lunes, 29 de octubre de 2012
Skyfall
1 Muerte y resurrección. James Bond tiene los ojos de un Modigliani, y parece la nave de un cuadro de Turner a la que amenaza en el horizonte la melancolía de un ocaso, el desguace. Bond tiene edad, habita el tiempo. Hay pruebas físicas que ya no supera, como hay heridas que le cuesta superar, sobre todo las que están emponzoñadas por sombras cuyo aguijón está en su propia interior. En ocasiones le tiembla el pulso, algo inusitado en alguien que era una maquina de matar; cuando otro punto de mira le ha hecho sentir la caricia de la muerte, ahora siente que la vida de otros depende del suyo. ¿Qué le ha hecho perder el pulso? Bond, tras coquetear con la autodestrucción, se establece un objetivo: la resurrección. La caída del firmamento (skyfall) es la raíz. Para contrarrestar la caída de la decepción, hay que volver a caer, hasta el centro, a las propias raíces que le crearon, donde habitan las sombras, la quemadura del daño, para resurgir cual ave fenix. En los títulos de crédito de ‘Skyfall’ (2012), de Sam Mendes, las claves: espejos, el doble y la sombra, el laberinto, subterráneos, el dragón. Círculos, ciclos de vida, ruinas y renovación. ¿De qué se habla dentro de un dragón? Del miedo. ¿Con quien se conversa en una ciudad fantasma, abandonada, entre ruinas? Con tu doble o sombra.
2. Alquimia y sombras. Acerca de la anterior obra escribí par 'Cahiers du cinema': ‘Quantum of solace’, de Marc Forster, nos relata un trayecto alquímico, un reinicio vital, una purificación. Por eso, las persecuciones salpican la acción en los distintos elementos, por tierra, aire o agua. Y ésta tiene una relevancia crucial en la trama, como sustancia negociable en juego. Es la materia básica del universo. En su trayecto de conocimiento, Bond necesitará reconocerse en el Otro, su reflejo femenino, en cuyo cuerpo se visibiliza la cicatriz de esa quemadura interior. Será en las profundidades de una sima donde compartirán su condición de prisioneros del plomo doliente de sus emociones, esa persecución de una venganza que conjure su dolor’.
‘Skyfall’ corrige o afina los desequilibrios de la obra anterior (a los personajes o el conflicto no se les daba el necesario espacio para desarrollarse en un recorrido demasiado ‘acelerado’). ‘Skyfall’ es un trayecto alquímico que fluye, con la desazón de la melancolía bajo la exultante progresión de una ascensión, de una reconstitución. Como Las impecables set pieces no tienen un ritmo atropellado, ni convulso, ni agitado. Se 'deslizan', orquestadas con un refinado sentido gradual, como quien recupera gradualmente el saber andar, el dominio de las articulaciones. Es una narración alquímica.
El primer plano de ‘Skyfall’ es el de una sombra, una figura borrosa, que se acerca hasta cámara, por un pasillo, hasta que su rostro se enfoca en primer plano. Es Bond. La primera aparición del doble, de la sombra, de Bond, del otro que es él mismo, Silva (Javier Bardem; al que el teñido rubio asemeja, como diferencia sus maneras, exuberantes, histriónicas, amaneradas, en contraposición al pétreo laconismo acorazado de Bond), es recorriendo un pasillo hasta Bond, que se encuentra atado en una silla. La secuencia pregenéricos, una imponente set piece en la que Bond, con la ayuda de Eve (Naomi Harris), persigue a un mercenario francés, Patrice (Ole Rapace), culmina cuando ‘M’ (Judi Dench) da la orden a Eve de disparar pese a que ésta no tenga un diana clara ya que ambos hombres están forcejeando sobre el tren. La bala abate a Bond, que cae a las aguas. Cuando reaparece, después de tres meses, en el piso de ‘M’, tras que la central del MI6 haya sufrido un atentado, es entre las sombras; Bond es una ‘sombra’ (desastrada) que reprocha a ‘M’ su decisión, la orden de disparo; se siente traicionado, ‘abandonado’.
