miércoles, 20 de marzo de 2013
Secret Sunshine
Como mechones de cabello que se lleva el viento, el grito de una devastación, de un dolor que arrancó las entrañas, y quebró la mente, comenzará a convertirse en recuerdo, a diluirse en un tiempo indiferente a las perdidas. Tantos son los mechones de cabellos que el viento desperdiga. Tantas las penas olvidadas. Tanto dolor que es necesario cortar, como cuando amputas un órgano. Hay averías en las entrañas que son difíciles de curar, de arreglar. ‘Secret sunshine’ (Milyang, 2007), de Lee Chang Dong, se abre con la imagen de un cielo resplandeciente, a través de un parabrisas, contemplado por un niño, Jun. El coche en el que viaja con su madre Shina-ae (extraordinaria Jeon Do-Youn) ha sufrido una avería en el trayecto que realizaban hacia Milyang, la ciudad en la que pretenden establecerse. Más adelante, se repite el plano. Quien lo contempla ahora es Shin-ae, momentos antes de que tenga que reconocer el cadáver de su hijo, que había sido secuestrado, encontrado en un río.
Shina-ae quería rehacer su vida, dar un giro radical, por eso había decidido dejar Seul para asentarse en la que era la ciudad natal del que fue su marido. Pero su vida sufriría un imprevisto giro drástico, cuando sufra la devastación de la muerte de su hijo. Lo imprevisto irrumpe en tu vida, quebrándola de cuajo, como la ‘irrupción’, de aquel cadáver de la chica suicidada en las serenas aguas, en la posterior, y también magnífica, ‘Poesía’ (2010).
Milyang significa sol secreto; no lo era su marido (lo que hace desconcertante su decisión de ir a esa ciudad como si más bien se sintiera atraída por un agujero negro). No lo será su vida, cuando sufra ese tajo en sus entrañas. La luz ha sido cortada.
Buscará ese sol secreto en la religión, en un (re)confortador Dios, en los rituales de los creyentes. Pero no será sino como aplicar maquillaje sobre una herida que se gangrena. Mentiras que propician huidas de la realidad. Shin-ae, para integrarse en un nuevo ambiente también se había presentado como no era, como un falso sol, alardeando de disponer de holgados medios económicos al mostrar interés por la compra de unos terrenos. Esa falsa apariencia es la que hizo creer al secuestrador de que disponía de mucho más dinero del que le proporcionaba las clases de música que imparte. Shin-ae había gritado alto y claro, para hacerse notar, como enseñaba el profesor a sus hijos y otros alumnos. Aquel que les instruye, ironías, es quien secuestra a Jun. Aunque no es la claridad lo que les defina.
Cuando sí, realmente, grita alto y claro es en la iglesia, cuando comienza a golpear con rabia los bancos, como una desesperada protesta, la de quien no entiende que el asesino se sienta en paz consigo mismo, perdonado por Dios, mientras ella sigue devastada por el sufrimiento.La estructura se hila a través de réplicas, como la citada del plano del parabrisas. En una secuencia previa parece que Jun ha desaparecido, ella llama repetidamente por la casa, y parece que desespera, cuando se echa a llorar, pero todo es parte de un juego, de una representación. Pero cierta noche ya no habrá más juegos. El extravío se convertirá en demolición. Shin-ae grita hasta hacer sangrar sus entrañas. No hay música que escuchar; quizá sólo para reflejar, desentrañar, una mentira (la música del CD con la que ‘revienta’ la celebración de la homilía, como interferencia que señaliza su ruido, su falacia; la letra de la canción repite la palabra mentira).
En toda tragedia, hay siempre algo grotesco. A la heroína, la que brega con su desolación, le acompaña un particular bufón, Jong-Chan (Song Kang-ho, protagonista de ‘Memories of murder’ o ‘The host’ ambas de Bong Joon-ho), el persistente cortejador que llega hasta a unirse con ella al grupo religioso, para estar cerca de ella, perseverando por si algún día el resplandor del sol le ilumina y ella le corresponde. No habrá respuesta, no habrá luz que le responda, pero seguirá acudiendo a las homilías. Consuelos. Porque es alguien que convive con las decepciones, con las repeticiones.
Shin-ae, en su desesperación, como quien quiere emborronarse, negarse, infligirse desprecio, para dejar de sufrir dolor, ese suplicio que la corroe las entrañas, entrega su cuerpo a la mentira, a uno de aquellos santurrones. La carne degradándose con la falacia. Su vida ya se ha vuelto completa del revés. Pero aún en el espejo queda otro reflejo, la hija de quien secuestró y asesinó a su hijo, extraviada, problemática, como la define su padre, a la que ve cómo golpean en la calle, y quien será quien comencé a cortar sus cabellos en las secuencias finales, cuando ella comienza a recuperarse, tras salir del sanatorio. Pero su pena sólo pueda cortarla ella. Sólo ella puede conseguir que los mechones de su dolor se los lleve el viento.
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