lunes, 22 de octubre de 2012
No matarás
Las imágenes de ‘No matarás’ (Krótki film o zabijaniu, 1988), de Krzystoff Kieslowski, empapan el ánimo del espectador con su ‘poesía de la suciedad’, en palabras de su director de fotografía, Slawomir Idziak, quien pretendía transmitir la sensación de que estuvieran ‘contaminadas’, para reflejar, y hacer sentir, esa realidad degradada, esa sordidez ambiental (vital y ética), en la que transitan y habitan los personajes, no sólo la específica ciudad, Varsovia, sino la ciudad emblemática de nuestros días, porque el cine de Kieslowski conjuga armónicamente lo concreto y lo abstracto, lo matérico y lo metafísico. Idziak aplicó unos filtros verdes, y creó ese efecto de máscara, de contornos quemados, borrosos. Parecido tipo de trabajo visual aplicaría en ‘Black hawk derribado’ (2001), de Ridley Scott, pero hay una diferencia sustancial (¿abismal?) entre ambas obras, la de Scott es un artefacto hueco, superficial, que hace de la violencia y la muerte efecto especial en una narración que tiene mucho de video juego, aunque se maquille con una patina de aspereza (efecto realidad). ‘No matarás’, en cambio, es una obra revulsiva que nos enfrenta a la nausea del acto de matar, a la tétrica y descarnada suciedad de la violencia física, que vincula, además, con la violencia estructural de un modo de vida, de relacionarse con el entorno, de degradar el entorno (de degradarse, por tanto). ‘No matarás’ es el quinto de los capítulos del prodigioso ‘Decálogo’ (1988), el primero que rodó, uno de los dos, junto al sexto de los capítulos, ‘No amarás’, que se había planteado convertir también en largometraje. Ambos los vi en el festival de San Sebastián de aquel año, ambos me sacudieron y conmovieron las entrañas.
Kieslowski, con el guionista Krzysztof Piesiewicz, estructura la trama alrededor de tres personajes, el taxista que se convertirá en la víctima, Miroslaw (Jan Tesarz), el joven que será su asesino, Jacek Lazar (Miroslaw Baka) y el que será abogado defensor de este último, Piotr (Krzystoff Globisz). En los primeros pasajes a través de pequeños detalles, en breves secuencias (a veces un mero plano) se alternan los ‘pasos’, los actos, que realizan los tres personajes antes del crimen. Piotr pasa por la prueba de un examen, una entrevista, para ser contratado en un bufete de abogados. Mientras elucubra sobre la justicia, la ley, la prevención de delitos (incluso, apunta que le atrae su trabajo porque es una manera de conocer a personas que de otra manera no haría: Vive aún en la Idea sin contrastarla con el ‘a ras de suelo’ de la Realidad), y celebra con su novia la jubilosa sensación que siente de que todo es posible, de que puede hacer lo que fuera, dos seres comunes, ‘criaturas reptantes del a ras de suelo de la Realidad’ se desplazan por la ciudad, en algún momento cruzándose de hecho con él, como otras tantas figuras de las que no nos percatamos. Ambos, Jacek y Waldemar, cuyos semblantes parecen encostrados en un gesto torvo, realizan actos crueles, mezquinos (las pequeñas violencias de las que está hecho el discurrir cotidiano). El primero, que deambula por la ciudad, empuja a otro chico al suelo en unos baños públicos, lanza una piedra desde un puente sobre una carretera, que cae sobre el cristal de un coche o asusta a unas palomas, pese a que una anciana le había pedido que se alejara para no asustarlas con su presencia; el segundo, ignora a una pareja que le espera para coger el taxi, asusta con su bocina a dos perros, o sale disparado al ver que se acercan dos hombres a cogerlo, uno de los cuales parece borracho; pero tienen también algún gesto más luminoso, risueño, o generoso: Jacek ríe cómplice con unas niñas tras tirar unos restos de chocolate a la vidriera del café ( lo que también delata lo infantil que aún es), y Waldermar da de comer a un perro abandonado.
¿Qué les diferencia, aparte de que uno se convierta en víctima del segundo, en una secuencia, por otro lado, rodada con una crudeza abrumadora? Jacek ha realizado una acción atroz, ¿pero cómo se le puede demonizar, verlo como una abstracta entidad pérfida, como una bestia cruel ( descontextualizada de nuestra realidad cotidiana porque haya hecho un acto brutal), si resulta que también rezuma indefensión ¿: la sobrecogedora secuencia en la que comparte con el abogado el relato de la muerte de su hermana pequeña cuando fue atropellada por el tractor de un amigo, con el que había estado bebiendo horas antes, lo que se le ha encostrado como sentimiento de culpabilidad, motivo por el que abandonó el pueblo, con lo que piensa que si no hubiera ocurrido no estaría ahí a punto de ser ejecutado, ahorcado, al ser condenado a muerte(¿cómo se encadena el azar o el destino?). Una prodigiosa elipsis nos sugiere la delación que realiza una amiga de Jacek, al reconocer que es el coche del taxista que la admiraba lúbricamente: de un primer plano de su rostro pasamos a una panorámica, hacia la derecha, en plano general en la sala de la audiencia desde los jueces que han dictado sentencia de condena a muerte a Jacek y Piotr en el banquillo.
Hace poco leía como había quienes celebraban que los etarras en prisión sufrieran la amenaza de poder ser asesinados, ‘ajusticiados’, por unos gitanos. Había quien manifestaba su alegría por el hecho de que sufrieran ese trance, de que padecieran en sus carnes lo que habían hecho con otros, hacerles vivir con miedo, matarles. Una cosa es combatir a los crueles o mezquinos (aunque se justifiquen en su condición de cruzados), otra es alegrarse de su desgracia, porque ¿no equipara a quien lo hace con ellos?.
Kieslowski realiza una demolición de toda presunción de certeza, que nos deja sin asideros, que sume en las lágrimas de la desesperación, de la impotencia. ¿Cómo juzgar? ¿Cómo aplicar la ley y a la vez ser justos? ¿Qué diferencia hay entre al terrible crimen que realiza Jacek y el ajusticiamiento por ahorcamiento, legitimado, que realizan sobre él? La secuencia del ajusticiamiento llega a ser tan estremecedoramente descarnada como la final de la también extraordinaria ‘A sangre fría’ (19679, de Richard Brooks: la fría lectura de la condena, el trastorno de Piotr al que se le cae un cenicero, el funcionamiento torpe del artilugio de la horca, los gritos del verdugo girando la manivela, la orina de Jacek cayendo en la palangana... El último plano es tan desolador como bello, una panorámica en dirección contraria a la que se realiza en sala de la audiencia: Del descampado donde murió la hermana pequeña de Jacek hasta el abogado sumido en lágrimas. Cae la tarde.
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