Ese sentimiento es el que mueve precisamente a Silva, la venganza, porque se sintió traicionado por aquella que le había creado, como a Bond. Como si corporeizara ‘la sombra’ del resentimiento de éste. Es como si la identidad propia hubiera quedado dañada, ‘quemada’ (como el rostro corroído por el ácido que revela Silva, significativamente en el interior de la Central MI6, el origen de su ‘quemadura’ interior). ¿Quién es uno mismo si te traiciona o abandona quien te ha creado o guiado, tu ‘madre’? Significativo es que Bond tenga su nuevo enfrentamiento con Patrice entre sombras y reflejos, o que persiga a su ‘doble’ (¿ a sí mismo?) en unos subterráneos (los del metro en la extraordinaria secuencia en la que Silva pretende atentar contra ‘M’, mother/madre), elocuente transposición del laberinto que lleva al núcleo, ‘M’(como si esta fuera el minotauro), como no deja ser elocuente que cuando Silva tenga a ‘M’ bajo el cañón de su pistola apunte a un mismo tiempo a la sien de ella y a la suya; matarla es matarse. Silva, como Bond, con respecto a ‘M’ son como la criatura frente al Baron Frankenstein o el replicante frente a su creador en ‘Blade runner’. Son lo que son por ella. Bond para renovarse, tiene que matar, aunque sea simbólicamente, a través de su ‘doble’, a la madre.
3. Exilio y raíz. Escribí en mi estudio de Sam Mendes en Dirigido por (nº 394, noviembre 2009) ‘En el cine de Mendes resaltan unas constantes: la búsqueda del hogar, de la propia raíz, o en sentido más amplio, del propio lugar, o, a la inversa, el sentirse extraño al propio lugar, o quedarse fuera de lugar. En sus obras se crea una tensión, irreversible y fatal, entre unos personajes integrados y unos personajes desplazados, más determinados o resistentes (American beauty, Revolutionary road y Camino a Perdición) o más vacilantes o confusos (Jarhead, Un lugar donde quedarse). Hay quienes desean marcharse (Swofford en Jarhead), quienes no pueden irse, pero tampoco quedarse (April en Revolutionary Road), quienes se ven forzados a marcharse (Sullivan en Camino a la Perdición), quienes se marchan en buscan de su lugar (Un lugar donde quedarse) y quien se queda aunque sin saber que no le permitirán actuar fuera del molde social (American beauty). Como en el cine de Nicholas Ray , vibran las resonancias de unos sentimientos de orfandad y desubicación frente a una realidad o modelo de vida instituido (…) Los finales de tres obras (Camino a la Perdición, Jarhead y Un lugar donde quedarse) enfrentan a los personajes ante una idea de hogar, sea su posibilidad o imposibilidad, como exilio o como condena. Las otras dos culminan con la desintegración de un hogar, resultado del desencuentro entre quien acepta un modelo de vida y quien lo cuestiona o niega’.
En ‘Skyfall’, en los primeros pasajes, Bond se sume en el rechazo, en el extravío, niega y se exilia, lo que no deja de reflejar una pulsión de autodestrucción ( la secuencia en la que bebe con un escorpión sobre la mano), se queda o siente fuera de lugar, como quien se siente desamparado, ‘huérfano’. Precisamente, Bond era un huérfano, porque la organización, como le dice M, prefiere huérfanos. Por un momento, Bond desea marcharse, abandonar, pero ¿qué sería de él? ¿Qué puede ser sino lo que ya es? ¿Ser alguien como Silva, la sombra de su quemadura? ¿Cuál es su lugar? ¿Puede romper su molde? El desenlace tiene lugar en los bellísimos paisajes de su tierra natal, en Escocia (pasajes que se inician con ese extraordinario plano del valle que parece angostarse como un embudo), y, en concreto, en el hogar de su infancia, de nombre ‘Skyfall’ (la primera vez que se pronuncia este nombre, en un test de pregunta/respuesta, su rostro se ensombrece, y dice ‘end’ /fin). Ciclos de vida. El hogar, que de todos modos no le gustaba, donde se gestó (y donde retorna con quien ‘gestó’ su identidad, ‘M’). En la alquimia, se denomina ‘depresión’ a la caída en lo más profundo de uno mismo. Ahí se enfrenta, sin miedo, a su ‘sombra’, a su dolor e ira (la que siente contra su ‘madre’). De nuevo, el fuego purificador que incendia su hogar, y el agua: círculos: de nuevo cae en el agua, de la cual surgirá, ‘renovado’, para acabar con su ‘doble’, y acoger entre sus brazos de su ‘madre’, a la que ahora, ya sin resentimiento, puede llorar su muerte. El final es de la vuelta a casa, a su hogar (renovado: un nuevo jefe, con el que se siente respetado: el encuadre que los equipara en la simetría del encuadre; se siente en las alturas, dominando el escenario de su vida: en la azotea contempla el horizonte), a su modelo de vida, su identidad, lo que puede hacer, lo que es él, un agente, aunque en su sonriente mirada y en sus palabras finales ( ‘con placer’) palpite una ‘perversa’ sombra: el regusto de haberse sublevado contra quien le ha creado.
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