viernes, 12 de octubre de 2012

Sangre en Filipinas

Photobucket Cuando se tiene a un cineasta como Mark Sandrich asociado a los gráciles musicales con Fred Astaire y Ginger Rogers , resulta (gratamente) sorprendente encontrarse ante la estremecedora crudeza de las escenas bélicas de la segunda mitad de ‘Sangre en Filipinas’ (So proudly we hail, 1943). O siendo más precisos, la sobrecogedora contundencia con la que se narra el desolador trayecto abisal que padecieron las protagonistas, un grupo de enfermeras (conocidas como los ‘ángeles de Bataan’), cuando el ejercito estadounidense tuvo que rendirse en Filipinas, y retirarse primero de Bataan (a principios de abril de 1942) y luego de Corregidor) a finales de ese mes (en donde permanecieron en unos túneles bajo tierra), del que lograron ser evacuadas ocho. El guionista Allan Scott adaptó la obra ‘I served on Bataan’ escrita por una de esas enfermeras, Juanita Hipps, añadiendo experiencias relatadas en los diarios de otras de sus compañeras (quizá de ahí el descarnado verismo que transpiran las vicisitudes narradas). Hay una brillante idea de construcción narrativa, tras la secuencia introductoria de la llegada de las ocho enfermeras. La experiencia es relatada a modo de flashback, un relato que pueda servir de revulsivo para sacar a la teniente Davidson (Claudette Colbert) del estado de shock en el que se ha quedado sumida. De algún modo, el lograr que salga de ese enmudecimiento, de esa postración vital, representa el necesario rearme vital del ejercito estadounidense para seguir firme en la confrontación bélica tras la derrota sufrida. Photobucket En la primera parte se nos presenta a las protagonistas de la Odisea (es un retorno al hogar, pero para ‘repostar’ energías para un nuevo retorno al frente, como en el final de la también esplendida ‘No eramos imprescindibles, 1945, de John Ford). Dedica particular atención a Davidson y a la vivaz Joan (una excelente Paulette Godard), quien, para animarse, usa un elegante y sensual camisón aun en las condiciones más extremas. Ambas conocen a dos oficiales de los que se sentirán atraídas. Davidson del teniente Summers (George Reeves), en una divertida secuencia en la que ella logra que él supere sus reticencias a que una mujer le lave el cuerpo, y Joan de Kansas (Sony Tuffts). La segunda está caracterizada por un planteamiento humorístico (las recurrentes frases de Kansas de negar que algo le vaya a suceder, y siempre le sucede; lo que dará pie al final a un intenso pero nada enfático momento dramático cuando diga que a él no le matarán), acorde a la liviandad con la que parecen plantearse ambos la relación (en una matizada progresión que llevará a la mutua declaración de amor en los pasajes finales). Con respecto a Davidson, Summers deberá superar las reticencias iniciales de ella, no para que le laven el cuerpo, sino el corazón, ya que ella prefiere mantener distancias y centrarse en su labor (y no acrecentar su vulnerabilidad, si expone su corazón); bellas son las secuencias de ambos, siempre a cubierto, que detallan la progresión de la intimidad (la incertidumbre sobre la suerte de Summers es lo que ha sumido en esa especia de catatonismo a Davidson). Photobucket Photobucket El tono distendido de ese primer tramo tendrá un contrapunto más áspero, que anuncia lo que será la segunda mitad, en el apasionante personaje de Olivia (excelente Veronica Lake, que no lleva su característica melena que había sido muy emulada durante la guerra por muchas enfermeras, lo que había causado modelos; por eso, ella misma decidió cambiar su estilo de peinado, más discreto, recogido). Hosca y susceptible (no duda en abofetear a quien se le ocurre coger alguna cosa suya por accidente), revelará, en una secuencia extraordinaria, todo el dolor y toda la desesperación que tiene taponada, transferida en odio a los japoneses (con esa sombría máscara en la que ha convertido su semblante), por la muerte del hombre con el que se iba a casar. Son también admirables otras secuencias relacionadas con la evolución dramática de este personaje: aquel en que Davidson teme que Olivia asesine a los prisioneros que son pacientes en el hospital cuando lee que ella se ha ofrecido voluntaria para atenderlos, pero la encuentra llorando, expresando que se siente incapaz de matarles. Y, sobre todo, aquella en la que se sacrifica por sus compañeras, simulando que se rinde a los japoneses haciendo explotar, junto a ellos, la granada que porta en el pecho. Photobucket Demoledoras son secuencias como la del bombardeo de los aviones japoneses al hospital de campaña (Secuencia antológica del genero: el terrible momento en que, tras ser disparados, el médico que está operando a un paciente exclama con rabia que las balas del avión han terminado su trabajo, antes de apreciar que las balas también han herido mortalmente a la enfermera, y de que explote una bomba matándole también a él), o los sucesivos y desgastadores bombardeos, siempre a la misma hora, cuando se ocultan en los túneles en Corregidor, entre los que brotan los momentos de histérico desahogo; los pasajes relacionados con la muerte (tras serle cortada dos piernas) del hijo de la capitana ‘Ma’ McGregor(Mary Servoss), y su posterior desolado parlamento sobre cuánto amaba a su hijo; o el último bombardeo que sufren cuando huyen en las diversas embarcaciones hacia el mar. No hay patrioterismos (incluso en un momento dado, Davidson dice que es culpa de ellos, que siempre se creyeron el centro del mundo; es como el anti ‘Salvar al soldado Ryan’). Es la experiencia del horror, y a la vez, reflejada en el luminoso plano final, la recuperación de una ilusión, la luz entre tanta gravidez de pesarosas sombras. Photobucket Photobucket Photobucket Photobucket Photobucket Photobucket Photobucket

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