domingo, 30 de septiembre de 2012
Horror en el cuarto negro
‘Horror en el cuarto negro’ ( The black room, 1935), de Roy William Neill, se trama sobre una perversa ironía. La mano del destino se asocia con una mano deforme, inútil. ¿Cómo se va a cumplir la profecía? Esa perversidad de planteamiento,
que aún llega a ser más retorcida, cuanto más complicado parece que pueda cumplirse, me hacía pensar que el argumento de Henry Myers y Arthur Strawn podría considerarse un proverbial antecedente de los (irónicamante) imprevistos desenlaces de un episodio de ‘La dimensión desconocida’. La profecía, cual maldición, en cuestión se refiere a dos hermanos gemelos, Gregor y Anton, hijos del Barón Berghman, en el Tirol, porque se piensa que se repetirá lo que ya ocurrió con dos gemelos de una generación anterior. Se dice que Anton matará a Gregor, en una estancia del castillo, con un pozo, conocida como ‘El cuarto negro’ (un fascinante decorado). Anton tiene una mano, la diestra, deforme, inútil. Ambos son interpretados, ya adultos, cuarenta años después (en 1834), por Boris Karloff (en una de sus más elaboradas y afinadas interpretaciones). Ambos son contrapuestos, Gregor, que rige las tierras, es tiránico, un bruto al que además se acusa de asesinar a las mujeres de sus tierras. Anton en cambio, es elegante, de modos amanerados, refinados. La arrogancia de Gregor se refleja en que haga volver a Anton, que viene acompañado de un gran dogo alemán, cuando se supone que tiene que cumplirse la profecía. Gregor piensa que puede dominar a la vida, decidir la muerte de otros, retar al destino. Uno de los atractivos de la obra es imaginar cómo se producirá esa profecía, dado que Gregor, en su ‘partida de ajedrez’ apuesta fuerte para que no pueda cumplirse, empezando por ser quien elimina a quien se supone que va a ser su ejecutor. Quien muerto, además, le facilitará que no tenga que abdicar, y abandonar las tierras, como le pedía el pueblo, ya que podrá seguir en el poder representando el papel de su hermano, lo que propicia un tercer personaje, a Gregor interpretando a Anton, realizando toda una elaborada puesta en escena en la que tiene que ajustarse a otra identidad. Narrativamente, depara varias secuencias esplendidas, aquellas en las que tiene que eliminar a quien descubre quién es realmente, o quitar de en medio rivales para conseguir a la mujer que desea, Thea (Marian Marsh), aunque, en su arrogancia, no considera que una criatura ‘inferior’, como un (leal) perro, pueda complicar sus planes. Por supuesto, los caminos del destino se cumplen, por muy retorcido que sea el modo en que su mano lo realice.
En la imagen promocional, Boris Karloff, Marian Marsh y el hermoso dogo alemán.
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