miércoles, 9 de enero de 2013
Flight
El vuelo del avión que pilota Whip (Denzel Washington) comienza con complicado despegue que implica ascender 9000 pies para superar una densa masa de nubes, y finaliza 27 minutos después, por un fallo mecánico, con una caída en picado del avión que no finaliza en una completa tragedia gracias a la pericia del piloto. El ‘vuelo’ narrativo de ‘Flight’ (2012), de Robert Zemeckis (que se estrena el próximo día 25), comienza con una excelente media hora inicial, en admirable ascensión de intensidades, la que corresponde al pasaje del avatar que sufre el avión, para posteriormente, iniciar un descenso en picado de interés entre algodonosas nubes de clichés, los referentes a ese subgénero no escrito de dramas con alcohólicos, y que implica un trayecto en el que el protagonista abandona el sendero erróneo, o torcido, para, reformado, encontrar la senda recta (la rectitud de la actitud responsable).
‘Náufrago’ (2000), que me parece su mejor obra, también comenzaba con otra magnífica secuencia de accidente aéreo, pero tras un parte central, la que narraba los años de la soledad del personaje de Tom Hanks en la isla, en la que mantenía la ‘altura’ dramática, ascendía incluso en el trayecto final, el de la vuelta a casa. No era una obra que se quedara en el relato de una peripecia física, concreta, la soledad de un naufrago en una isla durante años, sino que lo transcendía hacia una muy sugerente digresión sobre la accidentalidad de la vida, los naufragios vitales, la imprevisibilidad, las encrucijadas a las que la vida te enfrenta, sin que quizás te apercibas, y a los inescrutables designios de esa extraña cosa llamada azar, quizás aleatoriedad, quizás destino, quizás un mero quizás.‘Flight’ se bifurca en dos direcciones, que son dos batallas, que acaban atascándose en el ras del suelo. La investigación que se realiza sobre la causa del accidente, para la calificación de responsabilidades, y la lucha de Whip contra su galopante alcoholismo. Es alguien con la capacidad excepcional de, por instinto, evitar un trágico accidente, pero es incapaz de superar esa adicción.
Ambas líneas se entrecruzan cuando sobre Whip pende la amenaza de que le acusen de ser el responsable del accidente porque su adicción al alcoholismo se convierte en la sombra que puede facilitar la conclusión de que fue su negligencia la causa del accidente . Hay un par de escollos, o fallos mecánicos, que condicionan su trayecto, y propician que sea de corto alcance. Más allá de su conflicto con la adicción, el personaje de Whip no posee unos atributos de caracterización lo suficientemente sugerentes, como tampoco los personajes que le rodean, por mucho que estén interpretados por excelentes actores, además de Washington, caso de Don Cheadle, Bruce Greenwood o John Goodman. Por eso, uno de los principales lastres es la escasa entidad dramática del principal personaje protagonista femenino, Nicole (Kelly Reilly), una ex adicta con la que establece Whip una relación, lo más prescindible, o, mejor dicho, lo más inconsistente de la dramaturgia. También porque se va sedimentando la sensación de que antes que personajes con relieve los que transitan la pantalla son convenciones (incluida la nota discordante, extravagante: el personaje de Goodman, el ‘camello’).
Por otro, su esquematismo o reduccionismo de base, lo que achataba también la entraña de ‘Contact’ (1997), una obra que se inflaba como un globo con abstracciones que reducía al más ramplón maniqueísmo (la oposición entre religión y ciencia) un planteamiento que no carecía de interés (los naufragios vitales que puede propiciar la incertidumbre). En ‘Flight’ también se menciona unas cuantas veces a Dios, y en algún momento (uno de los mejores: la intervención del enfermo terminal de cáncer), a la idea de la falta de control sobre nuestras vidas o, por el contrario, la arrogancia de creer que la controlamos, ya sea por confianza en nuestras habilidades, o porque nos creamos inmunes, o porque convertimos la vida en una inercia de rutinas y rituales con las que funcionamos con el piloto automático sin ser conscientes ya de nuestro ‘vuelo vital’(y menos por supuesto de las consecuencias en los demás). Pero siempre estamos expuestos a la más imprevista debacle, aunque sea por un mero falló mecánico. Zemeckis rueda con su consumada pericia, con una elegancia y un dominio del espacio escénico impecables, incluso con destellos, como la secuencia magnífica del accidente, aunque en su obra los haya (la secuencia de la parálisis en bañera) hasta en una de sus obras más flojas, esa pompa vacía que fue ‘Lo que la verdad esconde’ (2000) . Pero no es suficiente. Es como ponerse las mejores galas para comerse una hamburguesa con mucho kétchup y mostaza que te deja la ropa llena de chorretones.
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