historia, los hitos, la invasión de Japón, o la independencia de Hong Kong, la prosa en la que se escurre el tiempo.
La precariedad tala la grandeza, y el maestro, Yip (Tony Leung), debe suplicar ayuda para su familia. La venganza te puede convertir en un espectro, como a Gong er (extraordinaria Zhang Yiyi) que ya no se recuperará de aquel combate, años atrás, contra el hombre que había matado a su padre. Pero aún en sus últimos estertores de vida es capaz de reconocer lo que no manifestó, la vida que no generó, el amor que no expresó. Sombras que el tiempo va devorando. Golpes de la vida que encajas, o que te convierten en entrañas magulladas que ya no podrán saltar. La cautivadora belleza de ‘The grandmaster’ es esquiva, como las miradas que se rehúyen, los gestos furtivos, los que nadie advierte, los que se pierden como gotas en la lluvia. Abundan las frases que son paradojas, metáforas, brotes líricos que son aforismos. Siempre, entre penumbras.
Hay una relación que estaba hecha más de silencio que de ruidos. Hay quien hablaba poco pero sabía cómo lastimar con sus palabras. Puedes conocerte a ti mismo, creer que algo aprendiste del mundo, pero sabes que no lograste conocer a las otras cosas vivientes, que no dejaron de ser reflejos, humo. La vida es un pasadizo de perfiles difusos, como si surcaras la espesura de la lluvia, en la que quizá siempre has transitado como un perro vagabundo, quizá abandonado. Un decorado, a simple vista, un lugar de artes marciales. Y como las gotas de lluvia, como el humo de tantos sueños no realizados, te desvaneces. ‘The grandmaster’ es de una soberana belleza, escurridiza, como el agua y el humo, como los sentimientos y los reflejos. Como las inmensidades que respiran en sus intersticios. Las cenizas del tiempo en las que se difuminan los saltos y las heridas.
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