domingo, 25 de noviembre de 2012
La muerte del sr. Lazarescu
1. Los errores de la comedia. ‘En Cortina Rasgada’ (1966), de Alfred Hitchcock, ante una situación de amenaza, que no carecía de condición absurda, un personaje decía que ‘Tiene gracia, pero maldita la gracia que tiene’. De ‘La muerte del sr.Lazarescu’ (2005), de Cristi Puiu, se podría decir que no tiene maldita la gracia, pero la sonrisa a veces surge, aunque más bien como la espita de una olla, porque no se puede dar crédito a la tan desquiciadamente delirante, como grotesca y absurda, que es la odisea, perdón, el calvario, que sufre en una noche (durante alrededor de siete horas) este paciente de 63 años, Lazarescu (Ioan Fiscuteanu), quien recorre (o es traslado en camilla por) cuatro hospitales, en busca del diagnóstico certero y del espacio y tiempo suficiente para que le puedan realizar pruebas e incluso operar para poder salvar su vida. Hay obras que colocan el letrerito de ‘Basado en hechos reales’ como si eso aportara una seña de distinción, o resaltara la excepcionalidad. Puiu no recurre a ese indicador, aunque está inspirado en un caso acaecido en Bucarest, lo que favorece la abstracción. Adopta el estilo documental, como un ojo continuamente presente que sigue el calvario, cámara en mano, con planos largos, sin interferir con planos-contraplanos, con una iluminación que se aprovecha de las luces naturales (sobre todo en hospital y ambulancia), con ausencia de música incidental, siempre desde la distancia que sólo parece registrar la sucesión de hechos, desde que Lazarescu, se siente indispuesto, y pide ayuda a sus vecinos. Es el registro clínico de los hechos a ras de suelo. Dos horas y medias que fluyen admirablemente, sin perder pulso, señalando la miseria con el dedo, sin resultar nunca afectada, ni cargar tintas en lo tétrico, en lo sórdido o en lo desesperado.
2. Historia de una desaparición. Lazarescu se va desprendiendo progresivamente de cualquier rasgo de identidad y dignidad. Como se va convirtiendo en un mero cuerpo en grado cero, en una materia transportada, un paquete orgánico, cuya mente se degrada acompasada al cuerpo. Cierto que ya era una figura casi muerta, que vivía en un abandono en vida, con la única compañía de sus gatos, viudo, cuya única hija vive en Canada; abandono que se aprecia en las varices que destacan en sus piernas, en la dejadez que transpira el desorden de su hogar, el penetrante olor a ‘encerrado’ (los vecinos señalan cómo resalta el olor a animal), y su apoyo en el alcohol. De hecho, es lo primero que le reprochan los médicos, cómo huele su aliento a alcohol, lo que determina que en principio se haga el apresurado diagnóstico superficial de que sus dolores o molestias se deben a la ingesta excesiva de alcohol, que no deja de ser una manera de cumplir trámite y pasar al siguiente caso.
Aunque más desolador resultan los médicos que no aceptan operarle porque no puede firmar la exención de responsabilidades (cuando es obvio que ya no rige), actitud en la que influye la soberbia de remarcar su posición sobre la enfermera, Avram (Luminita Gheorghiu ) que acompaña a Lazarescu, y que ha ‘osado dar su parecer’. Y es que ella se ha convertido en en su paladín, en la representación de un cuerpo que se va desvaneciendo (de hecho, en un momento el documento de identidad se cae, y ella lo porta). Avram es la voz que clama por una pronta atención, que recuerda los diagnósticos de los anteriores médicos para agilizar procesos, que se esfuerza para que le atiendan, y no sea despachado con diagnósticos superficiales ( lo que pasa en el primer hospital, y por eso se esfuerza en el segundo, y consigue que le hagan un análisis más a fondo, e incluso pruebas). Lazarescu siente cada vez más intensos los dolores, pierde pie, siente parálisis en un lado, se mea encima, vomita una y otra vez, sus frases van derivando en un hilo inconexo, incapaz ya de comunicarse, su cabeza es rapada…
‘La muerte del sr Lazarescu’ muestra las fisuras de un sistema, de una organización sanitaria, que permite estos resquicios, estas situaciones tan desoladoras, como arremete contra la actitud de ciertos médicos, que no se preocupan de los pacientes, de hacerles sentir bien, sino que les tratan como ganado o trámite, y se preocupan más de remarcar su autoridad ( de ahí el contraste tan radical entre los médicos del tercer hospital y el cuarto), pero también contra la irresponsabilidad o negligencia de los que llegan a ser pacientes por no saber cuidarse, como el mismo Lazarescu, que no deja de remarcar que le operaron catorce años atrás por una ulcera, pero ha seguido descuidándose, haciendo caso omiso de las indicaciones, bebiendo y fumando. La actriz, Luminita, señaló que el plano final, ese cortante y largo fundido en negro, le transmitía la sensación de que la vida es una broma pesada. Aunque siempre hay actitudes que se preocupan de los demás, que se esfuerzan y hacen el transito, tenga gracia o no, más agradable, como es el caso de su personaje, Avram, la paladín de un cuerpo cuya muerte ya estaba anunciada tiempo atrás.
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