domingo, 6 de enero de 2013
Homeland
La extraordinaria primera temporada de 'Homeland' (2011-), basada en la serie israelí creada por Gideon Raf, ‘Hatufim’, y desarrollada para la televisión estadounidense por Howard Gordon y Alex Gansa, se revela como un importante hito en la serie de producciones que, como escribí en el artículo 'La herida de un conflicto' (publicado en ‘Imaginario 2011’), condensan la entraña de una fisura aún abierta (relacionada con los conflictos con Irak y Afganistan; el terrorismo con el atentado de las torres gemelas como evento crucial, desestabilizador de los cimientos de certidumbre e inmunidad), la tensión no resuelta entre la necesidad de cerrar una herida y la interrogación sobre la raíz de la fisura abierta. En el primer tramo, algo más de la mitad de los doce episodios, se juega admirablemente con la incertidumbre y la ambiguedad, con la movediza condición de las apariencias, y con la puesta en cuestión que padece, por parte del entorno, la mirada interrogante, inquisitiva, la de la agente de la CIA Carrie Mathison (excelente Claire Danes), que pone en cuestión o en duda la imagen ejemplar, la 'pantalla' reverencial, del que es recibido como héroe tras ocho años como prisionero en Irak, y al que ya se daba por muerto, Brody (imponente Damian Lewis).
La interrogante que mantiene, empecinada, Carrie se debe a que le informaron de que un militar prisionero de los iraquíes se había pasado al otro lado. La condición de 'pantalla' se traslada a lo literal, cuando Carrie establece, de modo clandestino, por su propia cuenta, un sistema de vigilancia con cámaras instaladas en el hogar de Brody. Clandestina, porque nadie se hace eco de sus interrogantes y dudas. Brody es la imagen que se necesitaba del héroe, para cauterizar una herida, del país, sin cicatrizar durante tantos años. Es el emblema que puede convertirse en aliviador moldeado del pasado (condensa la resistencia capaz de superar todas las penalidades, traumas y adversidades). ¿Cómo no va a ser utilizado por el vicepresidente para la campaña para la presidencia que a realizar? ¿Cómo se va a pensar que alguien como Brody pueda ser un esbirro de un terrorista como Nazir, cuando es el símbolo que corrobora el sentimiento de víctima del país?En el último tramo de la serie, cuando se deja de jugar con la ambiguedad, se revela un territorio en el que las diferenciaciones o límites se difuminan, e incluso se equiparan.
Los dos bandos son simplemente bandos, no es uno la amenaza y el otro la víctima, sino que comparten ambas condiciones, e incluso, como efectuaba con su alegoría la esplendida 'La niebla', de Frank Darabont, señala la raíz de la fisura en las propias acciones: el monstruo, aquel que va a realizar el atentado, Brody, es consecuencia de ( o está infectado por) los propios desatinos y desmanes: el bombardeo ordenado por el vicepresidente que mata a varios niños; asóciese con la secuencia extraordinaria del relato/flashback de la muerte de la esposa e hijo del iraquí que está interrogando al personaje de Mark Walhberg en ‘Tres reyes’, 1999, de David O’Russell, película que fue punta de lanza en cuestionar las falaces justificaciones de la intervención en Irak ). Tras la imagen ejemplar (de conveniencia) no hay sino la desgarrada sombra del dolor, de la decepción. Una entraña escindida, bifurcada.
