martes, 4 de diciembre de 2012
Thorne
‘Thorne’ (2010) es otra interesante serie que añadir a la muy estimulante corriente de producciones de neo noir que abundan en la televisión británica en este último lustro: ‘Red riding trilogy’ (2009), ‘The shadow line’ (2011), ‘Luther’ (2010-), ‘Inside men’ (2012) o ‘Wallander’(2008-) , son algunas de ellas, quizá consecuencia del éxito o reconocimiento, al otro lado del Atlántico, de la magnífica ‘The wire’. La serie ‘Thorne’ comprende la adaptación, cada una de ellas en tres episodios de 45 minutos, de las dos primeras novelas de Mark Billingham, ‘Sleephyhead’ y ‘Scaredy cat’ (cuya inspiración surgió tras que él y otro escritor fueran asaltados y robados en su habitación de hotel por tres enmascarados; en especial por el ejercicio de terror que realizaron con ambos mientras permanecían maniatados). Como en las series citadas, se realiza otra inmersión en las tenebrosidades y abismos, lodazales y miserias de la dedicación de los representantes de la ley: cómo pueden realizar un crimen que les equipare con aquellos a quienes persiguen, por mucho que se intente justificarlo por la condición depravada de aquel a quien matan. O cómo son falibles, cómo sus decisiones pueden derivar en fatales errores que propicien la pérdida de vidas humanas, más aún cuando, como en el caso del inspector Thorne (David Morrisey, quien propulsó el proyecto de la serie con Billingham, y cuya voz me recuerda mucho a la de Liam Neeson), puede ser tan rígido con las ‘debilidades’ de compañeros, aunque puedan ser causa de sus negligencias ( como la que recurre a la cocaína para resistir el stress laboral).
Ambas cuestiones vertebran, como trasfondo, la trama que subyace en ambas historias, a través de Thorne, un protagonista que parece en permanente conflicto con todo, siempre en tensión con alguno de sus compañeros, sobre todo con el inspector que encarna con Eddie Marsan, pero también con amigos, cuya relación se revela más frágil de lo que parece, como con el médico forense que encarna Aiden Gillen (Carcetti, en ‘The wire’). Thorne es un tanto obsesivo y no muy comunicativo; desde luego, no muy previsible: es un personaje ‘en suspenso’, sobre el que nos puede sorprender lo que se desvele de su pasado, o cómo reaccionará en cada circunstancia. En ‘Sleepyhead’, se enfrenta consigo mismo, con lo que fue, con lo que quizá no dejó del todo ‘cerrado’, cuando de un modo nada ortodoxo cerró un caso, que ahora se ‘reabre’.
Resulta una muy sugerente idea que se alterne su perspectiva con la de la chica superviviente del último ataque, de quien escuchamos sus pensamientos, ya que yace postrada en el hospital porque se quedó completamente paralizada tras ser atacada. En paralelo, iremos descubriendo lo que Thorne dejó de sí postrado, dormido, en su pasado, que conlleva, en paralelo, dejar de manifiesto su desencuentro con quienes le rodean (como si se viviera dormido entre superficies que pueden no ser lo que parecen, como ciertas relaciones). En el segundo se pone en cuestión su discernimiento, jugando por ello, hábilmente, con la dualidad, con lo equívoco. Una estrategia para atrapar a una pareja de sospechosos de ser asesinos, que matan en paralelo, se revela como un fatídico error. ¿Entre los sospechosos hay una voluntad que domina al otro, o sólo es realmente uno de ellos quien mata, o realmente la solución es otra, que puede dejar aún más en evidencia el criterio de un investigador que se topa con sus propios limites, con sus propias ofuscaciones?
No voy a decir que esté a la altura de las series citadas, porque la realización carece de su singularidad o ingenio, el refinado sentido compositivo de ‘The shadow line’, las tenebrosidades visuales de ‘Red riding’ o el sugestivo impresionismo de los mejores episodios ‘Wallander’. Stephen Hopkins, realizador de la primera (Benjamin Ross dirige la segunda, y sigue sus patrones estilísticos), nunca ha sido proclive a las sutilezas. En ‘Bajo sospecha’ (2000), por ejemplo, demostraba que le atraía más marear la perdiz, o confundir con una maraña de cortinas de humo, así como los un tanto efectistas juegos de montaje a ritmo febril, que la sórdida y turbulenta entraña del relato, que asomaba gracias a la gran interpretación de Gene Hackman y Morgan Freeman. En la serie, en ocasiones, parece que prioriza más la trama, sus giros, la superficie de las incógnitas, y fuerza demasiado la cuerda con el ¿quién será?, jugando a las falsas pistas, y eso provoca que el drama no se densifique como podría (o que se afile como podría dado su jugoso substrato). No es que logre diluirlo ni cortocircuitarlo, pero sí algo lo amortigua. Aunque también hay que reconocer que ciertos juegos formales con la fusión de tiempos en el mismo plano funcionan bien dramáticamente. Pese a esos reparos con ciertas elecciones estilísticas (o ciertas prioridades narrativas), no deja de ser una serie estimable, con detalles brillantes puntuales ( y presencias deslumbrantes como la de Natasha McElhone en ‘Sleepyhead’), que fluye con un vibrante ritmo que no decae.
Gracias por continuar surtiendo mis sobremesas, y mis veladas de buenas series!
ResponderEliminar¡¡Muchas gracias a ti, Magda!! ¡Abrazos protogóticos!
ResponderEliminarTengo una relación de amor-odio con David Morrissey, ese extraño híbrido entre Rafa Sánchez de La Unión y Jack Palance; me interesa mucho su trabajo como actor y me repele su físico. De cualquier modo, es alguien que no deja indiferente, y estaré al tanto de esta serie después de verle en "The walkind dead".
ResponderEliminarEn 'The walking dead' aún no le he visto. Aún tengo pendiente esta temporada, y media de la anterior. Le acababa de ver en la extraordinaria 'Red riding trilogy'. Curiosa la asociación mutante que realizas; entre su voz y su constitución sólo le había visto como una especie de variante de Liam Neeson.
ResponderEliminarEs cierto que también recuerda a Neeson. Yo no le he oído todavía con su voz original; por lo que cuentas, son similares o al menos su forma de hablar. Aquí está doblado por Salvador Aldeguer, la voz de Antonio Banderas...
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