De ahí el doliente trayecto de la mirada interrogante, Carrie, 'a la contra', ya que entrevé el rostro real contorsionándose tras la ‘pantalla’, sobre la que todos proyectan lo que quieren o necesitan ver (del país a la familia: la ilusión de una recomposición), y que todos utilizan. La mirada que sospecha y cuestiona se convierte, a su vez, en una mirada sobre la que pende la ‘sospecha’, la puesta en cuestión, ya no sólo por opinar distinto sino porque además es bipolar, y su criterio puede estar condicionado por su trastorno, para el que se medica. Por añadidura, se añade la ofuscación del sentimiento como posible interferencia de discernimiento, porque el objeto de su sospecha, Brody, se ha convertido en una pantalla más confusa cuando además interfiere la proyección amorosa, al sentirse atraída por él, en un portentoso rizar el rizo de complejización dramática, que incide en el laberinto del discernimiento de lo real (¿Qué discernimos? ¿Qué deseamos discernir? ¿Qué es conveniente que sea discernido o no? )El último episodio, prodigioso, es ya la febril inmersión en la zozobra. El electrocutamiento narrativo de una desesperación, de un grito, de aquel que no soporta más dolor, y de aquella que quiere conjurar que se produzca más dolor. ¿Qué se puede hacer con el dolor?
En esta segunda temporada se remarca la condición de desplazados de Carrie y Brody, de náufragos en un territorio intermedio, zarandeados por una marejada que les hace sentir que no tienen su lugar, que habitan, en especial Brody, en un no lugar, que es un estar y no estar. Carrie es alguien en cuestión, bajo sospecha, desplazada al margen pero a la que aún, según el caso, se le considera necesaria, y se hace uso de sus conocimientos o de su funcionalidad, pero sin dejarla que se integre, como una sombra a la que aún no se le da nombre. Su acción en los primeros episodios es capital para poner en la pista de una realidad por la que fue despreciada, por considerarla delirio, en el pasado, la condición ‘real’ de quien era su fantasma, Brody, tras esa pantalla de apariencia de héroe (utilizado: las conveniencias también propician cegueras del discernimiento, ofuscadas proyecciones); de hecho, su condición será revelada a través de la pantalla, por la grabación en la que declaraba sus motivaciones para realizar el atentado contra la vida del vicepresidente).Brody, por su parte, parece cada vez más desencajado, como un cuerpo que grita entre escenarios que quieren sojuzgarle con sus máscaras, entre su rol de político ascendente, estrella en los escenarios, protegido del vicepresidente, aquel quien precisamente representaba para él lo abyecto, y a la vez no desligado de la influencia y de los planes de Nazir. Utilizado por ambos bandos, casi como un pelele, y a la vez cada vez más desencajado en su propio hogar; la primera fisura que resquebraja la imagen reverencial es la revelación de su religiosidad musulmana (el extrañamiento se acrecienta porque no se puede asociar con alguien que se siente estadounidense).
Esa (doble) condición, como de peón y sicario, entra en colisión, y cortocircuito cuando la orden de trasladar a uno de los componentes de la organización de Nazir pone en peligro su asistencia a una celebración, con el vicepresidente de invitado, en la que tiene que impartir un discurso. Aún más, como nudo corredizo de una circunstancia de la que no puede huir, asesina a ese componente de la organización, ya que quiere huir, mientras justifica por teléfono a su esposa el porqué de su demora y tardanza en llegar al evento. Se conjugan, en este magnífico episodio, irónicamente titulado ‘State of independency’, estado de independencia; además parten ambos de Gettysburg, con sus mordaces resonancias simbólicas relacionadas con el fin de una guerra civil. Está dirigido por Lodge Kerrigan, para quien Lewis había protagonizado la esplendida ‘Keane’ (2004), tramada sobre los desgarros de la escisión mental. Este episodio es casi un de cul de sac, en el que se estira la cuerda y empieza a quebrarse el interior y las circunstancia de Brody: tres desencajamientos, entre dos bandos o perspectivas, y la interferencia de su desencajamiento en su hogar implosionado.La serie podría haber derivado por territorios más ortodoxos cuando Brody es descubierto, y se plantean no detenerle, y por lo tanto no descubrirle, para realizar un seguimiento que pueda llevarles a la cúpula de la organización de Nazir ( o al menos lograr descubrir cuáles son sus próximos planes de ataque, y de este modo frustrarlos).
Al descubrirse el juego, porque la emoción desborda, en concreto a Carrie, Brody se convierte en aún más manifiesto peón de las dos facciones, lo que intensifica el cortocircuito interior, más aun cuando se añada el factor sentimental, ya que la unión con Carrie se reactiva, o se desnuda, convirtiéndose ella en la boya entre tal marea de emociones entremezcladas. Maridaje que llega a su paroxismo cuando por salvar la vida de Carrie, capturada por Nazir, asesina a quien era su objetivo previo, el vicepresidente, pero ahora ya no por ese odio que le impulsaba y encendía, sino, ante todo, por proteger y salvar la vida de quien ama, de quién se ha convertido en centro de certeza, de equilibrio, resurgiendo del extravío del caos, de la confusión donde no se distinguía ya lo que representaban unos y otros. De la destrucción ha pasado a la construcción, o quizás a una turbadora, y transgresora, combinación de ambas. De la interrogante de quién es el que amo, o cómo puedo amar a quien puede ser un ‘enemigo’, una amenaza, e incluso de la hostilidad o desencuentro entre ambos, al finalizar la primera temporada, ahora se pasa a la confianza, y la alianza, incluso considerando la circunstancia más conflictivas (la sospecha de la posible autoría de un atentado mortal colectivo), en las que la duda podía asomar de nuevo con sus garras. La primera temporada terminaba con un atentado frustrado, por la indecisión de Brody. Ahora, al utilizarse su coche para realizar el atentado mortal durante el funeral del vicepresidente, se convierte en principal sospechoso para todos, excepto para Carrie. La circunstancia se ha invertido.
Hay dos figuras alrededor de Carrie que definen las actitudes opuestas, la flexible, y la inflexible. Por un lado Saul, quien ha mantenido una relación profesional y de amistad que tiene bastante de paterno filial, y que ha sufrido diversos vaivenes. Esta temporada relata en segundo plano la recuperación de una confianza, de unos cimientos de nuevo firmes (no de ja de ser significativo que también recupere Saul la relación con su esposa Sara, hindú, que incluso vuelve al país). Episodio fundamental para ese tránsito es el séptimo, ‘The clearing’, dirigido por John Dahl, con las magníficas secuencias que comparte con la terrorista encarcelada, Aileen, que carece de ventana en su celda, y que finaliza el episodio suicidándose porque es incapaz de resistir tal cruel encierro. Por otro otro lado, Estes (David Harewood), el jefe de Carrie, de quien se revela que incluso tiene planeado asesinar a Brody cuando este cumpla su función (porque no quiere que después revele los trapos sucios del gobierno de los que es conocedor). En el territorio familiar, la situación vuelve al punto de partida, antes de la reaparición de Brody; como no se puede reactivar lo ya dañado, o perdido, Jessica vuelve a quien era su amante cuando pensaba que era su marido muerto, Mike. Brody comenzaba esta extraordinaria serie retornando a su país, a su hogar, al que ahora veía con unas raíces dañadas, y es recibido como el héroe que el país necesita. Al final de esta segunda temporada debe abandonar el país, porque ahora representa una amenaza. Excepto para la que fue la mirada interrogante, que ahora es la firme raíz que sabe verle.
¡Me ha dejado usted sin palabras! Ha plasmado magistralmente sobre el teclado opiniones sobre mi serie actual favorita y que no he percibido claramente definidas hasta leer sus líneas. ¡Le perdono todo lo que hizo mal en el pasado, incluso que no le guste BEN HUR! ¡JA, JA, JA!
ResponderEliminar¿Está de acuerdo en que Mandy Patinkin es de una solidez apabullante...? ¿Lo disfrutó en las dos primeras temporadas de Mentes Criminales?
Es la dama muy amable. No sé si lograré que me guste 'Ben hur' pero intentaré apuntarme a la próxima competición de carrera de cuadrigas que se organice :) Completamente de acuerdo en la solidez apabullante de Patinkin. Formidable. Aunque desafortunadamente no he visto nada de la serie Mentes criminales, otra de tantas pendiente por ver...
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